René Rodríguesoriano es un escritor que abarca y aprieta. Su escritura se sostiene gracias a una propuesta que mantiene en vértigo constante lo lírico y lo prosaico, al tiempo que reta la jerarquización de los géneros. La crítica internacional, la academia caribeña así como una adorable legión de lectores reconoce y mantiene viva su galardonada trayectoria.

Rumor de pez, Premio de Poesía UCE 2008, propone sus intenciones de manera inmediata. El lugar de este poemario será la nostalgia, equiparada en la utilización recurrente al color azul [blue]; momentos de una sutil crítica social y la condición deseante hacia el objeto preciado. En “Felpa azul” se presentan tres estados del ser; primero: el sentimiento de vértigo y pérdida; en el siguiente se propone el inventario de gente, de floras, el bestiario y  los elementos; el último de la serie habla de la relación de vuelo y vacío; si el vértigo es el pavor en la orilla, la vacuidad no es quedarse sólo en el flotar sino extrañar a los que quedan en tierra firme. La metáfora no es casual ya que Rodriguesoriano es caribeño y no tiene miedo de mostrarse como tal; tampoco se reprime al momento de entregarse a paralelismos con sus escritores y escritoras referentes. En el poema “Rising” se presiente un guiño-homenaje a los poemas oficinescos de Benedetti, exhibiendo esa insistencia en la cotidianidad, aunque dejándose llevar por el arrebato: Vencida la cuota, la ansiedad de la tarde, y ese bizcocho en el deseo, y la mujer que espera. El poema que espera, la avellana que crece. Criba de luz.

En “Torrente” se defiende el interés onomástico que el autor propone en el inventario del poema príncipe. Se recurre al acto de nombrar porque quien bautiza (se) libera, dejando al nombrado con el peso de una señal y todas las circunstancias que esta conlleva. En el díptico “Estroboscópicas” las cosas se le rebelan dando cuenta de que hay algo mucho más poderoso que los nombres: el tiempo. Mediante el símil de las estaciones se describe la temporalidad como algo que Se niega a ser balada canción o manuscrito. No cabe en crucigramas ni relojes. El tiempo organiza y el poeta responde alejándose del orden y regresa íntegro al lugar de lo metafórico, el juego, que le permite aquella nostalgia tan manoseada por la poesía dominicana de los ochenta. Rodriguesoriano, destacándose, bien escribe: La miel puebla los vientos la música los púlpitos […] cae tu sonrisa recurso supremo.

solitude

Los poetas gozan un mundo con la soledad

Nelson Ricart-Guerrero

Todo se enseria en este espacio onírico, casi mitómano, que permite el recurso de la nostal-gia, el dolor-del-corazón. Aparece la soledad y se propone el desgarramiento: la pérdida de la inocencia. Hay que regresar a Benedetti ya que nadie como él dejó saber que la soledad es una aguafiestas (hay que recordar Soledades);  entonces Rodríguesoriano se entera, descorazonadoramente, que La soledad no está en las calles ni en los parques ni en la ciudad deshabitada. La resignación es el punto final que sorprende el poema: La soledad está en nosotros, azuleando el poema, pastando en nuestras fuerzas crispándonos la vida.

Estos textos demuestran en buena parte el laboratorio de Rodriguesoriano y sus posturas trepidantes en cuanto al género. Los poemas aspiran a la historia breve de las cosas que no alcanzan a ser totalmente terribles porque se escriben desde afuera. El dato que revela al escritor como parte de una diáspora es fundamental a la hora de someter sus textos más recientes a estudio. Al extender el análisis hacia sus cuentos experimentales de finales de los ochenta (Concierto rosa para una niña gris metal; Muestra Gratis) y noventa (La radio y otros boleros; Su nombre Julia), es notable la manera en que se describe el tiempo. En los cuentos se utiliza a Cortázar como referente primario y sin temor: habla del tío Julio como si fuesen compañeros de trinchera. Estas breves narraciones en ocasiones quieren seguir un ritmo de concatenación novelesca pero al final toman su propio rumbo y se dejan definir, se dejan premiar, como cuentos que también tentaron la posibilidad de ser poemas largos.

