Cabrera, como todo pueblo subdesarrollado del planeta Tierra, tiene un punto de encuentro el primero de enero: El Parque. En un lado vemos el edificio, Art Deco, del antiguo Cine Eva que ahora es un bar, porque todos los cines de los pueblos dominicanos han cerrao, donde por cien pesos te sirven un trago de un whisky chino capaz de emborrachar a un Cíclope, a Polifemo, pongo por caso; a su lado las oficinas gubernamentales, Art balaguer, están limpias forradas de instalaciones navideñas; en otro lado la iglesia, Art Místico, está oscura y mete miedo; en su frente el camión del cuerpo de bomberos reza arrodillao un Padre Nuestro para que no haya un incendio. Un hombre de saco y corbata, astrosos, con mejor gusto para combinarse que un diputado, cree ver una moneda brillando en el pavimento, se baja a recogerla y se ensucia los dedos con un salivazo; mira a todos lados musitando: "Qué aibolito ma trite".

—Ese e ei loco de Cabrera, Aimansai: Matavaca.
—¿Matavaca?
—No vaya a decile Matavaca.
—¿Y por qué le dicen Matavaca?
—Nadie sabe, e un miterio… No vaya a decile Matavaca.

Las ropas enviadas por los familiares desde Nueva York, desde Buenos Aires, desde Madrid, y hasta de Luxemburgo, algunas compradas aquí en tiendecitas con letreros dibujaos a mano, se usan por vez primera, verbigracia, se estrenan. Las jovencitas del pueblo desfilan vestidas de la inocencia y la estridencia de esa mocedad tosca que ya sea por H o por R no se ha pulío ni un chin chin. Abundan los tshirts negros con dudosas informaciones plateadas en inglés: "Sexy Girl", "Paris Hilton is my friend", "IaM HoT YoU ArE NoT". Abundan las botas negras con pedrerías de fantasía. Unas amigas con novios tratan de buscarle novio entre los amigos de los novios a una amiga muy muy muy fea en cuyo truño puede leerse: "Eta que taquí e de Nagua y tai tri de jodei eta vaina".

—Sí, ella es Yajaira, no tiene novio, y es de Nagua, ya tú sabes, Chichí…
—Yo soy casao mucha gente cree que e muela pero no e así mira ei anillo.
—Yo no soy casao ni tengo anillo pa enseñai pero sí toy comprometío con una azuana pa casaime ete año.

Cada esquina del parque tiene su música. La Bachata, el Reguetón, la Bachata y el Dembow libran una batalla sonora por los tímpanos de los transeúntes resacaos. Un hombre con una carretilla cargada de botellas de cerveza vacías da vueltas recogiendo las botellas de cerveza vacías. Por los zigs-zags que él va dando uno se de cuenta de que él mismo es responsable de haberse bebío la mitad de su cargamento:

—Mi nombre e Cuquín, Presidente me da 27 peso por cada 24 botella, Brama 28.
—¿Y esa botella de wiki?
—Ah, eso e Chiva 12 año, me la dio un dominican, mire qué botella ma linda, yo ahora la cojo y le hago un diseño chulo con codito, entonce le meto un pejecito æntro, un beta rojo, y lo vendo, pa lujo… Ei beta pue sei azui también.

Cabrera entero está en el parque despidiendo la Navidad. Desde el dominicano ausente hasta el turista que nos visita. Los amigos vuelven a encontrarse y vuelven a ser esos niños que juegan en la calle cayéndole a pedrá a un viralata con sarna. En el antiguo Cine Eva la mujer que sirve los tragos tiene un ojo negro y los dientes con coronas de oro, se chupa los dedos que agarran el hielo que enfría tu trago, Chichí…

"Y todo allí es triste y manido" diría Roberto Arlt. Y, sin embargo, nadie quiere irse del parque. Nadie quiere que la Navidad termine. Todos quieren prolongar unos minutos más esta pesadumbre de aire festivo; deseando encontrar a un Superman que le dé vueltas y vueltas en riversa a la tierra retrocediendo el tiempo por lo menos hasta Nochebuena; sintiendo eso que menciona Borges, nostalgia por el presente; musitando, con Matavaca (pero sin decile Matavaca), que sí, que pocos objetos son más tristes que un aibolito en Enero.