Preside los trabajos del Palacio de la Carrera de San Jerónimo, sede parlamentaria desde el año 1850, el imponente escudo cuartelado de España, flanqueado por dos columnas de plata, con la base y capitel de oro, sobre ondas de azul y plata, superada la corona imperial la diestra, y de una corona real la siniestra, ambas de oro, y rodeando las columnas una cinta roja, cargada de letras de oro, en la diestra "Plus" y en la siniestra "Ultra", (Del latín Plus Ultra, Más Allá).
La primera vez que observé ese escudo, me situé al pie de la tribuna de oradores, lugar donde se puede comprender con mayor intensidad su significado: “Ir más allá”.
Es decir, existe algo más allá de las columnas que Hércules había puesto en el estrecho de Gibraltar y que por siglos se creía que esa era la marca de la frontera de ultramar para llegar al fin del mundo.
Ese símbolo que en cada sesión contemplan diputados, senadores y miembros del gobierno, representa en nuestros días la premisa imprescindible para legislar y gobernar más allá de fronteras ideológicas, de intereses personales; de los límites que impone el prejuicio y el dogma.
En esencia, eso es lo que se espera de los representantes populares y de aquellos que estamos en constante interacción con ellos, consecuentemente comparto con ustedes algunas reflexiones en honor a esa consigna universal indispensable para la vida parlamentaria: “Plus Ultra”.
Levitsky y Ziblatt recientemente publicaron un estudio sobre un tema con frecuencia olvidado: cómo mueren las democracias. La fuerza de la obra resalta en recordarnos que las democracias, no son logros políticos irreversibles. Una sociedad puede llegar a la democracia y una sociedad puede también dejar de serlo.
En la mayoría de las democracias latinoamericanas, incluida la República Dominicana, la conformación del Estado de Derecho reconoce que las instituciones parlamentarias representan un bastión primordial en la protección y garantía de los derechos de los ciudadanos.
La potestad que se le confiere a un legislador, le coloca en una privilegiada situación en el juego de pesos y contrapesos del cual se origina un frágil equilibrio del que potencialmente depende la estabilidad política y la conformidad social de una comunidad.
En ese sentido, antes de rendir el juramento reglamentario el próximo 16 de agosto, los legisladores dominicanos no solo están obligados a conocer desde ya las funciones que ante dios y el pueblo, por su patria y por su honor, prometerán cumplir, sino que además es imprescindible que adopten los principios esenciales del parlamento, pues para alcanzar un verdadero equilibrio democrático no basta su sola acción.
En otras palabras, para protagonizar con dignidad este capítulo histórico para la democracia en República Dominicana las personas integrantes del nuevo Congreso Nacional, deberán enfrentar el gran reto de ir más allá, incluso, de aquello que les dicta su propia voluntad.