Soy “Liceísta” de nacimiento. Hija, madre y abuela de liceístas. El destino me obligó a entender todos los deportes. Acompañé a mis hijos al karate, baloncesto, béisbol, fútbol, natación y ahora a mi nieto al tenis. Tuve la necesidad de aprender a aparar con guantes para acompañarlos en estos menesteres, aprenderme todas las reglas. Conocí todos los barrios en donde hubo algún torneo en los que ellos participaran. Fui con ellos a muchos pueblos. En fin, que los deportes no me son desconocidos a excepción del fútbol americano y el golf, porque hasta boxeo he tenido que ver.
Conocía a todos los peloteros, sé de casi todos los futbolistas y sus equipos. Me entero de lo que pagan por adquirirlos. Antes tenía que hablar de Magic Johnson y Michael Jordan. Ahora tengo que hablar de Lebron James con mi nieto y tenemos que llevarlo a ver los partidos finales en lo que éste participa a los restaurantes que transmiten esos juegos.
Llevamos las fechas de los mundiales de fútbol, de las olimpíadas y yo en especial sigo todos los torneos de tenis, por lo que por años he visto el crecimiento de cada uno de los tenistas. Estoy pasando de nuevo por la pena de ver el cambio generacional.
Cuando escucho decir que Federer es viejo con 37 años -sé que mis hijos son mayores que él y los veo en la mejor edad- me quedo pensativa y es que el tenis es uno de los deportes más agotadores que hay.
Todo tiene un principio y un final. Generalmente, todos los comienzos son alegres. El mejor ejemplo es la llama olímpica, todo el mundo mirando hacia el pebetero, esperando ese fuego que da inicio al acontecimiento deportivo más grande que existe. El desfile de los atletas, cada uno con un caminar lleno de orgullo por ser la mejor representación de su país, los mejores en su disciplinas. Pero hay que ver el día final, la llama se apaga lentamente y los pocos atletas que quedan, desfilan como si fuera un funeral. Para mí es uno de los momentos más tristes.
Este pasado lunes comenzó el “Abierto de Australia”, el primer Grand Slam del año y Andy Murray, con apenas treinta un años, en rueda de prensa dijo que sería su última participación en ese torneo y que posiblemente se retiraría este año. Jugó con todo lo que podía dar de sí, pero con un dolor en las caderas que no le permitían moverse con la agilidad de siempre. Luchó hasta un quinto set, fue lamentable que no ganara, pero su entrega fue como si lo hubiera hecho.
En el Público su madre sufriendo cada golpe que daba a la pelota. Yo lloré y no quiero pensar en el momento del retiro de Federer, Nadal, Djokovic, Del Potro y todo ese grupo de grandes jugadores que por décadas nos vienen deleitando en la nueva era del tenis. Detrás de ellos viene un grupo muy bueno, unos apenas de dieciocho años y otros que no llegan a los treinta.
Sólo nos tocará decir: ¡Ha muerto el rey, viva el rey!