En 2016 la Real Academia Española inició una ingeniosa campaña de publicidad en un esfuerzo por detener la invasión lingüística, estimulando el rechazo al uso de palabras extranjeras y promoviendo las expresiones equivalentes en español castizo. El impacto de ese despliegue de recursos publicitarios para proteger la pureza de nuestra lengua es aún desconocido, pero si lo que viene ocurriendo desde hace siglos es indicio del futuro de nuestro idioma, las buenas intenciones de los académicos no tendrán gran incidencia en la evolución del léxico de los hispanohablantes. La lengua de Cervantes seguirá contaminándose (o enriqueciéndose) con barbarismos y extranjerismos, hasta adquirir algunos de esos vocablos invasores plena ciudadanía por la conveniencia de su uso para una mejor comunicación, sin importar los muros de contención erigidos en defensa de la soberanía lingüística. Muchas otras palabras- tanto autóctonas como importadas- pasarán de moda, sencillamente porque no ayudan a comunicarnos mejor.
Los distinguidos académicos saben que a pesar de las repetidas victorias de la Reconquista que liberó a la península ibérica de la odiosa ocupación islámica en el siglo XV y la posterior expulsión de los moriscos en el siglo XVII, no se detuvo el proceso de simbiosis cultural de la lengua que persiste hasta nuestros días. Se estima que unos 4,000 arabismos han enriquecido nuestro vocabulario, en su mayoría sustantivos, algunos adjetivos, y curiosamente solo unos pocos verbos. Aunque algunas voces mozárabes han traspasado los Pirineos para penetrar en otros idiomas europeos- como almendra transformada en almond(ingls)/amande(francés)/mandorla(italiano)/Mandel(alemán)– muchos arabismos han desplazado del español las palabras de origen greco-latino que siguen vigentes en otras lenguas romances. O como el caso de los arabismos aceite y aceituna, muy presentes en el español castellano para designar alimentos importantes de la dieta mediterránea, pero que en otros idiomas europeos no han logrado desplazar los derivados de óleo-olivo de origen greco-latino. La simbiosis se manifiesta cuando decimos “aceite de oliva”, marcando la preponderancia del arabismo sobre el latinismo, pues no decimos “óleo de aceituna”. Sin embargo, en portugués y en catalán se utilizan derivados del latín óleum para referirse tanto al aceite comestible como al lubricante.
Son abundantes los alimentos que designamos con arabismos (aceite, acelga, albóndiga, albahaca, alcachofa, alfajor, alfalfa, almíbar, atún, arroz, azafrán, azúcar, berenjena, espinaca, jabalí, limón, naranja, sandía…zanahoria). Pero también son muchos los términos militares o relativos al gobierno y la administración del estado, desde rangos militares como adalid, alférez y almirante, edificaciones militares como alcázar y atalaya, oficiales públicos como alguacil y alcalde. La botánica, la ingeniería y las matemáticas, la agricultura y la medicina son solo algunas de las muchas disciplinas profundamente impactadas por el léxico mozárabe en nuestro idioma de cada día.
En definitiva, privarnos del uso de arabismos en nuestra habla diaria no tendría ningún sentido, como tampoco sería sensato prescindir de los números arábigos (incluyendo el revolucionario “cero”) o los turrones de almendras, ni destruir los monumentos arquitectónicos de los invasores, como la Alhambra y la mezquita de Córdoba. No conozco a nadie que abogue por volver al lenguaje que hablaban los habitantes de Hispania antes de la ocupación árabe de la península, prescindiendo de los arabismos, indigenismos, americanismos y demás “ismos” que no responden a ideologías, sino a la conveniencia de tener herramientas para comunicarse mejor sin protocolos rígidos. Hoy el lenguaje que consideramos castizo comprende numerosos arabismos e indigenismos, para solo citar dos tesoros inmigrantes en nuestro rico acervo léxico.
¿Tiene sentido entonces luchar contra el uso de palabras que designan nuevos conceptos como “brainstorming” o “benchmarking” cuando en realidad hacen la comunicación más efectiva? Igual sentido que combatir el uso de la palabra “cafeteria” en el inglés hablado en Estados Unidos en lugar de su autóctono “coffee shop”, o insistir en desterrar el “ranch” estadounidense por su procedencia de México. Los angloparlantes, en lugar de rechazar voces nuevas por ser extranjerismos o barbarismos, les dan la bienvenida y las llaman “loanwords” (palabras prestadas).
Es mejor dejar que nuestra lengua evolucione orgánicamente, tomando prestadas aquellas voces de cualquier procedencia que resulten convenientes para hacer la comunicación más efectiva, como se hizo oportunamente hace siglos con aceite y zanahoria, cacique y hamaca, enriqueciendo en el proceso nuestro apreciado acervo lingüístico, concierto polifónico de la diversidad cultural.
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http://www.huffingtonpost.es/2017/01/05/espanol-estados-unidos_n_13872082.html?utm_hp_ref=spain