Cuerpo mío varado en una bahía de silencio

Muerde el tamaño, el taladro, el estertor.

Jonás Marthan

I

Si me pidieran hablar de la escritura de Jochy Herrera y René Rodriguesoriano diría “bueno, depende”. De inmediato los definiría fuera del lugar. Eso es lo que les gusta a ellos: una mirada al sesgo. Miran al sesgo y reconocen cosas imposibles de resolver para otros escritores que están en la línea central, los que están “metidos adentro”. Esto nos propone dos posibilidades, una metafórica, que es una gran hipótesis porque retrata la localización de la escritura, no su burocratización. La segunda posibilidad es teórica, ya que los usos y las lecturas de la literatura se afectan con el movimiento, y para el lector aguzado es un deleite perseguir las divagaciones filosóficas o la ficción de estos personajes. Si me pidieran hablar de ellos diría que la escritura los ha encontrado en un momento interesante: uno de ellos vivió mucho tiempo fuera y ha regresado a la mediaisla mientras que el otro nunca se fue, quién dijo. Se ha ido quedando en otras latitudes, se ha ido alejando del ruido de una comunidad para entregarse a la escritura y a su oficio como un viejo samurai que pesca en la orilla. En suma, diría que es una literatura pendenciera y marginal. Se desarrolla bajo una suerte de cabotaje y este conflicto determina su condición.

Jochy Herrera, escritor, ensayista, cardiólogo. Autor de Extrasístoles (y otros accidentes), y La Flama Magna, entre otros libros.

II

Di con los primeros textos de Herrera mientras estudiaba en Puerto Rico. Lo suyo eran ensayos de todo tipo que salían con regularidad en la revista Contratiempo. Ya en Chicago pude leer sus libros. En Extrasístoles leí cómo las ideas se iban desprendiendo de sus cavilaciones e iban tomando vuelo. La sensación de devorarle en un libro de ensayos completo y no por fascímil otorgaba otra respiración a su escritura. Me di cuenta de inmediato que estaba frente a algo inusitado: un escritor dominicano que se regodeaba en la cuestión, que escribía libros ofuscados en el tropiezo, que buscaba la belleza del ser humano en sus torpezas y olvidos, en el despiste, en la sístole… o sea, un escritor interesado en lo que a cada momento se rompe, lo que supuestamente se pierde en las traducciones, en las translaciones, en la palabra que saca el aire, en los acentos y sus rotaciones. Una escritura viva, tan lejana de la voz de nuestros beneméritos ensayistas del terruño, que escriben demasiado bien… Tanto, que parece que desconocieran la duda.

A René lo conocí gracias a Julia. Una noche, tendría yo once años, estaba en una esquina del mostrador del colmado de mi casa, en el barrio duro de Villa Duarte. Me recuerdo como ahora en una silla que le faltaba una pata, recostada de un zafacón. Las bocinas de la bodega gobernadas por una sola bachata. Me veo leyendo el tomo VIII de la El nuevo tesoro de la juventud. Estaba tan concentrado en la lectura, que llamé la atención de un visitante que tomaba unas cervezas con Carmelo, el Boschista de nuestro callejón. El Visitante era escritor y poeta. Andaba con una copia de su libro de versos llamado Albricias y otros libros más. Esa noche se dio una borrachera de apaga y vámonos. Recitó como nadie el Romance sonámbulo mientras la gente le aplaudía o se burlaba. Otros se animaban a recitar décimas o hacer chistes. Estas discusiones llegaban hasta la pelota o la política y la gente se entraba a trompadas, a puñaladas, a besos y abrazos. Dominicana, tras dos dictaduras de corrido y una guerra civil en las costillas, empezó a descolocar el silencio y las palabras se fueron multiplicando en número y decibeles. Esa noche el poeta con el jumo dejó los libros en el mostrador. Yo le eché mano a ese botín, que debe haber sido horrible porque de lo único que tengo memoria es de una antología medio a la garata con puños en donde había un cuento llamado Su nombre Julia que relucía brillante sobre el mic en una mano.

