Las noticias sobre problemas de inmigración son reemplazadas en las primeras planas por anuncios de nuevas candidaturas a la Presidencia. Pero nadie podrá separar completamente ambos temas. No sólo son tres los candidatos hispanos o con familia hispana que aspirarán en los comicios de 2016, los senadores Marco Rubio y Ted Cruz y el ex gobernador Jeb Bush, sino que pudiera aclararse la incertidumbre sobre el futuro del voto hispano, como veremos más adelante.
El ambiente electoral se sigue calentando en Norteamérica. Todos los días surgen nuevas críticas a la probable candidata demócrata Hillary Clinton mientras sus partidarios investigan a sus posibles adversarios en las elecciones del 2016. Pronto estaremos contemplando una campaña en la cual los aspectos negativos pudieran prevalecer como nunca antes. Pero mientras suben y bajan los porcentajes atribuidos a los aspirantes lo único que permanece es que la señora Clinton continúa en el primer lugar disfrutando de los fuegos artificiales de la campaña.
Todo se complica por la cantidad de políticos republicanos que aspiran a la Casa Blanca. Casi todas las semanas surge un nuevo precandidato. Ahora se anuncian las candidaturas del ex gobernador de Nueva York George Pataki y del ex senador Rick Santorum. Las noticias no terminaban con esos nombres ya que los aspirantes que disfrutaban de cierta ventaja como el ex gobernador Jeb Bush ahora están casi igualados en los porcentajes de posible votación. No hay un claro “puntero” republicano a no ser en la imaginación de sus partidarios.
No hay que exagerar, pero algunas acciones tomadas por los líderes de los partidos políticos parecen indicar algo así como el deseo de perder los votos de un enorme sector de la población, lo cual en las contiendas electorales no deja de ser una forma de suicidio, aunque en mi nativa Cuba se acostumbra decir: “No es para tanto”. Nada nuevo bajo el sol. En Estados Unidos los dos grandes partidos han tenido períodos en los cuales, al menos aparentemente, se han arriesgado a ir a los comicios con millones de votos prácticamente regalados a sus oponentes.
Veamos lo que está sucediendo ahora. Veintiséis gobiernos estatales controlados por la oposición al actual ocupante demócrata de la Casa Blanca desafiaron ante los tribunales el decreto ejecutivo del presidente Barack Obama ordenando detener las deportaciones de millones de inmigrantes indocumentados, medida que les facilitaba a estos trabajar hasta su legalización.
Por supuesto que la posición republicana tiene tanto luces como sombras. Por ejemplo, sus partidarios afirman que el problema de la inmigración ilegal debe resolverse en el Congreso. Curiosamente, ninguno de los dos partidos ha hecho lo suficiente como para hacer prevalecer una legislación que necesariamente debe ser impulsada de manera bipartidista.
Siempre será posible encontrar argumentos a favor o en contra de una medida. Por otro lado, la actual administración ha sido criticada por el altísimo número de deportaciones efectuadas durante su mandato. Pero va acercándose la campaña electoral y los republicanos desean lógicamente regresar a la Casa Blanca. La decisión de un tribunal federal de apelaciones de Nueva Orleans de mantener la suspensión del decreto presidencial constituyó un verdadero revés para la administración, pero abre las puertas a un futuro desastre electoral republicano que pudiera prolongarse por una generación.
Pensar que abrir el camino para la deportación de más de cuatro millones de inmigrantes indocumentados no provocará algún castigo significativo en las urnas por parte de la creciente población hispana de Estados Unidos sería no sólo absurdo sino altamente fantasioso. Imaginar que simplemente la nominación de un hispano como Marco Rubio o del esposo de una mexicoamericana como Jeb Bush resolvería el problema, no tendría sentido. Esto pudiera conseguir algunos votos hispanos, pero no cambiaría decisivamente la imagen republicana ante la comunidad de votantes con mayor crecimiento. Si acaso, aliviaría el descenso electoral de un partido casi comprometido a seguir separándose de los afrodescendientes, los homosexuales, los hispanos. La lista sigue.
Por otra parte, la actual campaña anti inmigrantes, que no puede atribuirse únicamente a los republicanos, pero es mayor dentro de sus filas, haría más difícil que un candidato calificado para el cargo, como Rubio o Bush, obtenga la votación necesaria en las elecciones primarias para ser nominado. Imaginemos por un momento al votante antiinmigrantes de Arizona, Colorado, Utah y el Sur, además de muchísimos otros en los demás estados, escogiendo a un hispano como su candidato presidencial. Las primarias republicanas atraen mayormente a los más conservadores, entre ellos a infinidad de antiinmigrantes, de la misma manera que las primarias demócratas atraen a los más liberales, los cuales también tienen sus prejuicios, pero sobre todo en otros temas.
La reacción de los hispanos ante la actitud de 26 gobiernos estatales republicanos no es difícil de anticipar y en nada ayudará a un partido que difícilmente podrá ganar una elección presidencial sin una votación superior al 40 por ciento del voto hispano. Este panorama, que no está escrito en piedra, pudiera cambiar ante un descenso de la economía o un suceso inesperado, pero no hay seguridad de que tales situaciones se producirán. La alternancia en el poder es imprescindible para un verdadero ejercicio democrático y aunque un partido pudiera en ocasiones controlar el Congreso, o al menos una de las dos cámaras, corre el peligro de quedar fuera de la Casa Blanca por toda una generación. No sería la primera vez.