Recientemente hemos leído en una revista especializada sobre un tema que ha venido suscitado la intranquilidad de algunos y el alborozo de otros en España; se trata del anteproyecto de ley de servicios profesionales en lo concerniente al ejercicio y las competencias de la arquitectura en dicho país.
Lo curioso del dato – y del caso- es que esta misma discusión sobre quienes tienen competencias o no en la actividad de la edificación o lo que es lo mismo sobre el ejercicio de la arquitectura, se viene produciendo a lo largo de la historia, desde la aparición reglada de las carreras de ingeniería, a partir de la revolución industrial, poco más o menos.
El anteproyecto de Ley al que hacemos referencia tiene como norte eliminar, o por lo menos modificar, la “reserva de actividad” en edificación que tienen en exclusiva los arquitectos y ampliarla a los ingenieros “competentes en edificación”, utilizando el argumento de que no es proporcionado hacer esta reserva de actividad a los arquitectos y
según los usos de edificios. Se parte de que si un profesional tiene capacidad para hacer un determinado tipo de edificios, ¿por qué no sería capaz de hacer otros?……
Existe un principio dentro del campo de la arquitectura de que la forma es una consecuencia de la función. Esto quiere decir que las características morfológicas y de espacio de un edificio determinado tienen, necesariamente, que responder a un programa de diseño acorde con el uso y la naturaleza del organismo en cuestión. Podría haber ciertas diferencias en cómo abordar el tema del diseño apelando a esta frase, pero la discusión sobre esta idea no vendría por una negación de la misma, sino por una reinterpretación más integral: la función y la forma son parte de un todo, siendo una el reflejo de la otra y viceversa.
Creemos que ningún arquitecto o incluso diseñador pueda tener conflicto interno alguno sobre este tema de la función y la forma, visto que claramente el proceso de diseño nos revela esta realidad constantemente. Sin embargo al querer integrar a los ingenieros como redactores de proyectos de arquitectura se corre el riesgo de romper el equilibrio entre funcionalidad y gracia que se unen en el diseño arquitectónico.
En este anteproyecto se plantea liberalizar la actividad de la edificación independientemente de su uso, ignorando que la función es en gran medida la que delimita la forma, la que configura el espacio o la que da forma al edificio propiamente dicho, aunque luego sea la forma la que de testimonio de las virtudes del diseño.
Con todo esto lo que queremos decir es que pretender que los ingenieros industriales, los de caminos y hasta los de telecomunicaciones (los dos últimos equivaldrían a ingenieros civiles e ingenieros electromecánicos respectivamente) tengan la atribuciones necesarias para proyectar edificios e incluso espacios urbanos, partiendo de sus conocimientos de aspectos meramente técnicos, sería desproporcionado. Un ingeniero sí que tiene sólida formación en varias disciplinas que intervienen en el ejercicio de la arquitectura – tanto o más que el arquitecto- tales como las instalaciones, la resistencia de los materiales o algunos sistemas constructivos. Lo que no tiene un ingeniero – porque no ha sido formado para ello- es un conocimiento global del proyecto arquitectónico o la capacidad de medir lo cualitativo más allá de lo cuantitativo. Puede determinar con exactitud, y mejor que nadie, puntos específicos que vendrían a formar parte de un gran rompecabezas cuyas piezas sólo el arquitecto tiene la real capacidad de ensamblar con criterio uniforme.
Pero incluso proyectar un edificio o un emplazamiento urbano, va mas allá de unir partes con cierto orden y criterio como las piezas de un puzzle, incluso va más allá del objetivo de que quede “bonito”. Proyectar en términos arquitectónicos no tiene nada que ver con proyectar una subestación eléctrica, una presa, una carretera o una factoría de producción en serie; proyectar arquitectura tiene que ver con un razonamiento bien ponderado de las necesidades humanas para el uso cotidiano de los espacios, cuidando entre otras cosas del confort psíquico y físico, tiene que ver con que la tecnología esté al servicio directo del ser humano a escala humana, sin que esto suponga un perjuicio para el equilibrio del medioambiente natural o el entorno sociológico. El ejercicio de la arquitectura se hace prestando atención al hecho de tener que canalizar las condicionantes de diseño en beneficio del individuo singular o colectivo, partiendo de variables tan objetivas como la utilidad del diseño y tan subjetivas como el gusto del usuario, y haciendo una proyección en el tiempo que abarque el pasado, presente y futuro.
Hacer arquitectura no es lo mismo que hacer ingeniería. Calcular un aspecto del edificio o influir de alguna manera en el entorno urbano, por inmaculada que sea esta intervención, no da competencias para actuar como arquitecto. Las ingenierías están al servicio de la humanidad y rinden un aporte invaluable. Son parte esencial del quehacer arquitectónico y en la composición de los edificios, pero no son el todo; ese papel le toca a la arquitectura
Esto es como una orquesta, si la partitura lleva por título arquitectura – el arte y ciencia de proyectar y construir edificios y espacios para el ser humano – el director de la orquesta tendría que ser un arquitecto; los ingenieros serían virtuosos integrantes de esta orquesta que ejecutarían magistralmente su parte de la obra. En algunas ocasiones al ingeniero se le encargaría la ejecución de un solo con el que deleitaría a todos los presentes como gran un concertino e incluso , si fuera el caso, podría escribir su propia obra llamada ingeniería……pero no arquitectura.