de colores

Con el azul instalado, el poeta se designa un color para la mujer que describe: Una mujer es del color que la parte en dos. De inmediato la nombra: “Tantalia”, en donde continúa definiéndola por la jerarquía de los sentidos: primero la mira-color; luego la prueba-no sabe a sal; la escucha: voces de susurros que se pierden en encuentros:/mujer/arena/playa. El tacto se manifiesta cuando afirma, Una mujer […] arpa de contracciones/ un castillo para construirse y destruirse. En lo adelante, la mujer adquirirá la forma del sentimiento que excite en el escritor enamorado; la eleva desde parte de la frutalidad, osa amarla desde ahí: Deja que te diga melón o mandarina que te frote papel mojado, caramelo perdido entre tus piernas, ahogado […] Déjame que me pierda. Déjame que me encuentre.

Este carácter deseante, expresado hacia la amada, se agota en “Pones en entredicho muchos versos”, poema epigrafiado por dos deseantes: el recurrido Benedetti y el dos veces citado Leonard Cohen. La musicalidad en estos versos no es casual: toda la obra de Rodriguesoriano está impregnada tanto de boleros cortavenas como de bandas emblemáticas de pop-rock; así le insiste a la mujer cuando le dice que para acudir (llegar; venir) a ella, sólo hay que apagar la luz (Voy a apagar la luz para pensar en ti) y desnudarla.

el regreso a la semilla

En la nostalgia hay también crítica superpuesta; colocada con una delicadeza tal, que no parece la queja de un rezagado, sino que quiere ser un texto levemente político. “Alamario urbano” reclama, de manera sutil, el descalabro del discurso. Me atrevo a decir que Rodríguesoriano se refiere a la compra de dignidades y fuga de cerebros como resultado directo del trujillismo y la instalación de Balaguer en el esquema de corrupción dominicano. El desasosiego que le causa la inestabilidad del Caribe-isla queda expresado cuando dice, en “Esta noche pasan un documental sobre la Antártida en el trece”: No quiero que te pase a ti. Espero que llena de algas, de peces, de arrecifes de corales, me puebles, superficie. Espero verte sal. Olerte sol. Quemarme con tu risa.

No quiero verte hundida.

Con “Cortaziana con lluvia y chocolate” el tono despega en una fuga en donde se apuesta a la partícula genuina de lo poético; en donde la palabra significa por sí misma. El texto se sostiene en la locura, la sencillez y sobre todo, la ironía mordaz.

el sexo de los peces

Rodriguesoriano propone que el lenguaje de los peces es terso y se procura el influjo de una frialdad que no tiene que ver con la indiferencia sino con la distancia. Su relación con la amada nunca se concreta en un plano total. En “Indómito pez” se formula una pregunta (el poema es la pregunta). ¿Qué hacer con la voz que no nombra? ¿Con la boca apagada? Aquí salta la fisura que empieza a definir el final. El blue se aleja ahora de lo general para atender lo particular: la amada se marcha y, a contracorriente, el rumor trata de inventariar razones posibles; pretende estructurar el recuerdo. En “Fe ciega”, se dice: Sé que mis manos fueron una prolongación de mis pensamientos que recorrieron costa a costa las tardes de tu cuerpo, para hacer silencios con la flauta lila de tus ganas.

La despedida se revela cuando el poeta, quien antes se preguntaba el color de la mujer, se da cuenta de que es roja, directamente opuesta a lo azul. Lo siguiente es la reiteración de ese adiós del cuerpo que no se va; cuerpo conformado por la construcción de ella en el recuerdo. Hay lluvias de mayo; un “Overtime” en donde se arriesga en lo patético, aunque la rescata mitificándola, ya que los tres últimos poemas regresan a la forma simbólica de los orígenes. El primero es el hombre atormentado, fruto de la tradición homérica; lo siguiente es “Ícaro” el interés de alcanzar aquella que se ha construido desde lo etéreo, para convertirla, perpetuarla, Pospenélope, la que no espera; no tiene que aguardar a que la magia del poema se despliegue de sortilegios, ya que en realidad, ella es el poema.