Un día 1 de enero de 1804, Jean Jacques Dessalines proclamó la independencia de la República de Haití. Este hecho histórico fue un evento delirante por ser único en la historia: la revolución y triunfo de un pueblo esclavizado, y por la particularidad de ser la primera república de la raza negra.
“Haití comenzó temprano, pero no ha llegado”. Son múltiples las razones de la situación de marasmo que padece desde su nacimiento. Primordialmente, se puede señalar el nefasto convenio de la deuda a pagar por Haití a Francia, por la independencia del yugo de la esclavitud que cerró la válvula de enriquecimiento por la abusiva explotación de los esclavos.
Entre los otros males que carcome a Haití, están las reiteradas intrigas de los dirigentes políticos a través de los años; pues, son maquinaciones que dificultan el espacio y tiempo para gobernar juiciosamente. Además, entre las adversidades desde la independencia, está la inconveniente distribución de la escasa tierra para la producción agropecuaria, debido a las montañas, la continua deforestación, y la indetenible erosión.
En virtud de esa perpetuada condición, es difícil idear proyectos y vislumbrar mejoría por el momento, aunque se tenga sincera motivación, y sin intención de menoscabar los sentimientos de “libertad y plena soberanía”. Tal vez sea conveniente la recomendación de ayuda solidaria que podría ser ofrecida mediante un “Plan Marshall”, acondicionado y llevado a cabo con tipologías especiales para inyectar pautas y renovados vigores de desarrollo, progreso y estabilidad a esa nación hermana. El Plan Marshall fue una iniciativa para asistir al restablecimiento de la estabilidad social, política y económica de las naciones europeas, después de la Segunda Guerra Mundial, y en los comienzos de la Guerra Fría.
Como sabemos: “No es con espada ni ejército”, ni aislamiento con muro, con que generalmente se modela y se estabiliza una sociedad, una nación o una región geopolítica. Por tanto, muy bien se puede hacer la siguiente recomendación para ser tomada en consideración. Esta idea puede ser considerada absurda y maniática, pero es posible si se quiere efectuar. ¿Por qué no?
Si alguien está enfermo y se ha hecho todo lo posible para curarlo del padecimiento por medios precientíficos, pero, en lugar de mejoría se perpetúa el mal sin esperanza de sanación, hay que ofrecer la asistencia facultativa de la medicina profesional científica.
El enfermo debe tener la conciencia de su precaria salud y la imperiosa necesidad de permitir los medios prácticos de sanación y en ese caso es necesaria la intervención de los que tienen capacidad para lograr la mejoría y restaurar la salud. El enfermo no puede ser su propio consultor, analista, médico, o proveedor de asistencia sanitaria. Hay que intervenir de manera determinante y eficaz para el bien del paciente. Al pueblo haitiano le hace falta esa especial atención.
Por más fe que muchos tengan en los remedios no prácticos ni efectivos; por más fuerte que sea el sentimiento de algunos que valoran la soberanía, es recomendable poner la restauración de la salud de la nación, en manos de aquellos ciudadanos que saben. Esto puede ser llevado a cabo para prestar asistencia solidaria con pleno conocimiento, experiencia, respaldo, y responsabilidad por la comunidad internacional, la diáspora, y el concurso de notables de la sociedad haitiana.
La República de Haití es considerada un Estado débil , una nación enferma, que padece de manera continua sin posibilidades de mejorar de esa enfermedad con brebajes caseros y rituales mágicos-religiosos. En efecto, así lo reconocen muchos de sus propios líderes intelectuales y políticos.
En caso de enfermedad, cuando es inevitable optar por la intervención de las ciencias médicas y las tecnologías que se ofrecen para concurrir a remediar la enfermedad, el enfermo está forzado a delegar la responsabilidad y acción de recuperación de manera determinante y sin restricciones indebidas de los expertos para beneficiar al aquejado. Se deteriora el padecimiento de la nación haitiana y como vecinos colindantes, los dominicanos estamos en la obligación de tener como prioridad la previsión de nuestra propia salud.
Atendiendo a esta realidad que se confronta en la isla de Quisqueya, por esta malograda situación, se hacen recomendaciones como la presente para que las naciones de conocimiento y poder, puedan tener susceptible conciencia de que “no es con espada ni ejército”, que generalmente se asiste a un grupo, un conglomerado, una nación, o una región geopolítica para obtener estabilidad social y creciente desarrollo continuado.
En caso de considerarse el plan de tipo Marshall, éste tendría cobertura muy especial más allá de ser una implementación económica; pues, considerando que la nación haitiana padece de un estado de debilidad institucional que se deteriora de manera regresiva cada día, se debería organizar y llevar a cabo una necesaria asistencia que abarcaría política, estructura administrativa, economía, seguridad social, reforestación, sanidad, escolaridad, y otras áreas de gobernabilidad para la estabilidad y desarrollo de ese pueblo.