Debía conmocionar al ser más insensible enterarse que durante siete años consecutivos, ya en el siglo 21, han estado muriendo más de dos niños cada día en un hospital público de la capital dominicana, Santo Domingo. Ese es un promedio mayor que el de las bajas en combate que en estos momentos puede provocar cualquier guerra en Irak, Afganistán o Siria. El asombro ante tantas vidas perdidas provoca preguntar ingenuamente: ¿cuáles características humanas tuvieron que existir para que predominara tanta insensibilidad de parte de los funcionarios, empleados y médicos que estuvieron enterados permanentemente de lo que sucedía? ¡Que nadie alegue ignorancia del desarrollo de los hechos que han llevado hasta el derrame de una copa que se ha estado llenando a la vista de todos! Alegar ignorancia ofende a la inteligencia del pueblo dominicano.
¿Qué se hizo o se dejó de hacer para que la crisis llegara a nivel de infanticidio? Evidentemente, estos homicidios involuntarios pueden haber sido causados por omisión, por comisión, por incapacidad o por negligencia. No existen circunstancias atenuantes imaginables para enjuiciar el problema y evitar la repetición de estos.
Los vientos que soplaron a favor de los gobernantes de años recientes han provocado esta tempestad que raya en el genocidio. ¿Qué hacer ahora? Para ser justos en el análisis y en la solución debemos decidir si buscamos culpables para castigarlos o identificamos a los responsables para justificarlos en base a la politiquería. La supuración del pus de la putrefacción de la política dominicana hizo erupción a través del infanticidio involuntario del hospital “Robert Reid”. Si nos concentramos en buscar culpables, la carga caerá sobre médicos y funcionarios políticos-administrativos. Mientras, los cadáveres de 5,763 niños que murieron allí entre 2006 y 2012, puede que se consuman totalmente en el huequito que les cavaron para permanecer sepultados dignamente.
No está en falta ni comete injusticia alguna el Presidente de la República al sustituir en sus respectivos cargos a la directora del hospital y al Ministro de Salud Pública. Pero eso no es suficiente. Faltaría saber cuál será el tratamiento en relación con la Vicepresidente de la República, ocupante de un cargo electivo, quien se vanaglorió meses atrás por su protagonismo en el funcionamiento de ese hospital público al tiempo que gastaba millones de pesos en pintura y pañete para disfrute de las cámaras de televisión. ¿Y qué decir del anterior Ministro de Salud Pública y sus conflictos de intereses con los del cargo que ocupaba, premiado posteriormente con otro ministerio? ¿Quién gobernó durante tres períodos el país cuando soplaban los vientos que ahora han provocado estas tempestades?
Echarle la culpa al sistema hospitalario como un todo es una evasión irresponsable porque diluye la culpa y la responsabilidad ante tal infanticidio culposo. Lo más incómodo para los gobernantes actuales es ponerle nombre a quienes, desde los más elevados cargos de la administración pública, tuvieron la cachaza tan dura como para enterarse periódicamente de las defunciones y soportar estoicamente que día tras día, laborales o festivos, fallecieran más de dos hijitos de Machepa, recientemente nacidos, y poco hicieran para detener la oleada de muertes. No se inmutaban ante la pandemia de irresponsabilidad porque, quizás, no les afectaba la sensibilidad y poco era lo que se publicaba en los medios de comunicación que pudiera despertar la opinión pública en momentos en que otras grandes deficiencias de la administración del Estado dominicano se debatían a nivel internacional dejándola mal parada.
Sin caer en la desesperanza aprendida, podemos vaticinar lo de siempre: se encontrarán algunos culpables como chivos expiatorios y los verdaderos responsables seguirán haciendo campaña electoral aunque nunca tuvieron tiempo en su agenda para indagar por qué morían diariamente, sólo en ese hospital, más de dos infantes, víctimas propiciatorias de la irresponsabilidad política.
La privatización de todo lo estatal y la consigna de “coca mandó la ley” han podrido hasta la médula las maquinarias depredadoras disfrazadas de partidos políticos. Han gastado sumas inconmensurables que no somos capaces de imaginar que poco han servido para resolver uno solo de los problemas fundamentales de la nación, llámese este seguridad ciudadana, energía eléctrica, agua potable, transporte, educación o salud.
Han rascado mucho, pero han rascado allí donde no pica, donde no hay comezón, aunque hayan engordado sus bolsillos hasta el asco saqueando el erario.