Cuando un libro que es varios libros a la vez se define y pronuncia por sus entidades verbales, imaginarias y cosmosóficas, su cercanía tiende a ser lejana, debido a sus implicaciones de lectura a través del registro verbal. Lo que habla en, o desde el poema, no es solo autoridad de lengua, sino función de lenguaje y desborde expresivo. Los tiempos y matrices del poema se extienden como formas de decir y formas de escuchar.

Aquello que trae y a su vez crea distancias en Animal Sagrado de Sally Rodríguez, es precisamente lo que origina ese cuerpo verbal imaginario como respuesta, huella y signo de entidad trascendente. Lo dicho y lo escuchado en este libro se vinculan en una cadena de elementos conformativos que aspiran a la transparencia como fórmula o categoría de sentido.

El libro es, en este caso, un abismo y un camino, contradicción que no se ajusta al lugar o vientre de lenguaje, sino a sus contraórdenes reconocidas en espacio, fulgor y cuerpo. Lo que repropone una theoria en sentido platónico y extendida como poiesis, visión del soma-sema (cuerpo-signo), es asumido por el discurso poético moderno y tardomoderno (Leopardi, Novalis, Nerval, Goethe, Eminescu, Holderlin, Mallarmé Breton, Pound, Paz, Aridjis…), es justamente un acento de travesías, cuitas y convivios terrestres.

Las marcas poético-textuales de esta antología (ver Sally Rodríguez: Animal Sagrado, Ed. Búho, Santo Domingo, 2013), se orientan a una visio amoris y a cierta teología de la poesía y lo poético reconocida como espacio desbordante y desbordado, a partir de su vocalidad sostenida como discurso del cuerpo, sus abismos y umbrales ontológicos. Lo que implica también una mirada que absorbe el significado de profundidad del poema.

Asistimos en Animal Sagrado de Sally Rodríguez a una conjunción de texto y voz, de voz-cuerpo-mito, justificada en la dialéctica vida-muerte y eros-thanatos. El ocurrir del vacío, del tiempo ligado a la voz que es la voz encontrada en el cuerpo mismo del amor y de la ausencia, permite comprender los rasgos de una poesía intuicional y sobre todo percibida como abismo y lenguaje, tiempo y cuerpo.

El mismo hecho de reconocer como lectura los rumores de lo poético, la oposición lejanía-cercanía, ente-lenguaje, implica leer el poema en tiempo y palabra, signo-fuerza y signo´-cuerpo. Este fenómeno problematiza cierto acaecer poético y aparece como tal allí donde el logos contemporáneo persiste en las raíces, los nombres, el aullido de una palabra que solicita la interpretación como campo de mundo y vida.

La palabra-guía emitida en los tres libros que hasta ahora conforma el haber y tener poéticos de Sally Rodríguez, sitúa su productividad verbal justificada en ese diálogo de la poesía con sus mundos de vida. Lo que se “habla” en esta presentificación devocional es el movimiento interiorizado de la palabra, elevada a la categoría de sentido-sentimiento, bajo una cardinal donde “vacío y plenitud” crean un marco de fondo-forma y sobre todo de forma-significación-significancia.

En efecto, lo que vive en esta obra es su entrega ontológica, los procesos de metaforización y ritmo que escapan a salidas retóricas, haciendo visible, más bien, las líneas que atraviesan a ese animal profano, pensado y movilizado en el vuelo como vía poética. Lo que la autora piensa e intuye como “luz de los cuerpos”, lo encontramos en “la profunda nada” del sentido y sus movimientos simbólicos persistentes en la obra.

La noche es, entonces, aquel espacio final donde el ser-en-el-mundo atisba las huellas y el desgarramiento invisible de los sueños. Pero todo esto:

“Es demasiado

para mis ojos

que morirán mañana”

(Noche, p. 12)

Sin embargo, hay que ver para vivir y sentir, para asumir la tensión tiempo-espacio como una dialéctica del ente-sustancia y de la imago pronunciada, originaria:

“Vivir es una palabra verde y mojada

que tiembla en mi noche

y es este mundo

que se quiebra en mi garganta”

(p. 13)

Los elementos conformadores de poema-abismo y el poema-tiempo se conjugan en el espacio-despertar:

“Hoy desperté

con aroma de río

y claridades

adheridas a mi piel

desperté

en un abismo transparente”

(p. 14)

La preocupación de la autora a propósito del abismo transparente, hace que los núcleos de sentido se desarrollen incluso en la temporalidad de la plenitud y del vacío. El poema acoge los bordes de lo imaginario y los pronuncia como estrategia:

Tengo un presentimiento

mojado de aroma

….

Tenemos que hacer ahora

en esta luminosidad sin horas

de nuestros cuerpos

(p. 15)

¿Qué significa presentir profundamente en la humedad del mundo? Lo atemporal se expande como fuerza que surge del abismo, como gesto y alteridad. Lo antiguo y lo presente del cuerpo femenino, enlazan con “La primera mañana de mi cuerpo”. La poeta se abre al ocurrir, sin embargo, escuchándose y escuchando los entes y entidades que participan de lo lejano “como antigua imagen mujer iluminada” (p. 17). El cuerpo es también la huella, en este caso erótica del mundo en inversión y reversión. Cuerpo, noche y mirada se pronuncian aquí como elementos simbólicos tocados o marcados por una visión de presente y pasado.

“Mirad mi cuerpo esta noche

Bañado de relámpagos

En medio de esa lluvia,

Donde lanza su luz

El vientre de las flores

Mirad el pasado estrangulado

Por un rayo”.

(p. 18)

En paralelo, la voz poética en la noche de inusitadas transgresiones, pide un acto de contrición y sobre todo de esperanza en un momento de caída y surgimiento de la poética del poema:

                

“Voces puras se levantan

en humedad de olvido

                

en un instante oceánico

sin tiempo…

a ese pobre hombre

se le cae la tarde

en las manos…

y su silencio

y su sueño que agoniza

sin estrellas ni llantos”.

(pp. 18-19)

La poética del recordar y el presentir parte de un comienzo, un proceso verbo-figural y una transparencia del sentido. Todo lo cual nos lleva a re-pronunciar aquello que se abre a la escucha. En tal sentido, Jean Luc Nancy nos dice siguiendo al teórico musical Charles Rosen, lo siguiente:

“Estar a la escucha es siempre estar a orillas del sentido o en un sentido de borde y extremidad, y como si el sonido no fuese justamente otra cosa que ese borde, esa franja o ese margen”. (A la Escucha, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2007, p. 20).

Si la poesía se convierte en vaticinio, esplendor del lenguaje como en la poética de la cábala o en los sueños de Clemente de Alejandría y la Filocalía de los Padres del desierto, en Animal Sagrado se hacen visibles y sensibles la lejanía y la cercanía como tensión y distancia del ente.