Por motivaciones donde la vergüenza y el pudor no tienen escasa participación, a la mayoría de los seres humanos se les hace cuesta arriba reconocer públicamente, mucho menos por escrito, las influencias recibidas de su entorno en relación a su comportamiento, preferencia, rechazos, toma de decisiones y demás, aunque la Antropología hace ya tiempo ha demostrado que generalmente somos muy poco originales.

También es de recibo advertir, que los influjos experimentados durante la niñez, a pesar de su gran intensidad, tienen a la vez un alto grado de mortalidad infantil – son breves, episódicos – pero no obstante a ello cuando los rememoramos posteriormente en la tercera o cuarta edad nos procuran una grata sensación de contentamiento y bienestar emocional pues constituyen una parte importante de nuestras fallidas emulaciones.

Lo antes surgió en mi mente cuando el pasado miércoles 8 de agosto 2018 se publicó y leí en la sección Las Sociales del periódico “Listín Diario” un trabajo de Patricia Acosta titulado “Arquitecto escribe libro de sus proyectos” en el cual recogía ilustrado con fotos a color la puesta en circulación de la obra “Pedro José Borrell Benz arquitecto”, evento que tuvo por escenario la Casa de Teatro en la capital dominicana.

Arquitecto Cucho Borrel

Al desconocer por completo la realización de esta celebración no pude asistir ni tampoco adquirir un ejemplar del libro en los días subsiguientes en Cuesta Libros o la librería Trinitaria.  Por lo que a continuación reseñaré los lectores se enterarán de la pena y pesadumbre derivadas de mi inasistencia, atenuadas en cierta medida por la remisión electrónica – PDF – de la obra gracias a los buenos oficios de Ulises, el hijo menor de la familia Borrell – Vega.

Cucho apareció por vez primera en mi existencia santiaguera en septiembre de 1953 cuando ambos teníamos 9 años de edad – somos de 1944 – y éramos bajo un anexo techado de canas condiscípulos en el quinto año de la enseñanza primaria en el célebre Instituto Iberia – aun existente pero en otro inmueble – donde el fenecido catalán José Jiménes Miralles (Don Pepe) formaba a sangre y fuego lo mejor de la juventud de entonces.

Desde ese entonces la Geografía era la asignatura de mi mayor interés, y cada vez que Don Pepe o su esposa Luisa desplegaban sobre la pizarra unos amplios y coloreados mapas ofreciendo las explicaciones correspondientes, imaginariamente me trasportaba a los países integrantes de los diferentes continentes, siendo Europa por lo accidentado de sus contornos – el Báltico parecía una monja de rodillas, Italia una bota y España una piel de toro – la más bella pero más difícil de reproducir.

La maestría de Cucho en la cartografía era impresionante, y como ocurre con los estudiantes huérfanos del arte del Dibujo, la coloración o de cualquier suficiencia, me aproximé al más aventajado que en el caso que nos ocupa no es preciso mencionarlo de nuevo.  Por esta causa en varias oportunidades le visité estando su casa ubicada en la calle Cuba casi esquina Beller, apenas una cuadra del Instituto Iberia.

Este doméstico acercamiento fue el origen de varias y variadas influencias, pero antes de inventariarlas no sería ocioso brindarle a mi lectorado una rápida imagen corporal de Pedro José: en su rostro concurrían elementos cubistas, surrealistas, en fin picassianos, y como había nacido en la atlántica Puerto Plata suponía que sus progenitores o sus ancestros provenían de la lejana Xanadú, la mítica   Shangri-La, o de la exótica Samarcanda.

Existe una plumilla de Oscar Wilde hecha por el pintor francés H. Toulouse-Lautrec y otra posterior realizada por el genio de Málaga, que al verlas me evocan siempre la figura de mi ex compañero de pupitre,  no  cacreyendo  exagerado afirmar, que su singularidad facial conjuntamente con el hormigón viso y la funcionalidad típica de  sus edificaciones, forman parte de su marca personal, de su carta de naturaleza.

