“Al mediodía del pasado 30 de abril mientras el nutrido cortejo fúnebre recorría la carretera que  conduce de Haina al cementerio de Los Mameyes, una mujer parada al borde de la vía exclamó: ¡El muerto era grande!”.

Estas palabras componían el primer párrafo  de un artículo que publiqué en Listín Diario del 4 de mayo de 1987. Y agregaba:

“Tal vez sin saberlo aquella mujer decía una verdad porque quienes integrábamos esa caravana fúnebre nos encaminábamos al entierro de un hombre grande, el ingeniero agrónomo André Vloebergh, padre y maestro de la moderna agronomía en República Dominicana”.

Yo tuve la suerte de ser su alumno, como integrante de la quinta promoción de ingenieros agrónomos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (1969-75). Al igual que mis compañeros, aprendí del profesor Vloeberg mucho más que agronomía.

Era un hombre de sólida formación, como buen profesional europeo de la primera mitad del siglo XX.  Atentos a su voz, que era como un murmullo, lo escuchábamos fascinados. Reservado, discreto, cortés, resaltaba por su modestia y humildad que rayaban en lo  extremo. Usaba la escueta vestimenta, que nunca era  mucha ni diversa,  hasta que ya no daba más.

Fue el profesor Vloebergh quien nos  advirtió sobre la realidad social de los campos de la caña de azúcar, en una época en que la industria azucarera estaba en auge y se proyectaba, lógicamente, que no pocos  de nosotros estaríamos destinados a hacer carrera en ese sector.

“Donde hay caña, hay miseria”, nos alertó varias veces, producto de su experiencia internacional, dándonos a entender que el problema de ese importante renglón de cultivo no se quedaba en la técnica.

También, ya en nuestro último semestre, nos planteó claramente la baja calidad del café y el cacao locales, pese a la constante alharaca al respecto de los medios de comunicación y los funcionarios agrícolas. A un grupito de nosotros nos dijo un día que no se explicaba cómo el chocolate local “no le abría un hoyo” en el estómago a los consumidores.

Por suerte, ambos renglones, el cacao y el café, han mejorado bastante en estas últimas décadas, bajando tal vez en producción pero mejorando en calidad.

Estricto con la disciplina, no admitía distracciones en el aula. El doctor Vloebergh imponía respeto por el prestigio de su nombre, que cada generación de agrónomos  se ocupaba de transmitirle  a la siguiente.

Cada vez que él comenzaba la lista con “¡Medina, Ángel!”, citando a nuestro compañero Ángel Guaroa  Medina y Medina, se hacía completo silencio, esperando que el viejo maestro  comenzara a escribir en la pizarra, pues lo escribía todo, con punto y coma como dicen. “¡No papá, no papá!”, exclamaba cuando quería enfatizar algo en términos negativos.

En mi artículo citado relaté: “Como dijera en el cementerio la Dra. Ana Silvia Reynoso, el profesor Vloebergh merecía nuestro homenaje tan solo si consideramos el hecho de que abandonó Europa y una carrera brillante para venir a entregarse a un país pobre perdido en el inmenso mapa de América”, a lo que agregué:

Vloebergh Belat“La grandeza del profesor Vloebergh lo acompañó hasta en las decisiones que tomó con relación a su muerte, pues determinó ser sepultado en el cementerio de una pequeña comunidad rural del municipio de Haina, junto a la tumba de su madre, a quien él mismo había enterrado allí, cerca de quienes fueron su preocupación durante largos años: los agricultores dominicanos”.

A continuación una semblanza tomadadel libro “Siembra de compromisos” de Inés Amelia Brioso de León:

“André Vloebergh Belat nació en París, Francia, el 20 de enero de 1907. Hijo de Mauricio Vloebergh y María Belat. En 1930 obtiene el título de “Ingeniero Hortícola”, y ese mismo año ingresa al Instituto Nacional Agronómico de Francia, donde se gradúa en 1935 de ingeniero agrónomo.

Entre 1935 y 1936 realiza un postgrado en el Instituto Agronómico de Ariana en Túnez, donde obtiene un certificado en mejoramiento de plantas. Su labor profesional, académica y docente fue reconocida por diferentes instituciones, destacándose las siguientes: certificado por el Ministerio de Agricultura de España; por los servicios agronómicos en Túnez como mérito a su labor en la sección de  mejoramiento; del Instituto Politécnico Loyola (IPL), por haber desempeñado durante los años 1954-1961, los cargos de Director y profesor de la Escuela de Agronomía, de la cual fue su fundador.

El 20 de julio de 1962, ingresa a la UASD como asesor académico y profesor en la Escuela de Agronomía de la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias, la cual fue fundada por él. Fue Director de la Escuela de Agronomía para los períodos de 1966-1968; 1968-1970 y 1971-1981. La UASD le otorgó la investidura de Profesor Meritísimo, el más alto galardón que otorga esa institución, en atención a los méritos acumulados, por haber laborado como académico y fundador de la Escuela. En 1979, el Consejo Universitario le otorga el premio al trabajador universitario en la categoría de docente.

En 1981 se le inviste como asesor e investigador permanente de la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias, rango que ostentó hasta su muerte, ocurrida el 29 de abril de 1987.

Los aportes académicos, tanto a nivel técnico como de ingeniería, acreditan al profesor Vloebergh como el padre de la enseñanza de las ciencias agronómicas en la República Dominicana.

Son numerosos los testimonios documentales del profesor Vloebergh, entre las que se señalan: Apuntes de Fisiología Vegetal I y II: de Botánica Sistemática; de Cultivos I, II, III, IV y V; de fitogenética, de fitomejoramiento I y II, entre otros. Sus restos descansan en un humilde cementerio ubicado en la sección de Los Mameyes, en Haina, a 20 kilómetros al oeste de la ciudad de Santo Domingo”.