Cuando una persona recibe dos informaciones diferentes, y sobre todo si son muy diferentes o totalmente contrarias a la realidad, suele suceder que su cerebro sufre una hernia de entendimiento por lo que dicha persona queda hecha un lío mental durante un tiempo, hasta que el melón cárnico llamado cabeza más o menos se aclara, si es que alguna vez llega a aclararse del todo.

Por eso es que tantos dominicanos padecemos de enfermedades en nuestra azotea que es donde se asienta la mente, aunque algunos la tienen en el bolsillo, en la bragueta, en el estómago, o simplemente carecen de ella. Si nuestro recordado siquiatra Zaglul hubiera escrito su famoso libro ¨Mis quinientos locos¨ en esta época de circulación salvaje sin duda lo hubiera titulado sin equivocarse ni en uno solo ¨Mis cinco millones de locos¨.

Por ejemplo, lo que afirmó el director de la DIGESETT de que aquí no hay tapones, que solo ocurren en determinadas horas pico, y la remata diciendo que los empleados llegan a tiempo gracias al trabajo de los agentes.

Una sentencia que debería inscribirse en una grandes lápidas de bronce y colocarlas en los puentes y otros puntos visibles de la 27 de febrero, la Kennedy, la Máximo Gómez, a la salida y entrada por puente del Ozama, el peligroso malecón, y otras vías similares para elevar la moral y el optimismo de los conductores en lugar de que vayan soltando maldiciones por llegar tarde a sus citas o empleos.

Pero tal vez el autor de tan insigne frase tenga razón porque aquí no hay tapones sino taponazos, super tapones o tapomáximos y no solo en las horas pico sino en las horas plumas, horas patas, horas mollejas y horas pechugas.

Que uno tarde una hora, hora y cuarto u hora y media en hacer un recorrido en vehículo que en una ciudad ligeramente organizada sería de quince o veinte minutos, no es por culpa de los tapones sino de nuestra obtusa percepción de la realidad, que tiende criticar sistemáticamente a funcionarios y gobiernos.

Que uno gaste un 25% más de caro combustible por las paradas y retenciones, los semáforos, las filas interminables de carros que pasan antes del nuestro, afectando la billetera y el presupuesto familiar, tampoco es por culpa de los tapones sino del carro obsoleto que poseemos, al no tener un costoso motor híbrido o eléctrico.

Que uno tenga que dar más excusas que un entrenador de futbol para justificar que a su equipo le dieron una pela a calzón quitao' en su propio campo, al llegar por enésima vez tarde al trabajo no es por los tapones interminables, es solo por lo que llaman por ahí ¨gadejos¨, ganas de jorobar, no sean mal pensados.

Que uno salga de la casa por la mañana, mediodía, tarde o noche y al subir al carro ya comience con mal presagio desde el primer semáforo y llegue con un humor de perros a su destino por tantos arranques y pares, por tantos pares y arranques, por los diez mil carros que tiene delante tratando de adelantarse afectando así su sistema nervioso y su estabilidad emocional, no es culpa de los tapones sino de su sicólogo que no sabe cómo tratarle la neurosis y además le propina unas tarifas que lo dejan aún más aloqueteao' de lo que estaba.

Como buenos ciudadanos y en pro de nuestra salud mental, creamos lo que el alto funcionario nos dice: Aquí no hay tapones. No señor.