En el primer semestre del año, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) publicó los resultados de un estudio sobre los efectos de la pandemia en la región, comprobando un aumento significativo del número de pobres y, peor aún de las condiciones de la pobreza.  Tres meses después, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo martilla sobre el mismo clavo, describiendo tanto el aumento de la desigualdad en la región como el de la desesperanza, al punto de expresar la inclinación de preferir sistemas totalitarios si estos ofrecen perspectivas de eficiencia.  Esto parece ser especialmente cierto en República Dominicana, uno de los cuatro países donde esta tendencia se verificó con mayor intensidad (los otros son, en ese orden, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Guatemala).

A veces, sin embargo, las circunstancias contrarrestan a las peores tendencias.  Al respetar un calendario electoral establecido desde el año 1994 (y quizás precisamente a causa de lo traumáticas que resultaron las elecciones de ese año), los dominicanos tuvimos la oportunidad de emitir comportamientos que nos permitieron tener una incidencia directa en el desarrollo de los acontecimientos.  A pesar del muy razonable miedo al contagio y de las muy reales deficiencias en los sistemas de conteo automático, no fue el desamparo lo que primó sino el empoderamiento y la búsqueda ordenada de mejoras. No se recurrió a protestas tan trágicas como las pobladas de 1984 ni a represiones como las de períodos anteriores.  Los ciudadanos pudimos trabajar ordenadamente para, cualquiera que fuera nuestra orientación política, hacerla valer de forma pacífica.

Impresionante fue ver las fotos de muchas personas mayores, los más frágiles de cara al coronavirus, ir a votar en sillas de ruedas, con bastones y hasta con tanques de oxígeno.  Ese mérito fue de todos los participantes, incluyendo a los que perdieron. Tal vez sobre todo a los que perdieron.

Antes de que saliera publicado el informe del PNUD, el gobierno central favoreció el inicio de un pacto social para dirigir la atención colectiva a la propuesta de compromisos para abordar los principales problemas que vivimos como nación. En paralelismo con el Diálogo Nacional creado por decreto del año 1997 y replicado de diversas maneras en gobiernos subsiguientes, de nuevo se vuelve a hacer un llamado a la concertación. Puede sonar trivial, pero estos dos hechos concretos son altamente preferibles a los eventos en los EEUU en el pasado mes de enero, en Chile en 2019 y en Colombia en este 2021.  Más aún, mientras la revista Forbes y la BBC destacan el crecimiento de la cantidad de ricos y de la riqueza en sentido general, en esta misma semana, un pasado presidente del organismo que representa la empresa privada dominicano centró su interés – y, a su entender, el de sus colegas – porque haya una creación de riquezas que sea favorable a las grandes mayorías.

La frase del título de este artículo es alusiva a una idea recogida desde la antigüedad griega, retomada en un poema de Shakespeare y manifestada más recientemente en castellano por el poeta español Ramón de Campoamor en su pieza Las dos linternas: “Todo es según el cristal con que se mira”.  Después de mirar podemos pasar a actuar en consecuencia y comprometernos – y comprometer a otros – con la visión que hemos ido planteando.