La idea de un Santo Domingo acosado por la delincuencia y la decadencia social es un tema que apasiona a la narrativa dominicana. Lo anterior no debe sorprender, si se toma en cuenta que el crimen y la ficción conviven en paralelos cercanos. La escritora Samantha Irby, quien ha escrito acerca de la cultura del crimen y su relación con el mass media durante los años setenta en los Estados Unidos, explica que existe en el ser humano una partícula de fascinación con la violencia y esto a su vez, crea una serie de narrativas del deseo. La novela El turno de los malos presenta en dos líneas muy claras estas motivaciones. Es esta una novela de aprendizaje, en donde el héroe se encuentra en transición ya que los dioses lo han abandonado y en este estado de shock es complicado tomar decisiones. Uno de los aciertos de este texto es la creación de una voz narrativa que es el vivo retrato de la generación del hiperconsumo y que cae en la trampa de juzgar su entorno. Esta creación tiene antecedentes claros en nuestra escritura y según la misma construcción del texto de Berroa, no es difícil referirse a personajes como Eddy, el narrador de De abril en adelante de Marcio Veloz Maggiolo o la niña de Papi de Rita Indiana Hernández. Aclaro que uso estos paralelos porque me sirven, ya que el de Maggiolo se pasa la novela haciendo un inventario de los males que acosan la escritura nacional y en lo de Hernández, la debacle sobrepasa la isla y nuestra decadencia se exporta gracias a la fuerza paternalista y delictiva.

En El turno somos testigos de las cuitas de un escritor joven, de escasos recursos, que en una suerte de manifiesto paternalista plasma sus ideas. Estas ideas no son nada revolucionarias pero no por ello dejan de ser amables. El tono o la intención no importan, el héroe exagera sus males, quizás para parecer más fuerte ante la adversidad, pero la doble cara de este ejercicio abre la posibilidad a la victimización, y un héroe víctima y nada más, no es del todo atractivo. Así que estas entradas, que van desde el delirio erótico-filosófico “Mi pelvis hizo olas en sus humedades; subió la marea, su tacto se llenó de crispaciones”, hasta la vara sabia y justiciera que dispendia frutas del conocimiento para los incautos, “No se duerman, que ir de recital en recital te hace ganar amigos, conseguir amantes, pero para un escritor lograr una obra de calidad debe trabajar hasta que le duelan las nalgas” (1), se encuentran de forma paralela con la narración de una telenovela barrial, en donde el chisme y la violencia son el día a día. No hay suspenso y las intrigas son mínimas, ya que cuando afloran, son opacadas por el espíritu justiciero del narrador, que reparte su sapiencia de texto a texto. La razón de este cinismo deliberado no es otra que la siguiente: el estado decadente deberá ser narrado únicamente por el justo o el pecador. Para nuestra mala suerte, la mayoría de las veces cuenta el justo, así que la moral siempre estará acompañando el enunciado, como un lastre o una plasta… si cuenta el pecador, el asunto se hace más interesante pero se corre el riesgo de caer en la justificación ya que la culpa es un invento muy poco generoso. En este tejemaneje, se pierde la historia que se quiere contar.

Fernando Berroa es un escritor con talento e interés, la construcción general de esta novela no me deja mentir. La novela funciona por su delivery, o sea, uno encuentra al final lo que se promete en el principio y eso para mí es un buen texto. Todo lo demás son maneras de leer, porque una novela es también por la forma en que es leída. Releo el texto y salgo convencido de mi primera intuición: aquí lo fundamental es la creación de un personaje, lo que me resulta lógico porque esta es una novela de la construcción de la experiencia. A este héroe no le pasa nada, ya todo le pasó. Componer un personaje patético es una proeza ya que por default asociamos al héroe con la fortuna. ¿Qué hace patético al narrador de El turno? El mundo gira en torno a él y estas traslaciones y rotaciones son las culpables de su fracaso. Cierto que es hay que hacer esfuerzos por no incomodarse o a desesperarse con esta voz narrativa, que es también la voz de la instrucción y del chiste: “Gabriel García Márquez tiene el privilegio de ser el único escritor de verdad que es a la vez popular”.

Esta novela fue premiada en el 2012 y ha sido recientemente editada por Santuario. Es un texto interesante, que me hizo recordar a una buena novela puertorriqueña muy discutida hace unos años, El Killer, de Josué Montijo. En esta novela, un reprimido social de clase media, con tintas de escritor o cineasta a la American Psycho, sale de noche a matar drogadictos por la ciudad. Recuerdo ese libro por su gran factura, pero sobre todo, por la pesadez del inventario de cultura pop que aparecía página tras página, como si el escritor estuviese convencido de que era necesario suplir al lector con un andamiaje referencial paso a paso. En el caso de El turno de los malos mi objeción es la misma. Como lector, lo único que me interesa es el cuento y el ritmo y no sacrifico esto por nada. El narrador de Berroa nos suple con un marco referencial envidiable: historia, literatura, sociología, cine, música, filología… nada se le escapa a este narrador. Todo escrito de la mejor manera posible porque reitero que Fernando es un escritor de garra. Pero así como he llegado a la conclusión anterior, también llegué a otras: ¿son en verdad necesarias todas las referencias a esos museos de fantasmas del buen gusto? ¿Cuál es el significado de estas pausas didácticas? ¿La creación de cierto ambiente? Mientras leía furtivamente preguntaba, ¿hacia dónde va con eso? Distracciones, comentarios, dudas y reproches. Ahora bien, todo encuentra justificación en el dramatis personae, porque como he dicho, asistimos, a la descarga de un narrador que se sabe dueño de las formas del lenguaje y por ello entiende que es especial. Toda esa lejanía le resta vida al otro cuento, al de los matones de barrio, a los que el narrador juzga como parte de los malos. Por un momento, con la aparición de un tío corrupto, tuve la esperanza de que este joven profesor y estudiante a la vez, escritor y poeta, ganador de todos los certámenes, considerado un “bicho raro” por todos, empezando por él mismo, se pasara al lado de la trampa y viera el fracaso desde allí, y no desde la tribuna del peor del colonizado neoliberal.

El turno de los malos tiene fuerza y es una opción certera de lectura.

Nota

  1. No dejo de pensar en Hemingway, Bryce Echenique y en Mishima, famosos por escribir de pie.