Contrario a las previsiones de Francis Fukuyama la historia no ha concluido. Más bien se ha acelerado. Este autor preveía en 1992 que con el derrumbe de la Unión Soviética triunfaban las democracias liberales y terminaban las luchas ideológicas, las guerras y las revoluciones sangrientas. No obstante, hoy se observan múltiples sacudimientos. Los fundamentos mismos de las sociedades y sus valores están puestos en entredicho y cuestionados a un ritmo nunca visto anteriormente. La ciencia y las nuevas tecnologías  progresan a una velocidad tan grande que ya son imposibles de asimilar para una persona medianamente preparada. Vivimos en un atraso permanente, tanto para entender las grandes mutaciones del mundo como para digerir la multitud de información que está a nuestro alcance.

Esta necesidad constante de adaptación provoca un estrés permanente suficientemente perturbador y que se potencia todavía más en un marco de crisis económica acompañada por una crisis ética global que tiene por causa la avidez de un capitalismo incontrolado y sin piedad. Todas estas angustias contribuyen también al auge de todo tipo de fanatismos, que se alimentan de la miseria humana.

Sobre este fondo, muchos países del primer mundo han pasado de un Estado de bienestar a ser sociedades en recesión, transitan del pleno empleo al paro. España, Grecia, Italia, Francia, Portugal, Chipre, Estados Unidos entran en esta categoría. Los llamados países emergentes, cuyas proyecciones estaban al alza, ven con preocupación cómo se frena su crecimiento económico

En tales condiciones las sociedades se retraen, se vuelven más conservadoras, buscan chivos expiatorios y vuelven los viejos y peligrosos demonios del conservadurismo, del racismo y de la xenofobia. España quiere dar marcha atrás sobre el aborto, las ideas del Frente Nacional y de Marine Le Pen sobre la inmigración y la seguridad  ponen en jaque al gobierno socialista francés en su cruzada contra los gitanos. Los rusos, para aplacar la ira nacionalista, hacen redadas en contra  los inmigrantes del Cáucaso,  mientras la Unión Europea se ve obligada a enfrentar la xenofobia demostrando que son pocos los comunitarios que se aprovechan del Estado de bienestar de otros países.

No formamos parte del primer mundo y gran parte de nuestra población vive en una crisis permanente: crisis de servicios, crisis importada, crisis de la extrema pobreza, vergüenza de la corrupción, del clientelismo de los barrilitos y cofrecitos que son las raíces profundas de todas nuestras crisis.

El tratamiento de los problemas generados por la decisión del Tribunal Constitucional da prueba fehaciente que seguimos siempre un mismo padrón de tomar los problemas al revés. Tenemos que poner orden en la casa primero y no dejarnos maniobrar por un movimiento alentado desde las propias estructuras de poder gubernamentales y por los movimientos xenófobos, que son una forma encubierta de expresarse el clasismo. Los tipos de discriminación que han existido y siguen existiendo, encuentran su explicación en un racismo de clase que se ha venido desarrollando a través de los discursos de las clases privilegiadas sobre las subordinadas.

Aquí no se trata simplemente de racismo o de xenofobia, sino de aporofobia, o sea de la repugnancia y el temor a los pobres, a esas personas que visten mal, que son malolientes, marginadas, ya que son bienvenidos en nuestro país el jugador negro que hace fortuna o el blanco adinerado, sin importar mucho de dónde éste haya sacado su dinero.

El manejo interesado de retóricas sobre la inmigración haitiana nos satura de prejuicios, nos llena de confusión y, siguiendo esta corriente ideológica,  ha llevado al Tribunal Constitucional a emitir una sentencia que despoja a ciudadanos dominicanos de su nacionalidad y remueve la mata desde el año 1939, lo nunca visto en un país que no está en guerra.

La tremenda inseguridad jurídica que demuestra esta sentencia negando un derecho legal a una categoría de ciudadanos pone en entredicho toda tentativa de hacer valer al mundo que somos una sociedad donde imperan garantías jurídicas.

Como lo dice el filosofo español  Emilio Martínez Navarro “No hay empobrecimiento mayor ni marginación más grande a la que se pueda someter a  alguien que excluirle irreversiblemente del mundo de los vivos”.