Luego de 24 siglos, si la UNESCO hace un alto en el camino y declara el año 2016 , el de Aristóteles, eso sólo se justifica por la vigencia que aún preserva el pensamiento del insigne filósofo griego en el mundo contemporáneo. Esa vigencia resulta del diálogo que el Estagirita sostuvo a través de los años con los más variados filósofos occidentales. Para muestra, algunos botones.
Edad Media. Desde tiempos de Averroes (1126-1198), cuando sus manuscritos son rescatados, las obras de Aristóteles han marcado los más diversos derroteros de la filosofía y de la civilización occidental. Autores van y autores vienen, pero su pensamiento sigue siendo el techo bajo el cual se debaten y enmiendan las más diversas concepciones.
La Edad Media, dominada sobre todo por Tomás de Aquino, se levantó sobre las espaldas del Estagirita y así llegó revestida de Victoria y de Suárez a preservar su presencia en la doctrina teológica y filosófica de la Iglesia Católica. Esa presencia conserva su prestancia ideológica en lo sucesivo e incluso en la era post colonial debido a la personalización ontológica del Primer Motor inmóvil del pensador griego. Ese Motor, transubstanciado, deviene ahora “Dios”, es decir origen y causa, principio y fin, de todo lo creado.
Por supuesto, con el paso de los años, las enseñanzas de Aristóteles sufrieron modificaciones y añadiduras debido a sus serias limitaciones conceptuales. No obstante, no sufrieron rupturas que conlleven la desaparición íntegra del mundo y de los conceptos propuestos hace ya dos docenas de siglos. Sus enseñanzas transmutaron –mas no perecieron—en la cresta de las más diversas ideas a través del Renacimiento (Galileo), la Ilustración y la Edad Moderna (racionalismo, empirismo, idealismo, materialismo), en la justa medida en que se depende de él para avanzar el saber científico, el accionar ético y la convivencia sociopolítica.
A seguidas tan sólo algunos nombres que evoquen tan largo peregrinar, señalando divergencias y convergencias esenciales entre Aristóteles y alguno de los autores posteriores más fundamentales. Comienzo ese diálogo o contrapunteo de divergencias y convergencias en tiempos de la Ilustración.
Kant. Kant entronizó las condiciones de posibilidad del conocimiento y su epistemología respira en cada una de sus categorías a priori las soslayadas formas aristotélicas. Una diferencia fundamental lo demarca del Estagirita. Para el filósofo prusiano dichas categorías están desprovistas, a la mejor usanza platónica, de contenidos, mientras que para el griego son inseparables de la materia y por eso fructifica en estudios científicos que van, desde la biología, hasta otras áreas de la realidad física y de la existencia humana. Uno de esos dominios indispensable al pensamiento kantiano es el de la obligación moral.
Según el insigne profesor de la ciudad prusiana de Köning, la ley moral se define por su universalidad y necesidad. La ética kantiana se basa así en un solo imperativo categórico válido para todas las circunstancias posibles y por ello puede vislumbrar –aunque sólo de lejos– la paz perpetua entre las naciones. Concebida así, la perpetuidad de la paz, a semejanza de lo que acontece con la actual Carta de la Paz, únicamente es un deseo, irrealizable por definición.
En vivo contraste con lo anterior, en el caso de Aristóteles la ética está conformada por muchos imperativos hipotéticos, tantos como circunstancias posibles se puedan dar, y por eso las realizaciones específicas son tan fundamentales como las meras aspiraciones existenciales e intelectuales.
En resumen, la ley moral kantiana no se basa en la experiencia, sino en el propio sujeto que es capaz de concebir la ley moral. Su fundamento es a priori. Para el filósofo griego, al contrario, la ley moral emerge de la experiencia, pues son el hábito, la costumbre, la experiencia, los que llevan obrar de manera correcta. Su fundamento es, por lo tanto, a posteriori y no a priori como en Kant.
