La República Dominicana, con más del 60% de su territorio de vocación forestal, que se aproveche el bosque, no debería producir preocupación para ningún sector de la población, que verdaderamente se preocupa por la situación del bosque dominicano.

Cuando el dictador Trujillo entregó a sus amigos la explotación de nuestras montañas boscosas, era poco el conocimiento que teníamos de su importancia para la biodiversidad, protección de las cuencas hidrográficas, la regulación del régimen hidrológico así como el papel regulador del clima en general.

El dictador, sin embargo, utilizó la explotación forestal para enriquecimiento personal y parte de sus acólitos, sino que también era una forma directa de dificultar el ocultamiento de las personas y grupos que le adversaban.

Eliminada la Dictadura con la muerte de Trujillo en 1961, la reacción del Presidente Joaquín Balaguer ante la dramática realidad encontrada en la reducción de la masa boscosa, decidió eliminar los viejos aserraderos en 1967, así como prohibir el aprovechamiento forestal hasta 1997. Es decir 30 años de prohibición y el inicio de programas de reforestación en las principales cuencas hidrográficas, productoras de agua.

Reconociendo que el aprovechamiento forestal es una actividad necesaria para aumentar el potencial del bosque, reducir los incendios forestales, generar empleos en zonas deprimidas, aumentar la oferta de productos madereros y reducir la fuga de divisas, en mayo del 1997 se revirtió la política restrictiva para el manejo del bosque al tiempo de acompañar dicha medida con un novedoso e intensivo plan de reforestación, designado con el nombre de Quisqueya Verde.

Quisqueya Verde ha desaparecido y los programas de aprovechamiento del bosque dominicano, más bien parecen prácticas de “depredación forestal”, en detrimento de la confianza que deben tener los planes de manejo. Hoy día, es muy fácil observar los troncos de pino nativo o pino cuaba, yaciendo a la rivera de la cuenca alta del Río Yaque del Norte o transitando en vehículos pesados por caminos y carreteras, sin ninguna autoridad ejerciendo la función de control.  Y lo que es peor aún, sin que se observe ni un árbol de pino siendo plantado, ni viveros produciendo plántulas.

Ya es harto conocido, que es más fácil encontrar un funcionario del Ministerio de Medio Ambiente, de un seminario a otro o en algún buen restaurant, con el dinero que pudiera servir para mejorar las condiciones de vida, del personal que por décadas aún mantienen la vocación de cuidar lo que queda de masa forestal, sobre todo en zonas ecológicamente amenazadas por la presión social de poblaciones depauperadas, y también vulnerables, que viven en niveles de subsistencia.