Heredé de mi progenitor la pasión por la política, mi novia eterna, porque soy de los que ejerzo este oficio con profunda dedicación, sobre todo, porque pude conocer todo lo bueno que aquí se hizo para construir la democracia que disfrutamos hoy, sin miedo alguno a exponer nuestras ideas, y en libertad de pertenecer al partido de nuestra particular preferencia.
Creo en la democracia, mas no soy de los que piensan que este sistema es una panacea ni nada por el estilo, ya que los cambios habituales de los gobiernos mantienen a los países, a los del llamado tercer mundo o subdesarrollados, en vilo en “un de atrás pa’ lante”, porque lo bueno que hace una gestión el otro cuando llega lo borra, queriendo eliminar las acciones pasadas, muchas de ellas la descontinua, como el caso ahora del 9.1.1 o de la asistencia vial en las carreteras, que por el deterioro que acusan, se parte del criterio que eso no es de interés de la actual administración, para quien esto escribe un grave error que bien haría el presidente Luis Abinader en reconsiderar, y devolverle la operatividad funcional de sus inicios.
En los primeros días del 1979 por decisión de mi padre salí hacia Panamá, a los fines de formarme en un entrenamiento militar, cosa que detestaba por el comportamiento troglodita de los uniformados en esos cruentos doce años de la semidictadura del Dr. Joaquín Balaguer, donde hicieron todo tipos de desmanes, sobre todo cercenando a lo más granado de nuestra juventud, como es natural de guardia no se quería saber, claro está, como mozalbete yo tampoco, al llegar a la nación Itsmeña reconocí otros tipos de militares, que aunque controlaban el país en una especie de dictablanda, tenían un comportamiento diferente con el pueblo, y defendían las causas más nobles y sentidas del país, entre ellas, la principal, la recuperación de la zona del Canal, que como llamaba el Comandante en Jefe de la Guardia Nacional, General Omar Torrijos Herrera, era la 5ta. frontera imperial norteamericana en el mismo centro de la ciudad de Panamá, capital de la República.
Cuando entré al cuartel al que me asignaron para iniciar los entrenamientos básicos llamado “Machos de Monte” en la zona de Río Hato, provincia de Cocle, lo primero que me impactó fue dos cuadros a la entrada del mismo, uno del general Torrijos con Fidel Castro y el otro con el líder libio Muamar el Gadafi, imagínense lo que sentí al ver los mismos acostumbrados a un Ejército Nacional entreguista y reaccionario que teníamos los dominicanos para la época.
Escuchar la prédica antiimperialista del líder de la Revolución Octubrina “El General”, como todos le llamaban, me hizo pensar de una manera diferente del papel de los uniformados en la sociedad, claro tenían una resistente oposición que la representaban los blancos oligarcas a los que en peyorativo les llamaban “ los rabiblancos”, que recelaban de que el poder los tuvieran humildes hombres del pueblo con uniformes, auspiciaban el retorno “de la democracia representativa”, aquella que solo le servía a sus intereses, no al de los desprovistos de fortuna, la amplísima mayoría.
Todo lo bueno que hicieron los militares torrijistas, su principal logro fue el Tratado Torrijos-Carter, por el que se le devolvería a Panamá el control total de la zona canalera, firmado en el 1977 pero, que por etapas se entregaría hasta su entrega total a inicio del año 2000, en mi entrenamiento militar estaba a 21 años de la meta que se esperaba con furor.
Estoy absolutamente seguro que esa como otras conquistas logradas por el torrijismo jamás la hubieran hecho los civiles, solo el valor espartano demostrados por los mismos pudieron convencer a los Estados Unidos de la pertinencia de devolverle el Canal a sus legítimos dueños, el pueblo panameño.
Mi admiración por los militares progresistas nació de ver en calle 50, donde tenía su casa “El viejo”, como se le decía de cariño sus cercanos a Omar Torrijos, donde se reunía todo el liderazgo revolucionario de América Latina a compartir experiencia, a escuchar consejos, a recibir todo tipo de ayudas de este hombre, sin par para muchos el panameño más insigne que ha tenido esa patria.
Sencillo, carismático, repentino, auténtico, anecdótico y comprometido con su ideal, ese era el General pero, los buenos no duran mucho, con apenas 52 años falleció este gran hombre en un accidente aéreo el 31 de julio de 1981, dejando un legado de obras pero, sobre todo, devolviéndole la dignidad a ese pueblo con la recuperación del Canal, parte de esa herencia es hoy el partido que fundó, y que designó con las mismas siglas de el de aquí PRD, Partido Revolucionario Democrático, hoy en el poder en Panamá.
Aunque creo en el papel de los civiles en la política, no les niego que si hubiera un militar con esos ideales, lo preferiría mil veces que a los políticos tradicionales, que terminan acostumbrándose al “status quo”, y producen cambios muy tímidos si llegan a hacerlos, porque la oligarquía se roba a los presidentes y gobiernos, que terminan al servicio de sus lucrativos intereses.
El último líder militar dominicano fue Francisco Alberto Caamaño y, si no se hubiera dejado desesperar por la política del foquismo y la guerrilla, hoy su impronta fuera más brillante que lo que fue, este patriota de cuerpo entero.
Hoy los cambios se reducen a diferencias de criterio o visión dentro de la normalidad democrática que vivimos hoy, nadie plantea cambios estructurales, y siempre hay que acomodar las propuestas al supremo interés de los poderes facticos, que si es por ello aquí no cambiará nada.
Porque a la par de ese crecimiento visual que observarnos hoy en día, está oculta la peor distribución, porque los pocos lo tienen todo y los pobres la gran mayoría no tienen nada, esa es la inequidad social de esta democracia representativa que solo le sirve a los poderosos.
Mientras los dominicanos tenemos que jugar a mantener esta democracia imperfecta, a buscar en ella lo que cada quien entienda, que es la mejor opción para las elecciones del 2024, observando quien oferta un mínimo de cambios que garantice que lo logrado hasta ahora no se pierda, son conquistas de hombres como Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, cuyos nombres serán grabados en letras de oro en la historia.
Cada cual sabe quién le llena sus expectativas, cada ciudadano se irá alineando con quien represente sus ideas o intereses, casi todos lo tenemos, otros esperan la llegada de un outsider o un salvador. No les fuera sincero estimados lectores, tal vez, por mi enorme admiración a Omar Torrijos, si no les dijera que en mis adentro, ¡¡¡sigo añorando a un General!!!