Los pensamientos se habían tragado las palabras, abrió la última gaveta de la cómoda, metió la mano hasta el fondo y sacó la pistola, la empuñó y se la colocó en el cinto, el timbre del teléfono lo llenó todo, miró cada cosa en la habitación, abrió la puerta, levantó el auricular y estalló en su oído el turbo de un banco, le anuncia las acciones legales en su contra, cierra; con los dedos abiertos se pasa la mano por la cabeza y no encuentra nada. Llega a la cocina, acaricia la espalda de su mujer, no escucha bien lo que ella le dice, se lleva la mano a la oreja y sin entender aún, le sonríe, empuña la pistola y la acomoda mejor al cinto, le da un beso y antes de que suene otra vez el teléfono logra salir de la casa. Afuera todo lo ve con un extraño fulgor, camina y apenas oye a su perro lanzar un aullido, consigue llegar a la puerta de la camioneta donde un vecino lo saluda, solo logra escuchar –arquitecto-, sonríe, levanta la mano con el ademán del adiós, acciona el encendido y por fin toma la avenida Central, dobla en la primera esquina y ve a la vecina más vieja del barrio de pie, frente a la puerta de tablas azules de su casucha, afligida, con el rostro aterrado, como si hubiera recibido un terrible presagio en pleno medio día, se encuentran las miradas, la anciana le abre los brazos sin levantarlos, como si preguntara algo. Acelera, pasa la Perimetral y se pierde entre un montón de carros, motocicletas, autobuses y bocinazos. Aparece en la avenida Alma Mater y en segundos le pasan las aulas, maestros, amigos y trabajos vividos para llegar a ser arquitecto. Avanza por la Pedro Henríquez Ureña, baja la doctor Delgado y la visión de la cúpula del Palacio Nacional lo traslada al momento de alegría y alboroto de su familia cuando supo, hace tres años, que ganó el concurso para la remodelación de la escuela, a punto de llorar, suspira profundo. Llega a su destino, parquea la camioneta, saluda a un guardia y entra. Lo recibe la foto sonriente del Presidente de la República con su banda tricolor que muestra el escudo nacional a nivel del pecho. La recepcionista le pregunta y el, todavía con el oído nublado, responde –al señor Alcántara, ella llama, habla, lo mira y le dice, -arquitecto, Alcántara quiere hablar con usted y le pasa el teléfono, lo agarra y escucha, se lo pega bien al oído, escucha y responde –¿cómo que ya terminamos?, eso no es así, ustedes me engañaron, son un par de ladrones… ¿que qué voy hacer ?… ¡oh! me cerró, dice. Cuelga, se sienta en la sala de espera, aún le sonríe la imagen del presidente con su escudo, baja la cabeza, escucha voces lejanas en su entorno, se pone de pie, le pide una hoja a la joven de la recepción, garabatea una nota, piensa…piensa, camina hasta la puerta del baño…piensa, la abre y entra, se apoya en los lavamanos, piensa, piensa… saca la pistola. Casi nadie escuchó el disparo.