1.- La sorpresa de Miguel Ángel Báez Díaz

Aquel caluroso anochecer de finales de agosto de 1954, Miguel Ángel Báez Díaz escuchaba apacible su radio transoceánico marca Zenith, en la terraza de su hogar,  mientras tomaba unos tragos de whisky acompañado de su amigo, el arquitecto Antonio Ocaña.

Había regresado de su finca, en las proximidades de Yamasá, un tanto agotado de las largas cabalgatas y el duro trajinar, por lo que, contrario a lo habitual, aquella noche decidió no acompañar a Trujillo en su diaria  caminata, la cual partía, pasadas las 7:00 p.m, desde la casa de su madre, Doña Julia Molina, situada en la avenida Máximo Gómez esq. México, hasta el malecón,  bordeando el balneario de Guibia. 

Anselmo Paulino Alvarez

Cuál no sería el estupor de Miguel Ángel, al escuchar la desconcertante noticia que en el momento se difundía por la radio: a Anselmo Paulino Álvarez, el valido principal del régimen, segundo hombre al mando,  se le cancelaban todos sus nombramientos, y los decretos civiles y militares expedidos a su favor”.

En fracciones de segundos, Miguel Ángel se puso su traje y su corbata, pidiendo a su amigo que le esperara en casa, mientras salía presuroso hacia la avenida, esperando encontrar enrarecido el ambiente ante la desconcertante noticia que acaba de escuchar hacía apenas unos minutos. 

Cuarenta minutos después, regresaba de la avenida, al tiempo que expresaba a Ocaña:

Las cosas de Trujillo no hay quien las entienda”. Al llegar a la avenida encontré a Anselmo con el uniforme de general puesto, sentado al lado del Jefe. Este último lucia normal y jovial con todos los que lo rodeaban. En un momento en que pude acercarme a Anselmo, le dije que se quedara después del Jefe retirarse. Así lo hizo y al yo preguntarle qué le había sucedido con Trujillo, me respondió, para sorpresa mía, de la siguiente manera: “absolutamente nada, tú viste lo cordial que como siempre estaba hablando conmigo, ¿por qué esa pregunta? Y al yo enterarlo de que ya no era nadie en la vida política nacional ni tampoco general del ejército, sólo murmuró: “se salieron con la suya, por eso el Jefe me dijo que estuviera esperándolo a las siete y media aquí en la avenida y uniformado de general”.

Al  dar a Anselmo las precitadas instrucciones, Trujillo, en una nueva manifestación de su ingénita astucia, se prevenía de tenerle a su lado, al momento en que ordenaba hacer efectiva su decisión. Conocía como nadie, la agilidad felina de quien fuera hasta entonces su más fiel y efectivo colaborador.

2.- La abrupta destitución de Anselmo: de la gloria a la proscripción

Todo ocurrió a finales de agosto de 1954,  a pocos días del regreso de Trujillo de España, donde fue huésped distinguido de Franco y asistió a Roma, para la firma del  Concordato con el Papa Pio XII. 

Es ya harto conocida la famosa anécdota que refiere aquella expresión elogiosa de Franco, cuando invitado por Trujillo para reciprocar la visita a tierra dominicana, el dictador español expresó al dominicano su imposibilidad de hacerlo, entre otras razones porque no contaba con un colaborador de la talla de Anselmo.

No obstante, un  complejo incidente- ocurrido una semana antes de su caída-  y que Anselmo relatara años después  a Eduardo Sánchez Cabral, le hizo conjeturar  la proximidad de una catástrofe: Trujillo, extremadamente airado, le mostró una fotografía en la que aquel  aparecía conversando animadamente con el embajador norteamericano en el país, mientras le rodeaban Héctor Bienvenido Trujillo (Negro), entonces Presidente de oficio y Ramfis Trujillo, el niño mimado del tirano.

Trujillo  expresó entonces, a Anselmo: ¡Razón tenía María cuando anoche, me decía: “ todo puedes consentirle a este intruso menos que ponga en ridículo a tu propia familia”. “¿No ves cómo en esta fotografía Ramfis parece su sirviente y otro tanto tu hermano Negro? “.  Que gobierne, si lo quieres tú, pero que no destruya el porvenir político de tu hijo, a quien tanto dices querer y a quien dices querer legar tu gloria y tu poder”.

La réplica de Anselmo no se hizo esperar: “no tengo la culpa de que Héctor no se sienta Presidente y sufra de un complejo de inferioridad, que ha adquirido por la inercia a que constantemente lo ha sometido Ud. Lo de Ramfis es otra cosa. Él ha heredado su valor y su genio. Es muy joven todavía y sólo a una distracción momentánea se debe la actitud en que le sorprendió el lente. De todos modos, yo no vi esa fotografía que jamás habría yo publicado”.

