Siendo estudiante escuché de Rubén Ríos Ávila una sentencia que se me antojó feliz: "La victoria del poeta es siempre una victoria pírrica". El puertorriqueño explicaba las derivas estéticas de una figura importante del modernismo, pero aprovechó para explayarse en conjeturas sobre el hacer poético en general, que lograba describir como de una majestuosidad poco menos que mística. He recordado ese aforismo con la lectura de El piano (Bokeh, 2016) de Reina María Rodríguez (Cuba, 1952).
En este finísimo asedio a lo que no está, lo no dicho, lo ido, lo transformado, la poesía de Reina sale nuevamente airosa, y lo hace con la poética que le ha conferido un lugar de principalía en las letras del continente: la búsqueda reiterativa del sentido en los objetos, espacios, rituales y estampas de una cotidianidad desgajada.
En los poemas de El piano, La Habana es un universo que se dilata en su fijeza. La ciudad funciona como el eje desde el cual se registra la amplitud del viaje hacia lo hondo de la vivencia. Se trata de un empeño que atraviesa en mayor o menor medida toda la obra de Reina, y que la poeta ha explicado en múltiples entrevistas recurriendo a una metáfora textil, como en esta respuesta a Julio Ramos: "remendar una vida, una casa, una sintaxis".
La ausencia es el motivo que predomina en estos poemas que a los lectores asiduos de su obra les recordarán una apuesta muy anterior, aquel formidable proyecto narrativo titulado …te daré de comer como a los pájaros… (Letras Cubanas, La Habana, 2000), de los libros menos atendidos de la producción de Reina.
Los poemas de El piano recuperan el tono especulativo de esa antigua dicción en la cual el sujeto no sosiega en la tentativa de teorización en torno a la propia escritura a partir del registro del azar cotidiano. Estos dos objetivos se conjugan en El piano en un balance perfecto. El resultado es tal vez el libro más personal y estéticamente intrigante de Reina: "Me extiendo sobre el papel como una nota falsa/ entre líneas blancas, negras/ (puntitos atrevidos)".
Así pues, la aflicción por el piano de la infancia destruido, la hija y los amigos que han tenido que dejar la Isla, los amantes, la juventud y La Habana de otros tiempos funcionan como la entrada al ámbito en donde el sujeto sospecha la definición de una experiencia poética: "Pregunto a las letras: ¿qué dirán?/ ¿Qué poesía traen a mí/ cansada de tanto poetizar la realidad?".
Para María Zambrano la experiencia poética constituye "un lleno y un vacío de insuficiencia". La máxima de la filósofa española halla un eco preciso en los textos de El piano, pero la medida de la falta en la escritura de Reina implica también un elemento de iluminación. Esta lectura sobresale en "Morir dos veces", el poema con que principia el volumen: "Después del llanto vino una serenidad espectral/de actores que pierden el maquillaje/ que se descorre con la lluvia./ El maquillaje es el dolor, la lluvia va borrándolo,/ descorriéndolo/ y aparece otro rostro, no más real, sino más lúcido".
El piano es la más reciente escala del viaje de Reina María Rodríguez en procura de esa tantálica claridad que encuentra en la poesía, un viaje que le ha dado a la literatura latinoamericana uno de sus más admirables objetos de culto.