Podemos entender el estrés como el conjunto de cambios que se observan en el organismo ante una sobreexigencia real del medio y la ansiedad como el desorden psicofisiológico que se experimenta ante la anticipación de una situación amenazante, sea ésta real o imaginaria.

Ante la incertidumbre provocada por la pandemia de la COVID-19, la situación de confinamiento, las distintas pérdidas humanas, emocionales, morales y económicas, la incertidumbre por el futuro a corto, mediano y largo plazos, parte importante de la población dominicana ha reportado un incremento de la ansiedad y el estrés.

Una pequeña dosis de estrés, aquella que permite a la persona activarse y producir ideas, buscar soluciones, actuar para afrontar la vida cotidiana, puede ser positiva. Pasada esa barrera, la ansiedad y el estrés tienen un impacto directo en el estado de salud y bienestar de las personas, provocando malestar y síntomas a nivel conductual, emocional, cognitivo, psicofisiológico y social.

Así, los llamados eventos vitales, que se producen de manera natural, como perder el empleo o empezar un nuevo trabajo, casarse o divorciarse, tener un hijo, perder a un ser querido, mudarse de ciudad o país, pueden tener efectos acumulativos en las personas y mientras más eventos vitales se experimenten durante un periodo de tiempo, más problemas de salud física se pueden generar.

De igual manera, las molestias de la vida cotidiana, como son carecer de dinero suficiente para cubrir las necesidades propias y familiares, perder cosas, la sobrecarga de responsabilidades, cometer errores, o tener una discusión con la pareja.

La ansiedad y el estrés afectan los sistemas inmunológico, endrocrino, cardiovascular, gastrointestinal. Para lidiar con todo esto, la actividad física regular es fundamental. La neurociencia moderna confirma lo que ya muchos han podido percibir con su propia práctica de vida.  El ejercicio físico impacta en el cerebro mejorando los neurotransmisores que mejoran el ánimo: la serotonina, nor-adrenalina, dopamina y endorfinas; además, incrementa la carga cardiorespiratoria, y también mejora la actividad de la corteza pre-frontal, estimulando la atención. Todo ello contribuye a liberar las tensiones de la ansiedad y el estrés.

La actividad física regular también contribuye a mejorar la estructura neuronal, produciendo el crecimiento y renovación de las neuronas, lo que también protege el cerebro y posterga el deterioro de la memoria, tan frecuente en las demencias y el alzheimer.

De ahí la importancia de fomentar en la población la actividad física regular desde pequeños. Los neurocientíficos estiman que el mínimo debe ser tres veces por semana durante 40 minutos por sesión. Jóvenes y adultos de todas las edades, reportan beneficios al abandonar el estilo de vida sedentario e incluir la actividad física regular en su rutina, restableciendo su estado de salud física y mental.

La ventaja de vivir en el trópico es que, si no tenemos presupuesto suficiente para matricularnos en un gimnasio,  podemos realizar actividades al aire libre sin mucha dificultad en parques, senderos de montaña, de costa marina o llanos. Si se complica, aún tenemos la opción de animar a la familia, empujar los muebles y hacer espacio para bailar al ritmo del merengue y la salsa; el rock o la disco; el vallenato o el son; pues acompañar la actividad física con música potencia sus beneficios.

Como si fuera poco, la actividad física regular también estimula la creatividad y aunque no resuelve los problemas de la vida cotidiana, nos coloca en mejor condición para afrontarlos asertivamente.