En las últimas semanas, importantes sectores de la opinión pública dominicana se han manifestado contra la propuesta de remodelación de las famosas Ruinas de San Francisco, en la Zona Colonial de la ciudad de Santo Domingo.

Las mencionadas ruinas pertenecen al destruido Monasterio de San Francisco, el primero de su clase en el Nuevo Mundo, declarado por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. En el texto de la Convención de la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial se define al mismo de la siguiente manera:

…"los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana”.

Como puede apreciarse al leer la definición, la noción de Patrimonio Cultural Inmaterial alude a obras que constituyen parte de un legado transmitido y reformulado para dotar de sentido a una comunidad. Su valor es fundamentalmente espiritual. Pueden “recrearse constantemente por las comunidades”, pero dicha recreación debe contribuir a mantener un sentimiento de copertenencia identitaria.

El proyecto de “remodelación” de las Ruinas de San Francisco, aprobado en un “dudoso concurso” con el apoyo del Ministerio de Turismo de la República Dominicana, distorsiona el carácter colonial de la obra y destruye uno de los escenarios identificadores de la historia y la cultura de la isla.

Me identifico totalmente con las personas e instituciones indignadas por este este intento de destruir un componente fundamental de nuestro legado cultural ante el mundo y por la irresponsabilidad que, una vez más, el Estado dominicano muestra a la hora de preservar dicho legado.