Aramis es un hombre del pueblo que no obstante vivir en un barrio humilde de la capital, tiene el mismo oficio del pincel que el genial artista Pablo Picasso, y sigue su mismo estilo cubista, pues Aramis coge un cubo de pintura y también con un pincel, en este caso una brocha gorda, pinta con mucho arte e ingenio una habitación, una fachada, o todo un edificio si es necesario. Aramis es un hombre entrado en canas, sencillo, muy afable y resuelve de inmediato todo lo que usted le pida. Coge la vida tal como viene, con sus altos de pocos pesos y sus bajos de frecuentes crujidas, siempre con una filosofía positiva, y con una sonrisa ya un tanto desdentada, de propina.
Aramis, como tantos y tantos dominicanos, ha intentado buscar mejores expectativas materiales y, sin dudarlo ni un solo instante, se ha montado en la peligrosa yola de los sueños y naufragios que sale subrepticiamenterumbo a Puerto Rico, nada menos que ¡cinco veces! en el transcurso de su agitada vida, y las mismo cinco lo han devuelto, como un moderno paquete exprés, en calidad de deportado nada más pisar las playas boricuas, sin poder cumplir sus anhelos de desembarcar en otras tierras más promisorias.
Por eso, cuando hablo con él, le llamo cariñosamente Aramis, el almirante. Sobre estos viajes le pregunto a menudo y me narra sus peripecias marineras de una manera tan jocosa como verídica. Por ejemplo, el viaje más atribulado de todos, fue cuando salieron de las playas del este varias personas y a la embarcación, un cascarón de estafas llena tablas viejas, se le daño el motor en mar abierto y estuvieron nada menos que nueve días a la deriva, llegando arrastrados por las corrientes hasta las costas de Florida, donde fueron recogidos por las autoridades norteamericanas más muertos que vivos por inanición y deshidratación severa, pues pronto se les agotaronlos pocos alimentos que llevaban a bordo.
Me cuenta, como en los últimos días, los ocupantes de la embarcación, con los estómagos vacíos pegados en las espaladas, los ojos borrosos, los labios resecos, la piel quemada, y un sol trastornador fundido dentro de la cabeza, miraban con hambre caníbal a una mujer en tan mal estado que podía fallecer en cualquier momento. “ De haber muerto, me confesó con la mayor sinceridad del mundo, nos la hubiéramos comido “, tal era la desesperación de los pobres viajeros, y por analogía me hizo recordar el tristísimo episodio del avión uruguayo que se estrelló en los Andes.
También me contó -es un hecho real- cómo un amigo suyo, durante una travesía hacia la Isla del Encanto, y en el momento que el mar estaba calmo, se lanzó al agua para darse un chapuzón y hacer un poco de ejercicio, con tan mala suerte que un tiburón hambriento que o bien pasaba casualmente por ahí, o bien esperaba su ración semanal de naufrago por esa ruta tan conocida por los escualos, solo dejó un rastro de sangre en el agua, como en aquellas películas antiguas de correrías de piratas por el mar Caribe.
Sobre estos viajes hay innumerables historias, lamentables y trágicas muchas, fracasadas la mayoría de ellas, muy pocas con éxito, y algunas de ellas hasta anecdóticas. La más curiosa que he escuchado en este sentido, y por la persona que me la contó es digna de ser creída en su totalidad, aunque parece increíble, es la de otro almirante que se fue cuatro veces en yola a Puerto Rico y las cuatro fue repatriado de inmediato, dejando colgando su espíritu aventurero en la percha del olvido para siempre, porque no resistía el pánico que le causaba la escasa media hora de vuelo cuando lo devolvían a nuestro país. No le tenía miedo a los mil peligros del mar y se derrumbaba con solo ver el avión.
Así es de variada y contrastada nuestra existencia. Bien, volviendo a nuestro personaje, Aramis el almirante, ya hace tiempo que dejó sus sueños de emigrar dentro de las latas y los rodillos llenos de vivos colores, y lo más cerca que ahora se aproxima a Puerto Rico es cuando encaramado en su escalera en una pared canta aquello de… “el jibarito va, cantando así, diciendo así, cantando así por el camino… “ . ¡Cuántos almirantes descocnocidos,como Aramis, tenemos en el país!