Caminaba arrastrando un poco los pies como cómicamente hacía Charlie Chaplin en algunas de sus películas, y al balancear los brazos la parte interior de éstos los dirigía hacia afuera, hacia adelante, es decir que la sangradura (que es la parte del brazo en oposición al codo donde usualmente se hacen las tomas de sangre) se la mostraba  abiertamente a quienes venían en dirección opuesta.  Ahora bien,  su rasgo distintivo era su zurdería puesto que era zurdo de brazos, pies, oídos, es decir constitucional.

Cucho Borrel acompañado

Aunque Santiago en aquella época era una ciudad pequeña, excepcionalmente le veía fuera de su casa-parques, calles, cines, misa, estadio de pelota, clubes recreativos -. Tampoco recuerdo haber siquiera avistado a sus padres, conociendo únicamente a Rodolfo un hermano menor fallecido hace ya muchos años que me parece estudió y graduó también de arquitecto, quien por el contrario era más sociable siendo en los años 60 un fans de la música brasileña, en particular de  Sergio Méndes y Joao  Gilberto.

Luego de estos incisos y retomando el tema expresaremos, que en su residencia apelaba a varios dispositivos para configurar los mapas,  pero para su coloración asumía un método que desconocía: afilaba con una navajita los lápices de colores y gracias a un algodón extendía despacio y finamente las virutas sobre los países a colorear.  Este procedimiento supe luego que se llamaba sfumato – termino italiano -, y la terminación que mi condiscípulo lograba me deslumbraba, invitaba emularlo.

Mi intento consistió en inscribirme en la Escuela de Pintura de Bellas Artes, un inmueble localizado en la apartada Junta de los dos Caminos, al cual me transportaba un autobús que en aquel entonces cobraba sólo un centavo desde la Gobernación hasta allá.  Por más esfuerzos que el prof. Federico Izquierdo y demás emprendieron para que mínimamente  alcanzara alguna destreza fueron inútiles, infructuosas, consolándome a final de cuentas con el paseo que representaba ver el extrarradio de la ciudad.

A mis escasos 9 años imaginaba que las habilidades cartográficas de Cucho y su hermosa caligrafía obedecían talvez a que era zurdo, condición excepcional en aquellos tiempos.  Contrariando mi natural diestralidad ensayé de mil maneras y bajo diferentes circunstancias ser zurdo,  debiendo confesar que usando un viejo cuaderno color caqui de la marca ECLIPSE para escribir con la izquierda, al final del todo tuve  que abandonar el siniestramiento al ver que la siniestra mano rotundamente se negaba.

Sí tuve éxito en el entrenamiento sostenido del llamado brazo equivocado lanzando y bateando – mucho creen que lo soy de nacimiento – en los juegos de pelota que escenificábamos  en los terrenos baldíos una vez existentes entre el Monumento, el Matum y la Zurza, resultándome de gran ayuda el apoyo y consejos de otro compañero de clases en el Iberia llamado Miguel Angel Cortiñas quién también era zurdo constitucional y propietario  de un gran poder ofensivo.  Qué tiempos aquellos.

Por último y notando que la personalidad del futuro arquitecto se caracterizaba entre otras cosas por un notorio aislamiento, apartamiento del ambiente provincial que le circundaba – actitud que entonces estimé como propia de un genio quizás incomprendido – quise también envolverme dentro de una burbuja de retiro y retraimiento de los demás.  Este plagio fue de muy corta duración ya que mi vocación callejera y mi íntima convicción de ser un día una especie de notario de la realidad que me rodeaba, así lo determinaron.

Después del Iberia fuimos por tres años 1957-1960 condiscípulos en la Normal – el UFE – de Santiago separándonos en el cuarto año – él Matemáticas y yo Naturales – formando parte de los primeros bachilleres graduados en el Liceo de Santiago luego del ajusticiamiento de Trujillo.  Ya egresados se matriculó en la facultad de Ingeniería y Arquitectura mientras yo lo hacía en la de Agronomía y Veterinaria, y al carecer ésta última de un inmueble para su físico asiento ocupamos como aula el gran Auditorio de Ingeniería.

