Tengo varios cuatrimestres usando una canción de Anthony Ríos como (pre)texto para el análisis filosófico. La canción en cuestión se titula “reflexiones” y la dinámica consiste en descubrir cuál es la aptitud filosófica en la canción y qué preguntas animan al cantor a elevar su voz en esa hermosa canción.
Regularmente la actividad es bien aceptada, la voz cautivante de Anthony Ríos eleva los versos de la canción a otra dimensión, dándole un sentido de profundidad insospechado que rápidamente es captado por los alumnos uasdianos. Les envuelve la melodía y la claridad de las imágenes usadas en la canción y les impresiona la historia misma, en los términos en que el “yo poético” nos introduce en su atmósfera angustiante:
“Tomé mi guitarra, abrí las ventanas,
di a luz estos versos en la madrugada” …
Muchos de estos chicos y chicas regularmente tienen preguntas fundamentales sin contestar; ciertamente, la adversidad de las condiciones de vida no les deja tiempo para pensar en sí mismo, sino en ver cómo sobrevivir y echar hacia adelante. En este sentido, el tono angustiante de los primeros versos de la canción los reenvía hacia su propia desventura, pero igualmente lo encamina hacia un sentido de trascendencia que le es oportuno:
Recordé aquel viejo que en sueños me hablaba,
Que él es un hombre si ganaba fama
Pues un ser vacío que come y trabaja,
Que nace y se muere, no es hombre ni es nada
Aquí es cuando pasamos de la canción hacia al sí reflexivo, preguntándonos en qué medida nuestro día a día es una eterna faena por el “comer” y el “trabajar” para tan solo poder morir al nacer; aquí es cuando la necesidad se impone y nos recuerda el pesar del trajín de cada día. Sin embargo, la voz que irrumpe, con esa nota alta, nos abre paso al deseo trascendental:
Tenía ganas de cantar, tenía ganas de decir
Que no basta con nacer y con morir.
Solo el deseo de ir más allá de lo “normal”, del común cotidiano y colectivo permite aflorar en nosotros lo mejor de sí. En este movimiento del ego hacia algo fuera de sí descubre sentido la existencia:
Hoy mis pensamientos locos libertarios,
Construyen ansiosos un gran ideario
No son solo sueños, son seres extraños,
Que dan a mi vida valores a diario…
Es la oportunidad para recordar el valor existencial de la filosofía. En los griegos esta disciplina tenía un carácter soteriológico, salvífico. Conocer, pensar, vivir ejemplarmente permitiría la salvación del alma, la memoria, la permanencia del propio nombre en la colectividad. La filosofía era una especie de camino mistagógico hacia el reencuentro del alma individual con toda la armonía del universo. En ese reencuentro del alma deseante, se descubre la grandeza y la miseria de ser, como la expresa la canción:
Miraba una estrella toda su grandeza,
Me sentí pequeño, sentí gran vergüenza
De ser solo un hombre en el universo,
Cual gota de agua en el mar inmenso.
El estribillo, remanente de la función del coro en la tragedia griega, nos lanza nuevamente hacia el deseo de trascendencia que el cantor impregna a esta composición lírica. Al final, reflexionamos en conjunto sobre la importancia de los sueños, del deseo como movimiento hacia la conquista y la trascendencia de sí, de la propia existencia temporal en esa unión eterna con todo el universo. La pregunta que nos queda es, ¿por qué no Dios? ¿Por qué el universo? ¿Por qué no reconocer un trascendente en esa inmensidad cósmica?
Como vemos, la poesía y la filosofía están unidas en un mismo aliento: buscar respuestas a lo que nos parece no tenerla, pero urge formularla y tener la ilusión de que nos armamos de respuestas transitorias. Las almas inquietas jamás duermen tranquila, están al acecho no solo de las musas sino también del deseo que mueve a todo el ser en la conquista de sí.
Anthony Ríos descansa en paz, con certeza el reencuentro místico con todo el universo ha dado más melodía a su gentil voz. Su obra artística y poética, que en definitiva es una obra literaria tan consagrada como cualquier obra, se acercó a la sabiduría que la reflexividad otorga.