Es hora de que empecemos a hablar sobre el futuro pospandemia en materia escolar. Un nuevo abordaje de la educación deberá surgir a partir de las experiencias vividas en los últimos meses, donde lo más importante será enfatizar en la calidad del proceso escolar.
La pandemia aceleró un rediseño en las clases en cuanto a la selección de contenidos, actividades y formas de evaluar. Lo cual permitió poner el foco en la manera en la que se está enseñando y lo que aprenden los estudiantes, tomando en cuenta la comprensión y aplicación de contenidos con el desarrollo de destrezas de los estudiantes.
Quedó claro que es tiempo de producir grandes cambios para que nuestro país aproveche esta oportunidad de progreso para todos. Cambios como por ejemplo pasar de la memorización de informaciones al desarrollo de destrezas del siglo XXI: pensamiento crítico, creatividad, colaboración, comunicación, manejo positivo de la tecnología y nivel funcional en varios idiomas.
La institución escolar como tal se articuló a raíz de la revolución industrial entre los siglos XVIII y IX, momento histórico en que la sociedad demandaba maquinistas y operarios para el mundo del trabajo. Esto no está ni cerca del mundo que les toca y les tocará vivir a las generaciones que vienen creciendo.
Se plantea entonces la imperativa necesidad de un camino donde los estudiantes estén formándose para el mundo que viene y no para el mundo que ya pasó. De manera que se entrenen en la resolución creativa de problemas, desarrollándose hacia la innovación.
Una de las grandes lecciones aprendidas en los cambios educativos pospandemia es la importancia de la socialización para su desarrollo como personas. Aprendimos también que hay logros escolares que solamente pueden construirse en la presencialidad.
La reapertura de las aulas hará nuevamente posible estas ventajas, no obstante, no se debe en el nuevo esquema dar la espalda a los recursos digitales, ya que esto sería un acto de negligencia ante el desarrollo de las nuevas generaciones.
Los educadores estamos obligados a implementar las herramientas digitales poniéndolas en función de los aprendizajes de nuestros estudiantes, es decir, diseñándoles actividades motivadoras que los lleven a aprovechar la tecnología para el procesamiento de la vorágine de informaciones que los bombardea diariamente y entonces puedan desarrollar destrezas para su vida como pensamiento crítico y colaboración digital.
En el ámbito escolar, el equipo docente debe dejar atrás aquel rol de transmitir informaciones y pasar a convertirse en diseñadores de experiencias de aprendizajes para los estudiantes. Esto implica tener claridad en los propósitos a lograr asumiendo nuevas formas de abordar el proceso de aprendizaje donde más que enseñar, los educadores estamos llamados a contagiar curiosidad y proactividad para aprender de manera cada vez más autónoma.
Para conseguir esto a nivel público y privado, es vital decidir políticas públicas que prioricen la inversión en el personal docente (entrenamientos, actualización, investigación), por encima de cuantiosas infraestructuras. Igualmente, enfocar directrices para minimizar la brecha digital, que multiplica la exclusión social para un segmento de la población.