A propósito de que hace unos pocos años España hizo gloriosa justicia en honor a la memoria histórica de los luchadores republicanos de la Guerra civil de los treinta, aprobando una Ley de salvaguarda de esos patriotas revolucionarios que quisieron una República para su País, y que el dictador Francisco Franco los obligó al destierro diseminados por tierra americana y dominicana; memoria histórica que les permitió recibir una recompensa por los daños infligidos a esos veteranos españoles. Los archivos nacionales y las bibliotecas de algunos países contienen esos registros mudos de la historia. Alguien dijo que un pueblo que olvida su historia está llamado a repetirla, desde luego  como tragedia [ Karl Marx). Por esas razones me propongo rescatar una minúscula página de la memoria tradicional de CotuÍ para que no caiga en el total olvido de las nuevas generaciones.

Los pueblos son muy creativos e ingeniosos, imaginativos y folklóricos, no sólo en su comportamiento socio-sicológico, sino también en su lenguaje dialectal trasmutado en jerga que les dan pimientas a la narraciones y tertulias de los personajes folklóricos de la comunidad.  En esa suerte se provocan los apodos y anécdotas más estrambóticas de la sicología social, matizadas de ironías, burlas y bromas que no tienen reparos en poner de ridículo a las víctimas de tales referencias bromistas. En la comunidad de Cotuí, mi tierra natal, un arsenal de apodos aparecían en el ambiente familiar como por arte de magia provocando la hilaridad de los contertulianos y los transeúntes del Parque principal y escenario privilegiado de esos menesteres coloquiales.  Allí se citaban Eddy, Panono, Pinguilito, Viribú y otros. Constituían el grupo de mayor convocatoria del Parque en los años 50 a 70 y se cuenta que un día cualquiera llegó al pueblo en campaña Juan Isidro Jiménez Grullón reclamando “ préstame tu voto, hermano” y todos respondieron si les daban un trago de Ron, porque al parecer alcanzaron a ver una botella en su bolsillo trasero.

Pinguilito,chofer público, que viajaba a la capital por la vía de Fantino, era un personaje regordete y bajo, que se movía como un trompo al ritmo del son o guaracha, se daba el lujo de ser el centro del baile y vestía impecable con zapatos blanco y negro de charol. Acostumbraba mirar a los espectadores con su gracia y reía a carcajadas sus ocurrencias de buen danzador. Se le reverenciaba porque además conocía la Capital y los secretos del cabaret. Panono con calva frontal y sombrero echado hacia atrás se aproximaba al Parque con su voz de trueno a unirse al grupo y aquello era toda una algarabía, que celebraban  los parroquianos, dándose al descubierto los últimos acontecimientos chistosos de la comunidad y sus víctimas. Nosotros, los más jóvenes, asombrados de sus virtudes imitábamos sus ocurrencias para contarlas en la Escuela. Así discurría la vida pueblerina de aquellos tiempos inmemoriales, donde se imponía la costumbre rural con sus tradiciones y vivencias sociales monótonas, pero con especial convivencia de vecindad y compadreo. Casita Galvez llegó a Síndico por los 800 compadres que tenía en tiempo de Don Antonio Guzmán.

Otros personajes se mueven en la vivencia del cotuisano con su carga de sabor a pueblo y singular forma de colocarles apodos  a sus hijos al parecer sacados de un Macondo que todavía no irrumpía en la novela Cien Años de Soledad; me refiero a Blanco Reyes, sastre de correcta compostura y elegancia al salir de parranda amorosa en la tardecita a visitar sus prometidas, con pasos raudos y sombrero en busca de un destino agradable que produjo decenas de hijos. Algunos recibieron sobrenombres exóticos como Guiribito, Piñunca, Niño y así sucesivamente. Pero, todavía podemos apreciar esa tendencia apodítica en el comerciante y después billetero Piringo, hombre de trabajo y serio, con una larga familia  de monógamo, a quien en honor a su apodo todos sus hijos terminaron como Juan Piringo, Lilo Piringo, Papón Piringo, Bebeye, Blanquito Piringo, etc, sólo la hembra Zenaida se libró de ese mote.  Desde luego, la mayor parte de esos personajes abandonaron este mundo, aunque su memoria queda grabada en los anales de nuestra conciencia colectiva imaginaria. Por ejemplo, como olvidar a la familia del acordeonista Niño, cuentista popular con fantasías exageradas en sus labios, dando nombres como Boyoyo, Bibiyo[hijos) yQuintina [ su mujer). Seguiré en próximo número.