¡Ya los días de Anselmo estaban contados! 

El decreto No. 118, firmado el 27 de agosto de 1954, por Héctor Bienvenido Trujillo,  en su Art. 1, disponía la supresión de la “La Secretaria de Estado sin Cartera que hasta hoy venía desempeñando el señor Anselmo Paulino Álvarez”. Su  creación se había dispuesto mediante el decreto No. 7619, del 10 de septiembre de 1951.

De igual manera, mediante el decreto No. 119,  de la misma fecha, quedaba sin efecto la designación que confería  a Anselmo el grado de mayor general honorario del ejército nacional, el cual se  le había otorgado mediante decreto 9884 del 30 de abril de 1954.

Quedaba, pues, desprovisto, el “hombre fuerte” de Trujillo de todo poder, no sólo civil sino también militar.

A partir de entonces, comienza a producirse una de las manifestaciones más propias de nuestra cultura política: hacer leña del árbol caído. De ser el hombre admirado y cortejado, a quien tantos acudían en busca de favores, se transmuta en segundos, en el ser más denostado y aborrecible.

La prensa del régimen se hizo cargo del resto. Contra el astro caído llovían a raudales las andanadas inmisericordes. “mente satánica y corazón sin amor”, dotado de “zorruna astucia y diabólica mala fe”;  capaz de ejercer gratuitos actos de humillación y truculencia contra contra meritorios enemigos del Generalismo”.

Ceñudo y montañoso ex. funcionario, de la cavernosa voz y de los olímpicos ademanes autoritarios”. 

Un prominente articulista del Caribe, afirmaba de el: “…es ya de dominio público la actitud de un sonado personaje a quien las impaciencias de la ambición política lo llevaron a poner de manifiesto propósitos y designios que inútilmente trató de disimular o esconder… diestro en el manejo de la intriga y la mentira, en los viles quehaceres de la simulación serpentina y en la calumnia bombardera, creyose investido de la capacidad para erigirse en “supremo dispensador de burocráticas mercedes , en oráculo de nuestra política y en entorpecedor tenaz de muy limpias empresas y muy limpias aspiraciones del trujillismo auténtico….No habrá más contemplaciones ni tolerancias para los malos colaboradores del jefe”.

 Se le acusaba de  de esparcir la cizaña del laborantismo político, a espaldas del mentor el régimen”; que era de aquellos que “suelen andar con Dios en el rosario y con el diablo en el corazón”, “de los que tan sólo saben corresponder a los favores que reciben mordiendo, con satánico ahínco, a la mano generosa que los protege”.

El foro público vincularía  al constructor de la carretera Barahona-Enriquillo de ser socio de Paulino y de que sólo a sus acólitos ofrecía trabajo. Meses después, sería  condenado en justicia a 30 días de cárcel y multado con la suma de 5, 000 pesos por irregularidades en sus obligaciones con el fisco.

Era el culmen de las humillaciones. Como afirmara al respecto José Israel Cuello en importante artículo escrito en 1991 sobre Anselmo: “va y viene el preso desde la victoria vestido de rayas y a pies”. 

En abril de 1955 se reapertura nueva vez su caso en el Foro Público. Esta vez Anselmo es acusado de “prevaricación en el manejo del contrato del hospital de niños. Los ingenieros Trueba y Caro aseguran haber dado al acusado 250 mil pesos en comisiones”.  Anselmo es condenado a diez años de trabajos públicos, a restitución de fondos y a indemnizaciones al estado.

Tal vez nunca antes se había hecho tan cierta, como en el caso de Anselmo, aquella sugerente expresión del sabio que fue Don Virgilio Díaz Ordoñez, al describir los riesgos que entrañaba ser funcionario público en la era de Trujillo: “en este país, un cargo público es un suspiro entre dos sirenazos”. 

Continuará

Fuentes consultadas

Álvarez, Max. Los malos colaboradores del jefe. El Caribe, 29 de agosto de 1954. Pág. 20. 

Cuello, José Israel. “El desplome de Anselmo A. Paulino Álvarez “. El Siglo,  jueves 26 de diciembre de 1991(Pág. 7). 

Ocaña, Antonio (1991). Testimonio para la historia. Santo Domingo: Editora Alfa &Omega. Segunda edición ampliada. 

Sánchez Cabral, Eduardo. Habla Anselmo Paulino. El hombre número 2 del régimen de Trujillo hace importantes declaraciones. Revista Ahora. Santo Domingo.