Mario Bunge declara sorprendente y comprensiblemente que sólo en el arte hay perfección.
El artista como pantocrátor.
Aquel ser que domina el arte de crear belleza a partir de la palabra escrita, diríamos.
Ese don no se halla generalizado pero sí universalizado en cuanto a que hay suficiente poesía como para suscitar el asombro.
Mas, no todas las personas entienden la complejidad del lenguaje lirico, lo cual es lamentable, casi trágico.
En su obra “El arte de la poesía”, Ezra Pound advirtió que ante el grave problema de la incompletud del poema no se debe avanzar en medio de la inseguridad ni rellenarlo con boñiga.
Incluso, los poetas y la poesía tienen sus enemigos hasta en otros poetas que tienen sus sectas, sus capillas, sus sistemas sociales excluyentes que evidencian dogmatismo y pobreza espiritual, por no decir intelectual.
El panfletismo poético es la negación del arte de crear, el ruido de lo oxidante.
La poesía ha sabido sobrevivir a esas torpezas a través de los siglos en razón de sus características de fenómeno cambiante, adaptable, capaz de transformarse y de transformar, a partir de proyectar los estados de conciencia de una época y de todas las épocas, de cambios en los sentimientos, en el lenguaje y en la historia misma de la humanidad, trascendiendo caídas e irguiéndose sobre imperios y sobre improperios.
La poesía no tiene banderías.
Uno observa la poesía del progresista César Vallejo con su impacto místico y a poetas conservadores incapaces de tales inclinaciones espirituales.
He ahí la obra escapando de su creador.
Tiene el cuidado de no llevar su poética hacia el abismo del sectarismo pseudo vanguardista.