Al mirar la historia de la humanidad, a veces me pregunto. ¿Qué habría sucedido si la historia se hubiese vivido, contado y escrito de forma distinta? Y de verdad que no me llegan todas las respuestas, más cuando me detengo a mirar de forma profunda, entonces llegan a mi algunas intuiciones o breves pistas.

Y partiendo de lo ya dicho, me pongo a observar la realidad que como humanidad seguimos viviendo, una realidad global que ha sacado lo mejor y lo no tan bueno de nosotros como humanidad. Una nueva forma de solidaridad se ha ido gestando, maneras distintas de mostrar afecto, otras formas de valoración, el cultivo del ser desde la profundidad, la valoración de los vínculos familiares, el aprender otra manera de comunicarnos, el cambio de la narrativa interna y externa, la manifestación de deseos integrales para todos y todas, en fin, está siendo un tiempo de mucho aprendizaje.

Comunicación de una manera profunda

Llama a la atención que uno de los símbolos de esta realidad global ha sido la mascarilla, un elemento que nos ayuda a cuidar y cuidarnos. El cubre boca, en un primer momento nos impide hablar con facilidad, luego lo vamos integrando hasta que llevamos, al fin, no queda de otras, dirán muchos.

Sin embargo, este objeto nos abre la posibilidad a descubrir otros elementos en la comunicación, como es el caso de la escucha, pues al no poder hablar de forma fluida, es preciso poner mayor atención, además de estar más atento y mirar a los ojos y el rostro si queremos tomar la idea completa de lo que nos están comunicando.

Dos puntos en este sentido: el primero consiste en conectar con la posibilidad de comunicarnos con todo lo que ello conlleva para que sea una buena comunicación, es decir, estar atentos y atentas, mirar más a los ojos, escuchar activamente.

El segundo elemento, y este visto desde la mirada sistémica, nos lleva a ver más allá, para comprender su sentido, y al mirar el poder de las palabras, preguntarnos sobre las palabras que dañan o sanan y cuál es su aporte de lo que decimos. Y sabemos que como humanidad se amerita pensar más, escuchar más, mirar más a los ojos, comprender más, expresarnos más con el alma.

Por generaciones se han lanzado muchas palabras que, como balas, se atrapan en el universo y quedan grabadas como eco de un salón con mala acústica, y sabiendo el poder de las palabras, ellas han tenido su efecto, y sus resultados no se han dejado esperar y lo estamos viendo, sintiendo y sufriendo; el llamado está hecho.

El efecto de las palabras

Proverbios 15, 4 dice: “La lengua apacible es árbol de vida, más la perversidad en ella quebranta el espíritu”. Y nos hace pensar en tantas palabras y discursos que han dejado su peso en el pasar de los tiempos, cuántos espíritus quebrados y vidas truncadas; por tanto, es oportuno repensar lo que decimos, cómo lo decimos y la intención al decirlo.

Hacer más silencio, entrar hacia adentro, otro símbolo de esta realidad de situación sanitaria, el quedarse en casa, que tanto estrés ha generado, tantos encuentros y consolidaciones, el encontrar lo mejor de nosotros mismos y de otros, así como divisiones, y el desvelo de lo que todavía no hemos superado como humanidad, miserias, odios, egos desordenados, luchas entre poderes, en fin…el entrar en casa, es una invitación a mirar hacia el interior de cada uno y  generar los cambios que amerita el planeta y como humanidad, gestar los cambios para crear un nuevo inconsciente colectivo.

En conclusión, es un llamado a revisar la lección, pues todavía estamos a tiempo, eso creo, ampliar la mirada para ver las señales de todo lo bueno que ha ido naciendo, aún en medio del dolor global, es un llamado a cambiar la concha que se ha pegado, a través de los siglos y ha sido heredada desde tantas ancestralidades, la cual nos lleva a repetir acciones, sin mirar las consecuencias colectivas, una llamada fuerte a abrir el corazón a la compasión y a una nueva forma de ir gestando otra historia posible.