Jimmy Sierra, perdiendo, le ganó a Luijo y a Núñez Grassals. Pero el pintor Norberto Santana, al derrotarlo, le dio dos grandes victorias. Esta es la historia de la Escuela de Cine de la UASD.

(En recuerdo de Humberto Frías)

Desde que fundamos el Comité Pro Instituto de Estudios Cinematográficos (CINEC), en 1973, teníamos un sueño: que hubiera en el país una verdadera escuela de cine.

La lucha fue dura y complicada: Juan Bosch nos demandó, iban a “ciquitrillar” a René Fortunato y a Horacio Almánzar, la embajada USA nos puso contra la pared y mucho más.

Pero, desde el principio, impartimos cursillos y talleres en nuestro propio local. También, desarrollamos el “Circuito Popular de Cine” y realizamos numerosos corto metrajes: “Caen los remos”, “Soledad e Indiferencia”, “Primero de mayo”, “Mira los niños”, “Pescadores” y otros. Incluso, hubimos de sufrir el robo de la trilogía más importante, los documentales “¿Quién robó mi pan”, “Con uno no´ vamo´” y “…Y aun esperamos justicia”.

El primero mostraba la dura vida de los niños pobres, a partir de un limpia botas que, cuando oyó decir “Todo niño nace con su pan debajo del brazo”, salió a buscar el suyo.

El otro mostraba la lucha de los “buscones” de la San Martín con la Máximo Gómez, desde donde partían los autos que viajaban al Cibao.

“… Y aun esperamos justicia” era un aldabonazo en reclamo de la libertad de los presos políticos.

Humberto Frúias fue uno de los fundadores de la carrera de cine en la UASD

Pero ocurrió algo terrible: cuando buscábamos la forma de editar los trabajos, el amigo Horacio Lamadrid, nos recomendó (de lo cual se arrepentiría después) a Carlitos Fernández, quien nos hizo vibrar al mostrarnos su cámara “Beaulieu”, de 16 milímetros, que ridiculizaba nuestra bolex, de los años 40. Él se nos ofreció para editar los documentales en Puerto Rico. “Allá quedarán mejor”, nos dijo.

Así, que se llevó los rollos y, durante varios meses nos fue pidiendo que le enviáramos el dinero para el proceso. “Está quedando bellísimo”, nos decía cada vez que le hacíamos un envío.

Finalmente, cuando todo debería estar listo, el truhan desapareció. Yo lo encontraría años después en NY, en un lugar lúgubre, donde ni siquiera me reconoció, por el estado en que se encontraba, fruto del consumo de las peores porquerías.

Pero, CINEC siguió su camino. Y yo entré a la UASD como docente, en los departamentos de ciencias políticas  y arte.  Fue en este último, en el que impartíamos la “introducción al cine”, para el Colegio Universitario, donde lanzamos al director del Departamento, Norberto Santana, una apuesta temeraria. Había observado que fumaba con frecuencia y le dije: “Eres  prisionero del cigarrillo”. “No”, me respondió, “yo lo dejo cuando quiera”.

Me sorprendió con eso. Y, más aún, cuando me explicó que tenía más de 20 años fumando. “A que no lo dejas a partir de mañana”, le repliqué. “Desde mañana no fumo más”, me dijo calmadamente.

Lo perseguí al otro día. Y no fumó. Ni al siguiente. Ni durante toda una semana. “¡Carajo!”, me dije, “Este señor habla en serio”.

Y así fue. Norberto Santana dejó el cigarrillo.

Ante esa lección de voluntad férrea decidí ir al ataque contra otros dos fumadores contumaces de la facultad: Luís José Pimentel (Luijo), del mismo departamento  de artes, y Rafael Núñez Grassals, de comunicación. Ambos aceptaron mi apuesta. Mas, no llegaron a la semana: los dos volvieron a las andadas.

Pero la determinación de Norberto me cautivó. Y le lancé un desafío mayor. Un desafío impetuoso. Volcánico. Apasionado. Y  vehemente.

“A que no te atreves”, le dije, “a introducir aquí la carrera de cine”.

Y, sin inmutarse, me preguntó:

“¿Qué debemos hacer para ello?”

Norberto Santana fue quien materializó el proyecto de cine en la UASD

A la semana ya les reunía a los más acreditados en la materia: Humberto Frías, Omar Narpier, Armando Almánzar, Arturo Rodríguez, Agliberto Meléndez, Pericles Mejía, Max Pou, Adelso Ortega (Cass) y otros. Incluso, le pedí a Claudio Chea que nos apoyara y aceptó impartir, por varios semestres, la materia de fotografía, llevando a clases su camión de trabajo (luces,  cámaras, trípodes, exposímetros…) sin cobrar ni un centavo.

La primera práctico fue un aporte a La maternidad “La Altagracia”, por vía de Bernardo Fernández Diloné. Le hicimos un documental sobre laparoscopia ginecológica.

Más adelante, cuando se marchaba del país, Eduardo Palmer, de la Productora Fílmica Dominicana, nos regaló el laboratorio de celuloide de su empresa, el cual llevamos al Departamento de Cine.

La travesía fue dura y tormentosa. Pero, al final, llegaron a puerto seguro los primeros egresados de la carrera: Juan Bautista Sánchez, Agustín Cortes, Josefina Montolío, Juan Hubieres, Higinio Plinio Inoa y Manuel Madera. Un grupo reducido, entonces.

Ahora, más de seiscientos estudian cine allí. Y los frutos se observan por doquier. Es difícil que haya una producción cinematográfica que se haga en el país que no cuente entre su “crew” con egresados de cine de la UASD.

Y todo salió de aquella apuesta.

Hoy, Luis José Pimentel (Luijo), ya no está con nosotros. Falleció hace apenas unos meses. Y Núñez Grassals está muy desmejorado en su casa.

Pero, Norberto Santana sigue pintando obras bellísimas, degustando exquisitos vinos franceses y observando chicas bonitas desfilar por la alegre pasarela del Café Santo Domingo de Ágora Mall.

Pero, más aun, con el orgullo de haberme derrotado en dos apuestas, por una de las cuales existe hoy en la UASD una sólida “Escuela de Cine”.

Y me acuerdo de ello cada vez que oigo a Luisito Rey:

           https://www.youtube.com/watch?v=rbu76ghfBvI

Si pinchan ese enlace sabrán cómo me siento yo.

Por algo muy especial:

Yo estaba allí.