Aunque Stravinsky formulara los fundamentos de la poética musical en los albores del siglo XX, el discurso musical siempre ha tenido sus bases, unidades, principios y categorías que se conjuntan en el signo musical. Sintagmas y paradigmas musicales producen senderos poéticos y composicionales que influyen en la audición del sujeto sensible, caracterizado por explorar los ejes sensibles de la fluencia comunicadora basada en el ritmo-tensión del ente sonoro-musical.

Música y musicalidad son dos constituyentes desde los cuales se pronuncia el sentido sonoro y el conocimiento desde el ritmo, la armonía y la melodía en diálogo percepto-sensible. Los  comienzos del paleocristiano, el románico y posteriormente el gótico, el tardo-gótico, la música fue considerada como espacio sonoro o signografía armónica.

La música es un signo abierto al sentido que pronuncia el sentimiento interno del sujeto. Música y matemática se entrelazan en forma y sentido. Pero también, según nos muestra Stravinsky. La música integra el ritmo al sentido, tal y como lo muestra Pierre Schaeffer en su Tratado de los objetos musicales (Alianza Editorial, Madrid, 1988)

Los objetos musicales forman parte, en la comedia barroca, del escenario y las estructuras elementales de la representación y la significación sonoro-musical. (Véase, Enrico Fubini : La estética musical desde la antigüedad hasta el siglo XX

Para el compositor y el intérprete, la sonoridad musical se convierte en un sendero melódico, rítmico  y armónico desde el cual se instituye la sensorialidad estético-auditiva. A partir de una visión conjunta entre lo instrumental y lo sensorio-perceptual, se acepta el conocimiento de las estructuras y funciones del discurso musical. La temporalidad de la música le permite al oyente o espectador reconocer cada unidad en su tono, timbre o intensidad. Es a partir de esos rasgos suprasegmentales como el intérprete y compositor unifican la particularidad del detalle y la generalidad de la forma musical.

La poética de Stravinsky, Xenakis y Boulez pretende ser un mecanismo estético de análisis, evaluación y doxa acerca de la obra musical. Para el trompetista, pianista, violinista y demás intérpretes, la poética musical es una prueba, así como el conocimiento de una verdadera distribución de la interpretación de la forma musical y los mensajes musicales.

Toda la tradición de la música sagrada y profana, así como los elementos residuales de la música aleatoria e integradora, articulan un cosmos generador de experiencias y posibilidades acústicas y musicales. Entre la orquestación y el equilibrio de lo acústico y lo musical existe un acoplamiento y un orden físico-energético y fisio-fono-musical a partir de los cuales se instituye el rito de la relación en proporción expresiva.

Tanto las estructuras parciales de la interpretación o ejecución musicales( Mozart, Beethoven, Chopin, Palestrina y Bach), posibilitan en el proceso de construcción del discurso musical, tanto la temática, como la forma, donde la unidad se mantiene como recorrido secuencial, melódico y armónico.

El registro épico lírico del arte moderno

Es por eso que existe en el marco de los géneros artísticos, un registro o significado intuicional interno llamado registro  épico-lírico, revelador de una historia o relato llamado trazado temporal estético-orgánico. Estas dos vertientes genéricas que definen el arte moderno y que también sirvieron de fundamento al arte clásico, funcionan en el renacimiento y desde el romanticismo, como fundamento específico donde se articula lo artístico en tanto que expresión particular y general tal y como podemos leer en los fragmentos de la Enciclopedia de Novalis y en el Misterium magnum de Jakob Boehme.

De lo que se trata es de reconocer una temática y una forma a partir de dos modos de significación de la realidad, mediante un acercamiento característico de la visión totalizadora del logos, pero también, mediante el sentimiento, la forma y el reconocimiento estético particular del lenguaje.

De ahí que la arquitectura, la escultura, la poesía, la música, el teatro y otros modos estéticos de significación, se sitúan en un campo racional-constitutivo, a través del cual la sensorialidad y perceptualidad atestiguan los variados resortes de la creación cultural y las manifestaciones expresivas de los artistas.

A partir de los escritos de Víctor Hugo, Paul Verlaine y Charles Baudelaire, Paul Valery, Stephane Mallarmé, acerca de los fundamentos de la poesía, el teatro y la crítica del arte, empieza a tomar cuerpo una estética moderna dirigida, por un lado, a presentar lo clásico, y por otro lado, lo moderno y lo romántico. Estas dos vertientes configuran, a grandes rasgos, la manifestividad épico-lírica, así como la nueva forma representativa de lo lírico y épico en tanto que tipos emocionales y motivacionales diferenciados.

En las poéticas clásicas y en la preceptiva y la antropología artística de los siglos XVI, XVII, XVIII, se sostiene un marco definicional  donde lo lírico y lo épico construyen los mundos y las mentalidades representativas de una cultura artística, tendencial y estética (romántica, sensualista, realista, neoclásica, etc.). El trazado genérico, así como la expresión unificada de las estructuras épicas y líricas, le permiten, tanto al espectador como al creador, una visión mejor advertida y cualificada de la sustancia del arte moderno.

Las nuevos tratados artísticos posteriores a Horacio, Boileau, La Bruyere, Lope de Vega, Moliere y los alemanes, Lessing, Baumgarten, junto a G. Vico y la posterior lectura de Benedetto Croce, van a confirmar, en la modernidad, que lo lírico y lo épico constituyen un registro y una actitud del significado artístico.

Todo un cuerpo teórico que luego habrá de concluir en Kant, Hegel Dilthey y Heidegger, particularizará más tarde la expresión liberal y una estética a través del juicio crítico-estético así como un pensamiento de apertura en el marco del arte occidental.