Por esta última razón en los años iníciales de la década del 60 veía con bastante frecuencia a Cucho provisto de una regla T, cartabones, papel bond, calculadora y otras herramientas de trabajo, así como a sus compañeros de Arquitectura e Ingeniería recordando a Luis Despradel, Pedro Olavarrieta, Yé Caro, Jochy Veras, Capín García Haltton, Eduardo Selman, Antonio Cáceres, Gianni Cavagliano entre otros, y a reputados profesores por ejemplo Teófilo Carbonell, Papi Calventi, Gay Vega, Manolito Baquero, Andrés María Aybar Nicolás, Polín Espaillat y Guillermo Gonzalez.

Como reafirmación de que la emulación de mi ídolo del Iberia no había sido un desatino, una falsa apreciación de adolescente, a escondidas le preguntaba a sus compañeros universitarios por el rendimiento académico de Cucho; la respuesta fue siempre unánime: es una lumbrera, calificativo muy usual entonces para designar a los estudiantes muy meritorios.  Este testimonio verbal lo recibía como si fuese propio, y en cierta medida resarcía las frustraciones por no haber llegado a escribir con la izquierda, no saber dibujar y colorear, ni saber desconectarme de los otros.

Al informarme por amigos y la prensa escrita sobre sus proyectos terminados en Santo Domingo, acudía prontamente a observarles, examinarles y en todos ellos sus soluciones de diseño y su impronta plástica era siempre la misma, a la cual podríamos calificar de excelencia lapidaria es decir, que sus edificaciones rezumaban concisión, precisión, armonía,  tanto en el fachada, como en los laterales y distribución de los espacios interiores.  El razonamiento y el buen gusto lo dominaban todo.

Esta funcionalidad puede con  facilidad ser evaluada por quienes visiten sus trabajos mas emblemáticos tales como el campus de la PUCMM, el Acuario Nacional, el Huacal, los Jardines residenciales del Embajador, la sede principal del Banco Popular en la Kennedy con Máximo Gómez y los Centros Culturales de E. León Jiménes en Santiago y el Perelló en Baní.  Al ingresar a este último se tiene la hibrida sensación de uno llegar a la comodidad hogareña y al utilitarismo funcional de una empresa.

Las prácticas deportivas a las que poco se entregaba en su adolescencia fueron simultáneamente con el ejercicio de su profesión intensamente cultivadas, dedicándose a la fotografía dentro del grupo Jueves 68 y al submarinismo con fines arqueológicos, siguiendo la ciudadanía con expectación sus acuáticas aventuras en torno a los galeones Concepción, Tolosa y Guadalupe, así como otros antiguos naufragios El senderismo, la pesca y el alpinismo no les fueron extraños.

Como la preservación de cualquier admiración infantil es directamente proporcional al alejamiento, o sea, que perdura más mientras más tiempo transcurre en volver a verse de nuevo, pasaban lustros y hasta décadas sin avistar ni siquiera de lejos al otrora inquilino de la calle Cuba de Santiago, sin embargo mi residencia de especialización en París y visitas a diferentes países, provocaron el surgimiento de un flamante entusiasmo en cuya fuente está sin lugar dudas Cucho.

Se trata del atractivo estético de la Moderna Arquitectura y desde la inauguración del Centro Ponpidou en París hace unos 45 años soy un apasionado, no sólo de Renzo Piano sino también de Calatrava, Bofill, Norman Foster, Moneo, Frank Ghery – su Museo Guggenhein en Bilbao y las bodegas del marqués de Riscal son sensacionales – Rogers, Niemeyer y Herzog/ Meuron entre otros.  Las obras de la anglo/iraní Zaha Hadid hace poco fallecida le quitan el aliento a cualquiera.

Por todo lo antes expuesto y muy probablemente por otros motivos que se me quedarán en el tintero, se comprenderá por qué el arquitecto Pedro José Borrell Benz es un residente de vieja data en el panteón de mis afectos, que dicho sea de paso, todos tenemos edificado en nuestra intimidad.  Fue de mi especial agrado leer lo expresado por Moya Pons en su artículo “Cucho Borrell, el incansable”.  Así dice:  Cucho se,  va en los veranos, a pescar salmones a las costas de Seattle y Vancouver.

No me extraña tan peregrino y original pasatiempo en una artista cuya estelaridad en el dibujo y el diseño regocija con plenitud a sus ex – condiscípulos, colegas y amantes de la belleza en particular. Enhorabuena, Cucho