Entra el dedito ahí que la jaibita no está. En atención al convite envuelto en esta corta frase, olvidando las consecuencias de la vez anterior en que la había escuchado, y confiando plenamente en el bueno de mi tío Monche, más de una vez me sorprendió el aguijonazo de la uña de su furtivo pulgar derecho, oculto bajo la trampa urdida por la superposición de los dedos índice y mayor derechos sobre sus homónimos de la mano izquierda.
Una invitación con espíritu similar a la del tío Monche hacía recientemente el Tio Sam al ex presidente de Haití Jean Betrand Aristide. Gentilmente sugerían al ex gobernante no regresar a su patria antes de la segunda vuelta electoral, bajo el argumento de que ponía en riesgo la estabilidad de su país. Vaya ironía. Sobre esto, habría que comenzar por preguntar ¿Será que el gobierno norteamericano entiende como desestabilizador, el hecho de que la presencia de Aristide pudiera favorecer al candidato que talvez pudiese ser considerado como menos simpático? y ¿Por qué no hicieron ese mismo pedido a Baby Doc, quien regresó a su país en medio del proceso electoral?
El punto de inflexión subyacente en algunos cambios de gobierno ha sido eficientemente aprovechado más de una vez por el gobierno norteamericano para hacer travesuras. Uno de esos episodios se produjo cuando los grupos conservadores panameños perdieron las elecciones y la señora Moscoso, ante una solicitud de Washington, el día anterior a dejar el solio presidencial puso en libertad al tristemente célebre terrorista internacional Luis Posada Carriles, encarcelado después de haber sido condenado por la voladura de un avión de Cubana de Aviación y la muerte de sus cerca de 80 pasajeros.
A su vez, en una maniobra de tirar la piedra y esconder la mano, el gobierno norteamericano quien, con respecto al golpe de estado en Honduras no estuvo a favor ni en contra, sino todo lo contrario, se las arregló para luego olear, sacramentar y legitimar al gobierno surgido de unas elecciones bajo virtual estado de sitio. Han prohijado un gobierno bajo que sistemáticamente viola los más elementales derechos individuales y desconoce las prerrogativas del ex gobernante constitucional José Manuel Zelaya Rosales, a fin de mantenerlo en el ostracismo.
En otro ejercicio de la gatita de María Ramos, el gobierno de los Estados Unidos ejerció su poder de "persuación" para que la OEA, en una manifestación más de injerencismo se convirtiera en supertribunal electoral de Haití, invalidando las decisiones del, por lo menos legal, Tribunal Electoral haitiano. En este inédito rol, este organismo hemisférico proclamó sus ganadores de la primera ronda electoral, asegurándose de eliminar la más mínima probabilidad de alcanzar el poder a alguien que supusieran vinculado, aunque lejanamente, con el ex presidente Aristide.
Hubo razones suficientes para inferir que, durante buena parte de su mandato, el presidente René Preval recibió abundante presión para a fin de no permitir el regreso del ex presidente haitiano. No obstante, en el momento en que termina el mandato, ya Preval no tiene por qué seguir siendo obediente a los dictados de Washington, y así permite el regreso del ex presidente Aristide. En este contexto, si el ex gobernante hubiese caído en la armadilla de haber postergado el regreso a su patria en nombre de la estabilidad que garantizara la realización de la segunda vuelta electoral, habría corrido el riesgo de seguir en el destierro, pues un gobierno conservador, como el que devendrá de la victoria de cualquiera de los dos candidatos que terciaron en la segunda ronda electoral, no se negaría a la petición que, casi con certeza, le habría cursado el gobierno norteamericano para mantener extrañado al ex sacerdote jesuita, y así " no poner en riesgo la estabilidad de su país".