Podemos mostrar dos casos de creadores que desde el principio mostraron  su talento, y cuyos logros se ignoran olímpicamente por quienes se autoproclaman jueces y se declaran por encima del bien y  del mal.

Todavía joven, Xenia Rangassamy es la escritora de origen indio que conocí hace un tiempo.  Ella es la más querida amiga de mi hijo. Estuvo en el país en diciembre pasado con el  fin de vivir las acostumbradas fiestas navideñas.

Xenia es asidua, así  como su amigo, a las modernas y discutidas tertulias  del parque Duarte de nuestra ciudad.

En el parque Duarte de la zona colonial se dan veladas habituales cargadas de la diversidad de intereses que la posmodernidad ha podido colar por entre las formas medievales que provechos  económicos  hacen que a algunos  les dé por  querer  perpetuar.

Estando una noche ya muy tarde, con Xenia y con mi hijo  en esa  pequeña arboleda que ahora es de  discordias e  insolente acción policial,  ella me obsequió con dos ejemplares de publicaciones que trajo de México.

Una es la antología Guía de forasteros y otra es un catalogo de la Quinta muestra de arte iberoamericano.

Aquel hecho pude relacionarlo con otro aparentemente distante.

Con motivo del centenario del nacimiento del Maestro  Morel, fui invitado para exponer en un coloquio que se celebró en el local de un  museo  privado de la ciudad.

Aquella  reunión, aparentemente prevista para exponer las cualidades positivas  del artista, se redujo -por un mal manejo de quien debía servir como moderador- en comentarios sobre el aspecto humano del artista que quedaban muy distanciados de las cualidades que le permitieron realizar su obra como pintor extraordinario.

Aquellas imágenes sobre diferentes aspectos que tienen que ver con la personalidad del maestro no nacieron en el referido coloquio.

El momento en que se iniciaron esos comentarios  coincide con el triunfo logrado en el plano internacional por Morel en los años cincuenta,  un pintor nuestro que se convirtió a nivel publicitario en  el primero que se situaba por encima de los que hasta entonces y después ejercieron su arte.

Esto coincide con  otro hecho que  trata del enajenamiento de un nombre histórico. Un eminente arquitecto  nuestro que vio el final de sus días como dibujante  en la oficina de una de las prósperas empresas de arquitectura  que se desarrollaban en el periodo posterior inmediato a la caída de la dictadura.

Hasta aquí la exposición de dos casos que señalan el destino y el lugar que les tocó en la historia  a dos  personajes cuya obra nadie puede desconocer.  Aunque su posición en la crónica expuesta sobre los mismos queda sujeta a  la manipulación de quienes  estacionados extrañamente en posición privilegiada deciden sobre el bien y el mal.

Ya en nuestros días conocemos dos casos que pueden parecer equivalentes.

Conozco el caso de un pintor nuestro, Artista dominicano egresado de la escuela de diseño de Altos de Chavón.

Se trata de Carlos Montesino, quien obtuvo maestría en bellas artes en la prestigiosa Parsons the New School for Design, en Nueva York.

El fue decano académico de la Escuela de Diseño de Chavón.  Ahora es  profesor en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y también forma parte del cuerpo de profesores de la Escuela Nacional de Bellas Artes.