René Rodríguez Soriano

III

Si me pidieran escribir o convesar sobre la escritura de estos dos camajanes me tocaría enfatizar que una buena manera de estudiarlos sería imaginarlos como dos flechas que salen disparadas del Caribe. Y el Caribe no es cualquier arco, sino una pieza de relojería enmarcada en (des)composiciones de todo tipo, desde mucho antes del accidente de Colón, pasando por las intespestivas invasiones norteamericanas y ahora con los narco estados que flotan violentos en el azul turquesa. Un Caribe complicado geográficamente, socialmente, y que para estos fines empieza en Nueva Orleans y se expande hacia Barranquilla. Si estos escritores son esas flechas que contagian de sabor y experiencia tanto la escritura nacional como la de la diáspora, la idea del Caribe como arco reluce como una posible poesía para su estudio, su conversación y divulgación. Para aplicar una teoría, ya que las estructuras siempre nos ayudan y proponen comparaciones audaces, podríamos arriesgarnos a leer a estos actores de la travesía como parientes de la experiencia neocolonial y el arquetipo del macho dominicano, no para calcarlo, sino para descomponerlo, cuestionarlo y asediarlo, repito, desde una mirada que no le debe nada a nadie, que no tiene compromisos morales o políticos, ni militares, ni comerciales. Es más que una escritura de la diáspora, en un tiempo en donde el mismo concepto se ha vuelto algo dudoso. Se trata de una escritura del outsider con insight. El desafío de la lírica y el afán de conocimiento.

IV

Ambos escritores tienen una extensa y jugosa bio-bibliografía pero para tensar el arco me concentraré en la colección de cuentos de Rodriguesoriano, Jugar al sol. Esta antología ha sido compuesta por Máximo Vega y en la misma es posible encontrar el ojo lector de vanguardia de un escritor que conoce su oficio y tiene además la sensibilidad de encontrarse con René en la brillantez, la poesía y la alegría de su cuentística. Desde que ese libro cayó en mis manos, hace un tiempo ya, me he referido a él como un libro feliz. Un libro casi infantil hecho pare ser sol y jugar afuera. Vega lee bien y ha escogido cuentos y no poemas. Y es que este es un libro de juguete y el cuento, con su carga lúdica, con su doble moral, se presta muy bien para crear momentos de fuelle y no de cierre. Este es, según Vega en la introducción, una suerte de mapa para leer a un inacabable Rodriguesoriano.

En cuanto a Jochy, meditaré sobre sus Fugas y visiones, que es un libro que me interesa por varias razones. Después de haber leído La flama magna, un libro de ensayos editado por el Comisionado de Cultura hace algunos años, quedé con ciertas interrogantes generales sobre su escritura. Cuando en sus primeros libros pude notar cierta fluidez en la prosa analítica, en La flama hay una suerte de forcejeo entre la duda y el lenguaje. Cabe aclarar que esto no tiene nada que ver con los enunciados populares y científicos que allí se plantean. Mi curiosidad está relacionada al hecho de que como lector, pude darme cuenta de la suerte de batalla interna y las contradicciones ideológicas en el texto. Como si el escritor estuviese pronunciando estos cuestionamientos en voz alta, sin interés de alumbrar el camino, sino más bien palparlo, sufrirlo, embarrarse y caer. Como si el hecho de estar escribiendo el libro alrededor del corazón, órgano que por años ha trabajado y estudiado con pasión, lo pusiera en una condición o posición mucho más incómoda. En Fugas y visiones, sea ya por el literal cambio de perspectiva (el regreso a la Mediaisla), o por la distancia y el tiempo del libro anterior, aparece de nuevo la prosa fluida, esta vez, con la suerte de cicatriz intelectual dejada por el texto anterior. Lo anterior comprueba el trabajo de un escritor no es algo del todo individual, sino que uno siempre anda escribiendo el mismo libro.

