“¡Año Nuevo, ropa nueva!” Eso aprendí de mi abuela Aurora. Y según el antropólogo Edis Sánchez y su equipo de la Dirección Nacional de Folklore, aún se mantiene la costumbre en nuestro país, más en la zona rural que urbana, más en los de tercera generación que en los jóvenes. Algo parecido ocurre en otros pueblos caribeños, con los que compartimos similitudes identitarias: en Cuba y en Puerto Rico.
El primer día del año, había que estrenarse una ropa nueva, eso traía buena suerte. Y eso era, precisamente, su significado para mí. Era más, un simbolismo de optimismo, de sueños y esperanzas, de asumir nuevas actitudes, de la necesidad de renovación del alma más que de la túnica que tiramos al cuerpo.
Pero hoy día esa costumbre corre el riesgo de perderse, en su esencia y naturaleza. La gente anda más preocupada de la túnica que de los sueños, de los trapos y atuendos que de la nobleza y de las buenas acciones; más ocupados en las apariencias que en las esencias. Y es que hay muchísimos dominicanos, demasiado dañados por la publicidad manipuladora de la mentalidad social, del imaginario social; una publicidad que asumida miméticamente, conduce a un consumismo desenfrenado, imponiendo patrones en el vestir, muchas veces ajenos a nuestra identidad cultural.
Existe una relación que por lo general, es directamente proporcional: Exceso de ropas y prendas, carencia de hondura de alma. Hay quienes se han dejado atrapar por el consumismo banal. Sucede, también, casi siempre que mucho énfasis en lo aparencial del vestir, va acompañado de una falta de educación. Sin educación no hay poder de discernimiento y creemos todo lo que se quiere que creamos. Y la publicidad maldita, engaña con sus mensajes subliminales y con otros que son muy directos, y les corroe el subconsciente y el consciente, también, a las personas. Ohhh! Bendita educación que nos pertrecha de la razón y del saber decir: “no me dejo manipular”. No es una cuestión generacional, ni de títulos obtenidos en una universidad, es de todos los componentes de la Educación que van más allá de lo académico, y parte, de la educación familiar, basada en patrones éticos y estéticos que inculquemos a nuestros hijos. Hay que estar al lado de ellos, acompañarles y sentarnos con ellos, cualquier tarde, a gozar de la inmensidad del mar, y conversarles, y acercárnosle. Hay que acompañarles a escuchar esa música –reggaetón, dembow- que poco tiene de música y mucho de obscenidades, para que aprendan a diferenciar, a saber que el arte o es arte, o no lo es.
Hay que estrenarse ropa nueva en el comienzo de año, como versa la tradición; yo diría que junto a esta, debemos estrenarnos una nueva manera de asumir la vida y, sobre todo, de mantener en nuestros hijos, las tradiciones para revitalizarlas, para que no se nos pierdan de la memoria y de las prácticas, para inculcarles una mirada crítica de la sociedad en que vivimos, de lo que vemos y escuchamos, para ser inspiradores en ellos, de una actitud racional, optimista y propositiva.
Y para que usted comparta con sus nietos, hijos, sobrinos, vecinitos; le regalo un fragmento de una de las cartas más reveladoras que mi madre, en paz descanse, me enseñó a mis 16 años, y ha sido uno de mis paradigmas conductuales.
“(…)Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido, la grande y verdadera, está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza hecha echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor (…)” José Martí.