Es muy cierto el dicho de que no hay sabio que no tenga algo que aprender, ni ignorante que no tenga algo que enseñar. En este caso, nos referimos a los políticos del país y a su manera tan peculiar de hacer propaganda o publicidad – como ustedes prefieran llamarla –  en las campañas electorales, que cada cierto tiempo nos martirizan con la misma cantaleta y machaconería de siempre. Si accedemos a diversos canales internacionales del telecable, podremos ver en estos momentos algunos comerciales de los candidatos argentinos a diversos cargos pol’iticos, y así observarlos, o mejor dicho contrastarlos, con ese género de comunicación que se lleva a cabo en nuestro país. 

Destacan esos comerciales argentinos –no hay que olvidar que los creativos de des país son los mejores del mundo-  sobre todo por los mensajes elaborados de manera específica para público a quienes van dirigidos. Son propuestas  bien construidas, inteligentes, muy conceptuales, concretas, con argumentos que hace pensar muy seriamente al espectador en lo que le dicen y proponen. Si después se cumplen o no, ese es otro cantar diferente, pues ya sabemos que del dicho al hecho  hay mucho trecho, y más aún en la política latinoamericana. 

En esas piezas publicitarias no se hacen promesas gratuitas, y sin sentido de las proporciones, que jamás se van a cumplir. Ni utilizan los sempiternos bandereos de seguidores con sombreros de pavas alabando y glorificando al candidato hasta el infinito. Ni hablan con los cuerpos paralizados por el miedo escénico, mirando como hipnotizados a los ¨ teleprompter ¨ de las cámaras. No fuerzan las palabras, en especial las ¨ eses ¨ de los plurales, ni tratan de corregir la pronunciación defectuosa de su lenguaje habitual, porque habitualmente hablan de manera correcta. 

Tampoco aparecen los candidatos en caravanas saludando a diestra y siniestra a la toda la gente como si fueran astronautas célebres que regresan de pisar algún planeta lejano por primera vez. Ni van besando niños pobres ni abrazando viejitas o viejitos desdentados por los barrios más humildes para mostrar su cercanía con el pueblo depauperado, que los espera cada cuatro años para ver que les pueden dar. No reparten salamis, ni pollos, ni funditas de comida, como si fueran señores feudales que el día de su santo hacen obsequios a sus queridos vasallos. No citan o invocando a sus líderes desparecidos para que sus espíritus les bendigan a ellos e influencien positivamente sobre los votantes. 

Ni al final de los comerciales aparecen junto a las fotos de los presidentes de sus partidos, para ponerse ¨ donde el capitán lo vea ¨ mostrando así su inquebrantable lealtad al jefe y al partido. Todos estos métodos, por citar sólo algunos ejemplos, deberían constituir el pasado de la comunicación política en la República Dominicana. Es cierto que nuestras masas votantes se toman las campañas como algo festivo, como un carnaval para gozar, porque en ellas hay gorras, cachuchas, camisetas y banderines de todas las formas y colores, transporte gratis, combustible paya los vehículos, ron, un quientón de pesos de regalo, música de peinadoras, baile y sancocho. 

Es cierto también que se pone poca atención a las propuestas de los candidato, porque de una u otra manera siempre dicen lo mismo, y saben que gane quien gane, las cosas seguirán más o menos igual que de costumbre. Pero también es cierto, como dicen algunos optimistas del pesimismo, que los países avanzan ¨ a pesar de sus gobiernos ¨ y la República Dominicana  no está fuera de ese proceso evolutivo. Por eso creemos que los candidatos deberían ir cambiando radicalmente sus discursos electorales y sus estrategias de publicidad. 

El centro del universo no deberían ser ellos, sino los votantes que los eligen. A veces, para empujar a la gente, hay que ponerse delante de ella.