En mi artículo de la semana pasada propuse una estrategia para beneficiar a empleados y a sus hijos a través de la creación de instancias infantiles. Para ello me inspiré en el libro “What we owe each other: A new social contract for a better society” de Minouche Shafik.
En el mismo libro me apoyo hoy para que exploremos las oportunidades para nuestro país de la segunda herramienta de formación que la autora correlaciona con el desarrollo económico y social de las naciones, y que denuncia como poco atendida: el aprendizaje continuo de la fuerza laboral envejeciente.
Estimo que usted, como lector o lectora, pertenece a la población económicamente activa de la República Dominicana, posee un título que le permite el ejercicio de una profesión o experiencia equivalente, ha asumido que los protagonistas de los procesos educativos son los jóvenes y ve como natural (o al menos como ideal) que la edad de retiro de la fuerza laboral está entre los 60 y 65 años según los sistemas de pensiones.
¿Sigue siendo así la vida? Es tiempo de confrontar una realidad que ha cambiado mucho desde que abrimos los ojos a este mundo: los títulos ya no son garantía de empleo. Como otra novedad, los avances de la ciencia han logrado alargar nuestra esperanza de vida por lo menos 10 años en las últimas dos décadas, lo que nos plantea el reto de encontrar alternativas para poder cubrir nuestras necesidades por más tiempo. Si vivimos más, es necesario que podamos trabajar por más años y acumular más ahorros para la vejez. O que el Estado o nuestros familiares se ocupen de nosotros por más tiempo.
No sé usted, pero de todas esas opciones, me quedo sin dudarlo con la primera: trabajar más tiempo. ¿Cuánto más? Todo cuanto leo sobre el tema apunta a que entre 15 y 20 años más de lo que consideran nuestros planes de pensiones. Y, más importante, que el cuánto es el cómo: debemos tomar las medidas para ser capaces de aprender a la velocidad en que cambian los procesos y la tecnología en el ambiente laboral. Necesitamos transitar por rutas de aprendizaje continuo que nos permitan entrenarnos y capacitarnos, con la misma diligencia, o tal vez con más, que los jóvenes.
El aprendizaje a lo largo de la vida es un reto que compartimos las personas, los empleadores y el sistema de educación y formación.
La persona que disfruta de los beneficios de un buen trabajo debe procurar no dormirse en sus laureles y saber que, si no está aprendiendo algo nuevo cada día, su esfuerzo de construir la seguridad de su vejez se parece al personaje del cuento de los tres cerditos que construyó su casa de paja.
En el caso de las empresas, aquella que no invierta en la formación de sus colaboradores para enfrentar los retos futuros, se parece al granjero de la gallina de los huevos de oro que por obtener beneficios hoy, sacrificó las oportunidades futuras.
Y finalmente, los funcionarios públicos con responsabilidades sobre políticas de empleo o de educación y formación, si se concentran solo en los jóvenes y en el primer empleo, en lugar de habilitar senderos para que las personas transiten a lo largo de la vida, es probable que su legado se parezca al del capitán del Titanic y contribuyan a proporcionar un viaje sin retorno a todos sus pasajeros.
No es casual que los sistemas de pensiones de todos los países, independientemente sean sistemas de reparto o de capitalización individual estén en entredicho o en vías de colapsar. No podemos sostener por mucho tiempo más a una población envejeciente.
Creo que este problema mundial tiene la misma causa raíz que casi todos: un sistema de educación que no responde a la realidad del momento. La educación no es cuento como el de los cerditos que al final termina bien, es un tema serio, importante, y tiene que ver contigo, conmigo, con todos.