En la 38a Conferencia de la UNESCO del año en curso se aceptó una propuesta de la Universidad Aristóteles de Tesalónica, con motivo de los 2,400 años del nacimiento del filósofo griego. La propuesta declaró el año 2016 como el de Aristóteles.

En este y otros artículos posteriores me pregunto qué importancia puede conservar en el mundo contemporáneo el pensamiento de alguien que formuló todo un sistema filosófico hace ya más de 24 siglos. Y no sólo en términos generales, es decir para la civilización occidental, sino incluso para nosotros como parte inalienable de esa tradición.

Antes de emprender esa tarea me permito resumir sucintamente lo que dicen diversos textos biográficos sobre esa indiscutible cima de la filosofía occidental.

Biografía. Aristóteles (384 – 322a.C) nació en Estagira (hoy día Stavró), pequeña localidad en aquel entonces de Macedonia, cercana al monte Athos. De su lugar de nacimiento proviene su sobrenombre, el Estagirita.

En el año 367, con diecisiete años de edad, fue enviado a Atenas para estudiar en la Academia de Platón. No se sabe qué clase de relación personal se estableció entre ambos filósofos, pero, a juzgar por las escasas referencias que hacen el uno del otro en sus escritos, no cabe hablar de una amistad imperecedera.

Ambos, Platón y Aristóteles, partían de Sócrates y de su concepto de “eidos”, pero las dificultades de Platón para insertar su mundo eidético o de las ideas, en el mundo empírico real, obligaron a Aristóteles a ir perfilando términos como «sustancia», «esencia» y «forma» que le alejarían definitivamente de la Academia y de las enseñanzas platónicas.

A la muerte de Platón, ocurrida en el 348, Aristóteles contaba treinta y seis años de edad. Había pasado veinte frecuentando la enseñanza, pero como los NI-Ni de hoy día, se encontraba en Atenas sin oficio ni beneficio.

Luego de tres años en la ciudad Axos, enseñando y escribiendo (su obra Política), paso a la isla de Lesbos y se dedicó al estudio de la biología. Dos años más tarde, en el 343, fue contratado por Filipo de Macedonia para que se hiciese cargo de la educación de su hijo Alejandro, a la sazón de trece años de edad.

De ser cierto el carácter que sus contemporáneos atribuyen a Alejandro, al que tachan unánimemente de arrogante, bebedor, cruel, vengativo e ignorante, no se advierte rasgo alguno de la influencia que Aristóteles pudo ejercer sobre él. Como tampoco se advierte la influencia de Alejandro sobre su maestro en el terreno político, pues Aristóteles seguía predicando la superioridad de las ciudades estado cuando su presunto discípulo estaba poniendo ya las bases de un imperio universal sin el que, al decir de los historiadores, la civilización helénica hubiera sucumbido mucho antes.

Tras la muerte de Filipo y conociendo el carácter vengativo de su discípulo, Aristóteles terminó trasladándose se refugió un año en sus propiedades de Estagirita y, en 334, fundó en Atenas el Liceo, institución pedagógica que durante años habría de competir con la Academia platónica.

Los once años que median entre su regreso a Atenas y la muerte de Alejandro, en el 323, fueron aprovechados por Aristóteles para llevar a cabo una profunda revisión de una obra que, al decir de Hegel, constituye el fundamento de todas las ciencias.

En realidad el Estagirita fue un prodigioso sintetizador del saber. Atento siempre, tanto a las generalizaciones que constituyen la ciencia, como a las diferencias que no sólo distinguen a los individuos entre sí, sino que impiden la reducción de los grandes géneros de fenómenos y las ciencias que los estudian.

Como él mismo dice, los seres pueden ser móviles e inmóviles, y al mismo tiempo separados (de la materia) o no separados. La ciencia que estudia los seres móviles y no separados es la física; la de los seres inmóviles y no separados es la matemática, y la de los seres inmóviles y separados, la teología.

Ese universo que para él fue su opus científico descansó en la lógica, como forma facilitadora del conocimiento, y en la ética, en tanto que esencia de todo quehacer que mereciera el calificativo de humano.

Destino de una obra. Con la muerte de Alejandro, en el año 323a.C, se extendió en Atenas una oleada de nacionalismo anti macedónico hecho que le supuso a Aristóteles enfrentarse a una acusación de impiedad. No estando en su ánimo repetir la aventura de Sócrates, Aristóteles se exilió a la isla de Chalcis, donde murió en el 322.

Con la caída del Imperio romano, las obras de Aristóteles y las del resto de la cultura grecorromana, desaparecieron hasta que, bien entrado el siglo XIII, fueron recuperadas por Averroes, quien las conoció a través de las versiones sirias, árabes y judías.

Del total de 170 obras que los catálogos antiguos recogían, sólo se han salvado 30, que vienen a ocupar unas 2.000 páginas impresas. La mayoría de ellas proceden de los llamados escritos «acroamáticos», concebidos para ser utilizados como tratados en el Liceo y no para ser publicados. En cambio, todas las obras publicadas en vida del propio Aristóteles, escritas para el público general en forma de diálogos, se han perdido.