Un terrorista asusta a los directivos de empresas y entidades cubanas. Algunos se niegan a pronunciar su nombre; otros, en voz baja, lo llaman Anónimo.

Este individuo de la fauna nacional gana prestigio y terreno en los diferentes niveles de la sociedad. La influencia que ejerce resulta increíble, pues con su fuerza demoledora derriba hasta al más pinto de la paloma. Nadie queda libre de los improperios que guarda, o mejor dicho, publica.

Detrás de la fachada de «buen samaritano» y «mensajero de aquellos que no tienen voz» se esconde un oportunista de la burocracia. El Anónimo constituye una especie de Caja de Pandora donde el miedo, la venganza y la envidia encuentran lugar seguro.

A pesar de los demonios que encierra, todavía existen personas que le dan crédito, y «desconocen» que con ello legitiman una forma poco ortodoxa de atender a los insatisfechos. Quien da curso a un anónimo se convierte en cómplice del sujeto que lo escribió, y por consiguiente, entra en el grupo de los «culpables».

Las denuncias sin acusadores visibles carecen de importancia y merecen una gaveta como destino. Los reclamos sin rostro, aunque muestren una verdad de interés general, se premian con el silencio.

Cuando un anónimo llega a las esferas de dirección donde «se cocina» este tipo de documento, muchos tiemblan. Nadie imagina lo atractivo, ameno e interesante que resulta la lectura de supuestas «informaciones clasificadas».

Allí uno se entera que el director de la empresa anda con la secretaria y que la lleva los domingos, en el auto pagado con fondos públicos, a una instalación turística de cinco estrellas. Además, el papel revela que el hombre recibió una herencia de miles de millones de dólares de una tía extranjera, y que vende pilas de reloj a buen precio. Y por si fuera poco, el escrito concluye que la administración tiene conexiones estrechas con la mafia rusa.

De esa manera, la imaginación ampulosa de los lectores agrega otros matices a la historia original y el protagonista del Anónimo se ve involucrado en el tráfico de armas, el comercio clandestino de cocaína, o en la venta de estupefacientes a menores de edad. La clásica novela de suspenso, intrigas y bajas pasiones.

Los redactores de anónimos poseen una temible prosa radiactiva. Incluso, se ha establecido una clasificación  de estos personajes según el alcance y repercusión de los «disparos verbales» que realizan.

Aquellos cuyas denuncias quedan confinadas en viejos estantes o en sucias letrinas reciben las denominaciones de «chanchulleros de barrio» y «rebeldes sin causa». Quizás porque las informaciones resultan inútiles para determinados fines o, simplemente, no conviene la divulgación. Si uno de estos papeles subversivos contiene datos o hechos de alguna trascendencia, y los receptores deciden su lectura pública sin tomar medidas contra los «acusados», entonces los autores del escrito habrán logrado, al menos, que la gente conozca sus reclamos. Estos «investigadores de alcantarilla» se sentirán felices, aunque no satisfechos, cuando los oyentes digan en alta voz: «ése tipo o tipa es un arresta’o».

Asimismo, los autores de anónimos que propicien la caída de algún «peje gordo» serán catalogados como «héroes» o «defensores de los intereses del pueblo». Pero, si por el contrario, reafirman en sus posiciones a esos directivos, se ganarán el mote de «compinches» o «instrumentos de los superiores».

En este mundo de los documentos sin firma ocurren cosas extrañas. El jefe que «metió la pata» y necesita una «limpieza de imagen», lee ante los subalternos un anónimo en su contra. Todos escuchan la intervención y perciben un mejunje de verdades y mentiras. Al final, los presentes aplauden y descubren que ese hombre «diabólico y malvado», según los comentarios de pasillo, no es más que un santo, víctima de lenguas viperinas. Así se demuestra la faceta de salvavidas de un anónimo.

Otra visión del asunto sería que el obrero de una empresa observa cómo el consejo de dirección comete errores y toma medidas que afectan la productividad. Durante la reunión del sindicato plantea sus preocupaciones, pero nunca llegan las respuestas. Además, teme que, ante tanta insistencia, alguien lo acuse de difamación. De esa forma, nace un anónimo.

El escrito con esas características surge debido a insuficiencias en los mecanismos de consulta de una empresa o centro laboral. También ve la luz cuando las administraciones desatienden el reclamo de sus trabajadores y presionan a quienes alzan la voz. O, sencillamente, cuando la miseria humana se sienta en el trono de la inconciencia, agarra un lápiz y redacta. Un terrorista tiene muchas caras.