Lo primero es aclarar que El Arca, en República Dominicana, son dos entidades distintas, la más conocida es una tienda de accesorios y alimentación para animales, y la otra, anterior en el tiempo, es una asociación donde se comparte junto a personas con discapacidad intelectual y en situación de debilidad económica.

Hay coincidencia en el nombre porque ambas están inspiradas en la  lectura del Génesis sobre el arca de Noé, que habla de aceptación y cuido de la diversidad.   Y si la tienda señala que uno de sus objetivos es lograr que los niños aprendan a cuidar y a amar a sus mascotas, los de la asociación se centran en contribuir a que todos aprendamos de la experiencia de la discapacidad. 

Esa ha sido mi experiencia con esta asociación.   Los que me conocen saben que me gustan las cosas racionales y lógicas, algo que parece que he traspasado a mis hijos.  Mi hija mayor era una bebita, estaba en un maternal y no toleraba fácilmente lo que ella consideraba excesos. Hasta para el entrenamiento con el uso del inodoro era una terca.  Dieciséis meses y ponía mala cara si la llevaban al baño sin que ella tuviera deseos de orinar.  Aprendió en exactamente una semana con tal de que no la importunaran. 

Pero en el maternal donde estaba, a mitad de año escolar, le dieron entrada a Camila, una niña que tenía tantas complicaciones que sería muy largo enumerarlas aquí: problemas de los ojos, del corazón, de los riñones y de la motricidad están dentro de los que recuerdo.  Esa niña la que le enseñó a mi hija a ser más tolerante.  Como Camila no veía bien a pesar de los lentes, tenía que acercarse y tocar la textura de la ropa para “entenderla”. La esquiva de mi hija, que antes no soportaba muchos acercamientos, sí se dejaba tocar de Camila.

Pero todavía no pensaba en trabajar con discapacidad mental. Como ustedes, quiero vivir en una sociedad mejor, no necesariamente cambiando de país sino haciendo mejor lo que me toca a mi alrededor. Originalmente yo había pensado en colaborar con la Asociación Dominicana de Rehabilitación, cuyos representantes pasaban por las escuelas y colegios de mi niñez y nos incitaban a que colaboráramos con ellos.  Y, por lo menos en los años ochenta, ellos eran buenísimos en dar seguimiento a los donantes.  Aunque por mi edad yo cambiaba de dirección y de trabajo, ellos siempre me encontraban y yo mantenía la colaboración económica.  En algún momento cambió la responsable de las captaciones y estuve unos años fuera de ese circuito.  En el momento en que pensé acercarme a esa institución, mi papá, que se había integrado por unos años a El Arca, se dio cuenta que debía reducir el ritmo laboral y me propuso que lo sustituyera.

O sea, que la primera manera en que pude colaborar con el Arca me daba la oportunidad de ser generosa con dos instancias en un mismo esfuerzo: responder a una inquietud personal y permitirle descansar a mi padre. 

Lo segundo que me dio El Arca fue la experiencia de vivir desde dentro lo que yo hacía profesionalmente.  Si antes yo tenía que estar en el equipo que preparaba la información para el Consejo de Administración, aquí veía lo que era ser miembro de un consejo.  Fue una experiencia práctica para entender el sentido de la preparación de las reuniones.

Lo tercero que me dio El Arca fue mostrar a mis hijos lo bendecidos que son.  Ya habían pasado varios años de la experiencia de mi hija mayor con Camila y este nuevo encuentro, ahora con una comunidad completa, les recordó de un solo tiro todos sus regalos.

Lo cuarto que me ha dado El Arca fue ver que trabajar desde la confianza puede ser eficaz.  El verano pasado había la posibilidad de que una acogida pudiera asistir a un taller en Trosly, lugar de la primera comunidad El Arca fundada hace 55 años, pero su situación “en papeles” como la de tantos niños abandonados, era un lío. Nosotros nos preocupamos mucho y ella, por supuesto, no.  Confiaba en que algo sucedería y, tal como ella esperaba, así pasó. A veces nos desvelamos con la preocupación cuando resulta que no son los desvelos sino la confianza y la acción adecuada lo que trae resultados deseables.

Podría seguir, pero más que continuar yo, lo que quisiera es invitarlos a que desde sus instancias descubran cuánto pueden dar y, sobre todo, cuánto pueden recibir de acercarse a esta comunidad. Pueden ser donantes de dinero y para ello lo más fácil es inscribir un pago recurrente en su sistema de pagos electrónicos.  Pueden también dar su tiempo.  En el momento actual estamos necesitando personas a todos los niveles: como voluntarios, como asistentes y hasta como miembros del Consejo.  Pueden ayudar a una persona que necesite un empleo y referírnosla para trabajar en la comunidad, pueden usar el espacio para formaciones e investigaciones académicas o hasta de desarrollo de productos de artesanía simple, como algunos que ven a la entrada de este salón. En el momento actual hay acogidos de El Arca que participan en diversas empresas y así le dan expresión a la aplicación de la ley 5-13 de incentivo a la inclusión.  En resumen, les extendemos una invitación no solo a dar sino también a recibir a partir de la comunidad El Arca.