Con los años, no sólo se aumenta la edad. Con ellos llegan también importantes aprendizajes para comprender y evaluar lo vivido y, sobre todo, mirar de forma más positiva lo que falta por vivir. Comparto algunas de las enseñanzas de quienes han cumplido muchos años y han podido reflexionar y sacar provecho de lo vivido.
Lo primero es reconocer que los años por vivir son mucho menos que los vividos, pero esto no debe ser motivo de desilusión. Los que faltan por vivir pueden ser más intensos y de mayor calidad.
Después de haber vivido muchos otoños se dispone de un mayor nivel de comprensión, tolerancia y aceptación. Aunque se camina con menos prisa, los pasos más firmes y seguros y se aprende a vivir y disfrutar con pocas cosas, la mayoría de ellas, sencillas.
En base a lo vivido somos capaces de comprender y aceptar que la vida es más tránsito que llegada, por lo que es conveniente y necesario disfrutar el camino, especialmente si se dispone de buena compañía. Se llega a la conclusión también de que la peor decisión es vivir mal ahora para intentar disfrutar después.
El avance cumpliendo años nos lleva a preocuparnos por tener una mayor seguridad, sobre todo en el aspecto económico. Olvidamos que en la búsqueda de la seguridad aumenta la inseguridad porque entonces hay que cuidar lo que se tiene y mientras más se tiene, los niveles de seguridad deben ser mayores. Quizás por eso mi padre decía que "donde no hay nada, todo está seguro".
A través de los años las experiencias se multiplican, unas positivas y otras no tanto. Pero todas siempre dejan buenas enseñanzas. Las frustraciones desalientan, pero los testimonios de coherencia alientan. Y aunque la ilusión a veces se marchita, la esperanza hay que mantenerla.
El comportamiento de personas que traicionan la confianza depositada en ellas no nos debe mover a evitar que alguien pueda engañarnos porque desconfiamos de todos. Es preferible arriesgarse a ser engañado de nuevo y no desterrar esa posibilidad por no creer en nadie.
Con el transcurso de los años aprendemos que los sentimientos son tan importantes como los atributos intelectuales y racionales, porque la cualidad de saber debe estar acompañada de la de sentir. Nos podemos percatar de que hay silencios más elocuentes que muchas palabras. También que quien mucho habla lo hace porque quiere ser oído, no porque tenga cosas interesantes que decir. El silencio es la conversación con uno mismo.
Los años nos pueden hacer comprender que un niño pidiendo en la calle o una persona que muere por falta de atención médica o porque no puede comprar la medicina, no es sólo una tragedia, sino que representa una acusación. Que no hay muchas cosas por las que debamos arriesgar perder la cabeza, pero que hay unas pocas por las que debemos estar dispuestos a perderla.
Aunque con los años llega el tiempo de los "nunca", que se presenta cuando se experimenta por primera vez algo que no había acontecido, evidenciado en la expresión de que "a mí nunca me pasaba esto", siempre tiene que haber decisión de continuar y tiempo para la ternura.