La única forma de modificar una realidad es mediante la cultura.
Un caso sencillo nos lleva a esta presunción. Lo dicho por el presidente Fernández sobre plantar un debate en torno a la educación.
¿Quiénes pueden ir a un debate? Razonablemente, quienes viven en un conjunto de prácticas por donde transita una autonomía, la experiencia de un saber y una política específica; es decir, quienes mediante la cultura obtienen la ciencia y conciencia para ocupar espacio y tiempo de su momento histórico.
Si la cultura es una dimensión de la existencia humana, esa lógica de la cultura no es entendida por nuestros líderes políticos y mucho menos por nuestros empresarios capitalistas. Por tanto, entidades como el Ministerio de Cultura, sujeto al vaivén del poder político, ejerce una valoración arbitraria de la productividad y competitividad del producto cultural nacional, sobre todo para que ese producto pueda divertir o entretener.
Ante este panorama, creo que aunque una persona plantee un debate sobre educación, abstrayéndose de sí mismoy sojuzgándose a un status quo que impide un desarrollo lógico de las fuerzas productivas y dando espacio a un marasmo cultural donde la creatividad es ahuyentada, es menos que probable que esa persona, como producto de un grupo, pueda tener la integridad y el potencial para conducir debates importantes sobre cultura y educación. Incluso puede ser incierta cualquier licitación al respecto que venga de personas descomprometidas con la cultura.
La mejor vía para que la cultura sea competitiva en un ambiente como el que vivimos es que los componentes intelectuales del arte y la cultura tengan libre albedrío económico, social y político. Después de eso lo que sigue es un mercado cultural de alto consumo, generación de empleo y garantía de retornos significativos para la economía.
El problema de nuestros capitalistas, cuya actitud ahoga a la cultura, se reduce a que se muerden su propia cola.
Antropofagia cultural es lo que vivimos, por ejemplo con la Ley de Cine.