Sí, yo también he tenido una visión.

Rey Andújar

Sergio Pitol

Jochy Herrera no tiene tiempo para la añoranza. La escritura en De fugas y visiones es de un ritmo acelerado. Uno les llama ensayos a estos papeles pero, en verdad ¿son ensayos? Y no es una burla ni una mala intención del escritor. Esta es la escritura del goce, que es siempre animal o caníbal porque se goza en sí misma. Es su llama y deliciosamente ahí se consume. Es un gusto además verlo describir a Buenos Aires. Al Baires de ahora y no el construido en la difícil nostalgia Borges. Y hablando de Borges, es fácil establecer lo siguiente: la prosa de Jochy gusta porque es inteligente, porque se piensa poesía, como diría Iván Silén. Jochy es intenso, abarca mucho y aprieta más. Es ambicioso. ¿Y por qué? Cuenta con la mejor memoria muscular: horas y horas-nalga de lectura. Jochy entiende que en la filosofía es posible quererlo todo, y su background de lector de vanguardia le provee con pies de amigo para, a lo Sor Juana, cuestionar la maquinaria universal. El libro entero está buenísimo. Ya dije que me encanta el ensayo de Buenos Aires. Otro que me derrite es el de “Poesía, ese viaje”, donde se cumple la profecía que anuncia que los escritores y las escritoras andaremos con un espejo en el camino, para mirar la vida, para mostrarnos al otro con paisaje y todo. La parte final, en donde se mete con la fotografía, el dibujo, la traducción, me gusta mucho también; aprendí varias cosas allí. Y el texto final, en donde propone una nueva idea de Caribe. “Caribe 2.0”.

VI

¿Cuál es el peso del nombre? ¿Qué hay tras el mismo? Tiene razón Máximo Vega en el prólogo de Jugar al sol cuando afirma que “Su nombre, Julia”, es un cuento, sino clásico, representativo de la cuentística del Caribe. Un cuento en escrito en segunda persona, la voz que figuro yo es la más arriesgada, sobre todo en un cuento tan breve. Pero quizás ahí radica su fuerza, en el aliento poético y en la suerte de onomatopeya con la que juega cuando hace que las palabras reboten en el oído de quien lee:

Quieres poseerla, hacerla tuya, ahí mismo y para siempre. Pero ella propone

-quilla el sonido con su voz de contralto, dulcísima, afinada-, visitar las ruinas del Hospital San Nicolás de Bari y tú, conocedor, arrobado, la complaces, y haces creer que miras las chimeneas de El Timbeque para, sin mucho disimulo, meterte entre sus ojos, escrutar el horizonte y desde allí, soñar, volar por entre el brillo que se expande.

Este es quizás uno de los relatos más juguetones de nuestra cuentística contemporánea. Comparable en este aspecto del juego quizás con “El mundo es algo chico, Librado”, de Pedro Antonio Valdéz. El resto de historias contextualiza muy bien la intención de la antología. Es la escritura de la añoranza pero aquí no hay tristeza sino sensualidad, sobre todo de Julia, que es todas las mujeres al mismo tiempo en todos los tiempos. Este es un libro brillante, pertinente y acertado. Una gran invitación para adentrarse en el universo de un gran escritor.

VII

Las extensiones del concepto Quisqueya en el Caribe se enriquecen y se desarrollan gracias a los intercambios culturales y sociales que permiten a los dominicanos y dominicanas establecer relaciones y proyectos más allá de la idea de lo norteamericano o estadounidense como destino final. Nuestra diáspora, es tiempo ya, necesita de una revisión teórica y práctica que nos permita ensanchar conversaciones acerca de comunidades que ya se han diversificado en sí mismas. Como lectores y estudiosos, debemos también convertirnos en flechas y dispararnos desde el arco esencial que es el Caribe.