Pero en medio de ese contrapunteo de importantes divergencias, emerge la coincidencia fundamental debido a la cual Kant no rompe con Aristóteles. Ambos autores consideran que la ética es una forma de vida que está necesariamente relacionada con la existencia social, pues sólo gracias a ésta llegamos a conocer y a establecer costumbres morales. El conocimiento depende de la convivencia social como ésta de la práctica virtuosa. Por una u otra vía, el ser humano no deja de ser ni de comprenderse como social en la justa medida en que puede conocer como ente racional y conoce lógicamente porque es miembro ético de una comunidad.
Expresando lo mismo de manera más simple, como afirmó originalmente el Estagirita antes de que coincidiera con él la Ilustración y con ella Kant, el hombre es racional porque piensa lógicamente y social dado que actúa de manera ética. Fue precisamente eso lo que retumbó a lo largo y ancho de toda la Modernidad por medio del pensamiento del que nos habló Descartes (“cogito”) cuando sembró la semilla de un yo (“sum”) moderno que así comienza a reconocer su existencia.
Hegel. Otro ejemplo de la transfiguración del pensamiento aristotélico puede ser la relación aristotélica–hegeliana. Sin adentrarme aquí en profundidades innecesarias, advierto que la grandeza de Aristóteles y de Hegel reside en haber elaborado sendos sistemas de la realidad bajo una modalidad muy simple que puede ser aplicada a todas las cosas existentes.
En el caso de Aristóteles esa modalidad es la idea de substancia individual entendida como compuesto hilemórfico (forma-materia). Frente a la escuela platónica, sostuvo que las formas o ideas no existen separadas de la materia y en otro mundo, sino que los seres existentes son compuestos de materia y forma. En el caso de Hegel, sin embargo, la idea fundamental no es la de una substancia estática, sino dinámica. En su sistema se trata de un ser que es sujeto y por ello el filósofo de Berlín prefiere a Heráclito –con su célebre “panta rei” (todo fluye)– y finaliza con una Idea Absoluta concebida en vivo contraste con el estático Primer Motor aristotélico incapaz de vivir consciente de sí y de llegar a ser e incluso superar la historia.
No obstante esas diferencias, ambos autores se estrechan la mano a través de los siglos y se reconocen con igual propósito; a saber, explicar científicamente la naturaleza y generar la compresión objetiva del ser humano por medio de la ética, independiente que uno lo haga vía la virtud (aristotélica) en aras de la felicidad, y el otro por medio de la hoy día omnipresente eticidad (“Sittlichkeit”) de la familia, de la sociedad burguesa y del Estado político e histórico.
Por cualquier vía, sea ésta la de la lógica formal que permite conformar lo informe y permanente con su idea, o por medio del método dialéctico debido al cual lo racional deviene real y viceversa, ambos filósofos asumen como bueno y válido lo mismo: es decir, el valor supremo de la razón como única conductora de la vida humana social o histórica.
Schopenhauer. Para completar este contrapunteo meramente ilustrativo de la permanencia del pensamiento aristotélico, despunta la relación Aristóteles – Schopenhauer. Simplificando, aunque arriesgándome a caer en la superficialidad, la cuestión podría resumirse así.
Schopenhauer fue uno de los primero –si no el primer filósofo occidental– en afirmó que el universo no es un lugar racional. E igualmente a diferencia de Aristóteles, sostuvo que la única virtud de la existencia es la "voluntad". A pesar de todo lo cual termina proponiendo a la "filosofía", en tanto que ejercicio eminentemente intelectual, como sustrato o "motor" volitivo. De ahí que para el filósofo polaco la voluntad no rompe ni prescinde del cerco de la racionalidad filosófica.
Y quizás por eso mismo, tal y como sentenció años más tarde Nietzsche, Schopenhauer no llega a superar la metafísica y permanece circunscrito por una comprensión ética de la existencia humana. Esa concepción es heredera de Aristóteles, aun cuando paradójicamente defienda que el sabio no tiene que seguir sus propios consejos.
Así, pues, del recorrido parcial que precede a lo largo de varios períodos y autores de la historia de la filosofía puede generalizarse sin temor a dudas que Aristóteles siempre fue un como interlocutor privilegiado. Queda aún pendiente por descubrir qué lega el Estagirita al siglo XXI y en qué reside su verdadero valor. Ambos temas serán tratados próximamente.