“Las viejas ofensas no se borran con beneficios nuevos, tanto menos cuanto el beneficio es inferior a la injuria”-Nicolás Maquiavelo.

Cuando nos preguntan sobre la posibilidad de una alianza electoral final y decisiva entre Leonel Fernández y Danilo Medina, nos mostramos en extremo pesimistas, y no solo por los compromisos parciales ya consolidados del primero con el PRM, sino por muchas otras razones.

En el caso de Fernández, sería más fácil entender su declarada determinación de desplazar a su antiguo partido del Gobierno. No se trata de un resentimiento o un sentimiento de repulsión y antipatía hacia el señor Medina, ni siquiera una revancha, aunque de algún modo gravitan las muchas humillaciones de que fuera objeto públicamente durante varios años.

En Fernández prima poderosamente la atracción por el poder, la inteligencia del juego político, el disfrute del triunfo, la lucha por mantener la vigencia en el favor popular y los retos que encierra la conducción de una nación en la que, todavía, el presidente es un faraón. El desafío, la exposición pública y el ejercicio de sus conocimientos, le interesa más que la venganza o el desquite.

En Medina, por el contrario, encontramos el resentimiento que destruye metódicamente a quien no puede superarlo. No significa que sea un fracasado, un político de oficio que no alcanzó sus metas, pero creemos que en todos sus actos subyace una animosidad cuyas posibles causas podríamos encontrarlas en un sentimiento de inferioridad política exacerbado, así como en la creencia -difícilmente detectable- de haber sido humillado.

En lo profundo de su alma, Danilo Medina se siente inferiormente dotado frente a Leonel Fernández. Esa “culpa de inferioridad” produce en él una angustia que a veces suele expresarse claramente en su lenguaje corporal, como aquella vez que presentó y puso un nombre desacertado a su candidato, seleccionado arbitrariamente entre muchos otros aspirantes con mejores condiciones intelectuales y experiencia en las lides políticas.

Su resentimiento no proviene de las burlas y las humillaciones de sus acólitos, que es lo de lo que menos sufre siendo presidente del país, ni porque sienta que es digno de lástima o conmiseración. Por el contrario, es admirado por muchos por su talento especial en la construcción e implementación de estrategias maquiavélicas. Por lo demás, está muy lejos de ser un lisiado mental.

Simplemente se reconoce superado por su otrora amigo de décadas. No tiene el aura del líder; su voz no cala en lo profundo del corazón del pueblo; no resplandece ni conmueve ni impacta como Fernández, Peña Gómez, Balaguer, el maestro Bosch y hasta cierto punto el olvidado Majluta. Ya conocemos su muy mala dicción y sus condiciones de pésimo orador, desventaja esta última que no se ve rebajada con la permanente ejercitación e inestimable ayuda del Telepronter.

No siempre por tener de competidor a un ser relativamente superior perdemos nuestros valores intrínsecos o llegamos a sentirnos desvalorizados moralmente. El tema es que Medina no reconoce su inferioridad intelectual y oratoria, como lo haría en otro plano una trabajadora familiar en relación con la autoridad de sus empleadores. Es por esta razón que este sentimiento de inferioridad se convierte en un agresivo resentimiento que concentra y apunta toda su amargura en un líder competitivo al jamás perdería de vista.

El resentimiento político se caracteriza por una venenosidad interna hábilmente camuflada. Debe mantenerse embozado, por razones de conveniencia política. No ha sido en realidad una dificultad importante para sus pretensiones organizadas y sistemáticas de consolidarse como líder partidario (que no nacional). Pero en su mismo partido no llega a ser un referente moral o intelectual. Sus grandes ambiciones son ser recompensado socialmente, más allá de lo logrado hasta ahora por su gratuito contrincante.

Las pruebas son fehacientes y conocidas. Consintió en la campaña sucia sobre supuestos favores del narcotráfico a Fernández, no sin elevar al pedestal de héroe nacional a Quirino, un exconvicto sin más credibilidad que la que pueda emanar del crimen organizado. Manipuló a su antojo las primarias de octubre, ante la complacencia de sus coyunturales incondicionales del PLD y, claro, los aplausos de la oposición. Se parcializó a favor de su penco Gonzalo, desmintiendo sus reiterados planteamientos en torno a que aprobaría la victoria del que más votos lograra en las encuestas de los ilusos contendientes -la decisión había sido tomada mucho antes-.

Estuvo atento a las manipulaciones de las primarias de octubre que terminaron en una brusca ruptura de tendencia firme a favor de Fernández, estadísticamente inexplicable. Por último, logró alcanzar varios objetivos cuidadosamente premeditados: primero, sacar a Fernández del partido para reinar a su antojo, sin contrincantes visibles de su altura intelectual y política; segundo, concluir la configuración de un comité político en el que sus correligionarios temporales tienen mayoría absoluta, y tercero, evitar por todos los medios que Fernández tenga otra oportunidad de llegar al solio presidencial, subestimando el potencial electoral que este sigue teniendo dentro y fuera del PLD organizado.

El otro ingrediente es que Medina se siente un humillado histórico. Y la humillación, como saben los expertos, es fuente segura de los resentimientos. Las primarias internas del PLD en mayo de 2007 fueron para Medina una inolvidable, infame y despiadada degradación de su entonces naciente liderazgo partidario. En ellas obtuvo apenas el 28.4% de los votos emitidos frente a un 71.5% logrado por Fernández. Como Medina es una persona disimuladamente vanidosa, es naturalmente muy propenso a sentirse herido, humillado, vilipendiado, ultrajado y engañado ante la ocurrencia de cualquier tipo de derrota ocasional o cuestionamiento que se le haga.

Si Fernández llegara a creer de nuevo en Medina, cometería un grave error, de esos que terminan fastidiando de manera catastrófica los planes propios.

Los temores de Medina a la superioridad de Fernández y su profunda aflicción por lo del 2007, lo hacen un enemigo permanente y muy capaz de sellar el sarcófago político del antiguo presidente del PLD.