A su papá le apodaban el Oso, porque era alto y corpulento. Arquitecto y amigo de Porfirio Díaz, a Antonio Rivas Mercado le debemos la construcción de “El Ángel”, el lugar donde se reúne la afición futbolera a festejar los “méritos” (ya merito y ganamos) del equipo nacional.
Antonieta Rivas Mercado Castellanos, su hija favorita, nació con el siglo, un 28 de abril de 1900. Su padre no sólo le transmitió el nombre, sino también el amor por la cultura. Por la casa familiar, que sigue en pie en la Colonia Guerrero, desfilaban artistas, poetas, intelectuales… En los jardines, la pequeña veía al escultor Enrique Alciati crear un ángel majestuoso y dorado, que presidiría la Columna de la Independencia, para las fiestas del centenario.
Se dice que con apenas nueve años viajó a París, donde tomaría clases de ballet en la Ópera. El director le auguraba un destino prometedor como bailarina, pero la familia debía volver a México al tiempo que iniciaba la Revolución. Más tarde, con el dinero de la herencia, si bien no se puso a bailar, fundó el patronato de la primera Orquesta Sinfónica Mexicana. Su nuera, Kathryn Blair cuenta que consiguió al mejor sastre para que los músicos, dirigidos por Carlos Chávez, vistieran elegantemente y sin desentonar, en la función de apertura.
Escritora, feminista, política, mecenas, fue la única mujer que participó en la Revista Contemporáneos, el grupo de jóvenes que intentaba innovar en las artes, a principios de siglo. También con ellos comparte su pasión por la dramaturgia y forman el grupo Ulises, que se dedica a escribir y montar piezas de teatro. Novo, Villaurrutia, Gorostiza, Pellicer y Owen serán sus amigos.
En marzo de 1929 conoce José Vasconcelos y lo sigue en su lucha por la presidencia de la república. El gran educador le habría prometido incorporar el voto femenino, mientras que ella le ayudaría con los gastos de la campaña y a que no se sintiera tan solo mientras recorrían el país. El oaxaqueño no se opuso (ni a las caricias, ni a la plata), pues era casi veinte años menor y sin dudas le atrajo su vigorosa personalidad.
Ya sabemos que Calles cometió un fraude electoral, dándole el triunfo a uno de sus tantos títeres. Antonieta no pudo soportarlo y se largó a Nueva York, también acarreaba sus propias broncas, como el haber perdido la custodia de su hijo Donald Antonio. En la Big Apple conoce a García Lorca e intenta retomar sus aficiones literarias, pero el gusto le dura poco, necesita volver a México para resolver lo de su divorcio.
La vida de de Antonieta parece hecha de leyendas, aunque Cupido le haya dado la espalda. Primero se decepciona de Míster Blair, su esposo a quien abandona al poco tiempo de casarse; luego, el pintor Rodríguez Lozano no aceptará sus propuestas y, por último; el efímero romance con José Vasconcelos, que no termina bien.
Su ex marido, un inglés desabrido y mucho mayor que ella, con quien se había casado a los dieciocho y cuya única gracia era la de ser amigo de los Madero y haberse llenado de influencias y dinero. En efecto, él estaba más interesado en la construcción del que sería el barrio de la gente bonita, las Lomas de Chapultepec, que en educar a su hijo y ni cuenta se da cuando Antonieta se embarca rumbo a Burdeos con Toñito.
En 1931 se reencuentra con Vasconcelos en París, se suponía que iban a fundar otra revista, Antorcha, pero hablan (ella) de continuar con la pasión. Él, de su devoción por su sacro santa esposa…No sé da cuenta que le ha robado un revólver, con el que habrá de dispararse al corazón en plena catedral de Notre Dame. Era el 11 de febrero, apenas si tenía treinta años.
Las mexicanas son « incapaces de erigirse en entidades conscientes, que toleran cuanto del hombre venga». Apuntó Antonieta. No diré el escándalo que desató su suicidio, los curas de la catedral hicieron exorcismos e invocaciones a todos los santos para borrar las blasfemas y rojas manchas. Hoy tristemente, sólo se recuerda su muerte y no su legado audaz en pro de la mujer y la cultura.