"Tí Noel había sido instruido en esas verdades por el profundo saber de Mackandal. En el África, el rey era guerrero, cazador, juez y sacerdote; su simiente preciosa engrosaba, en centenares de vientres, una vigorosa estirpe de héroes. En Francia, en España, en cambio, el rey enviaba sus generales a combatir, era incompetente para dirimir litigios, se hacía regañar por cualquier fraile confesor, y, en cuanto a riñones, no pasaba de engendrar un príncipe debilucho, incapaz de acabar con un venado sin ayuda de sus monteros, al que designaban, con inconsciente ironía, por el nombre de un pez tan inofensivo y frívolo como era el delfín" 

("El reino de este mundo", Alejo Carpentier. 1949).

Días atrás, en Ciudad de las Ideas, Puebla, pude escuchar una charla de Tal Ben-Shahar, profesor de Sicología Positiva de la Universidad de Harvard. El maestro enseña la clase más popular de ese plantel, el curso sobre estudios de la felicidad. Sus lecciones se encuentran bien alejadas de la auto-complacencia. Ser feliz, según su criterio, implica el aprendizaje de técnicas que nos hacen conscientes de un grado importante de hábitos infelices.

De acuerdo a Ben-Shahar, estudios neurológicos demuestran que cuando el ser humano ejecuta una acción perdurable a favor de otros, el cerebro registra más elevados grados de serenidad y satisfacción. Esa circunstancia es óptima para alcanzar estadios de felicidad. Otra lección retenida de su charla, es el agotamiento ocasionado por el bombardeo de información al que estamos sometidos. Ben-Shahar explica que una persona recibe hoy más datos que los conocidos por una persona promedio del siglo XIX, durante toda su vida. Datos que no constituyen por sí mismos conocimiento, menos sabiduría.

La sobredosis de información puede además resultar adictiva y dañina a la salud mental del individuo. El popular maestro lo explicaba con un ejemplo. Ninguna persona que haya superado el alcoholismo, coloca en su buró o mesa de noche antes de dormir una botella con una bebida alcohólica. Sin embargo, ese suele ser el lugar donde muchos celulares pasan la noche. Con el inicio del día, reciben la primera atención de sus dueños.

En ese mismo evento, también escuché decir a Andrés Roemer, organizador del recién pasado evento en Puebla, algo muy gracioso como cierto. ¿Quién nos conoce mejor hoy día? ¿El sacerdote, el sicólogo, la pareja, la madre? Dice que ninguno de los anteriores. Son los algoritmos de nuestras redes, esas partes a quienes les hemos confiado nuestras más íntimas preguntas. Los algoritmos de Google o de YouTube saben, mejor que el cura, el analista, la pareja o la madre, aquello que nos mueve a curiosidad, anhelo o interés.

Mi generación creció con la televisión como centro de encuentro de la vida familiar. Para mis padres, fue la radio. Para mis abuelos, la mesa de la comida. Algunos opinan que la televisión en el hogar sustituyó el diálogo, en cambio mi opinión es que la oferta televisiva, resulta útil a los padres, en tanto líderes transformadores del hogar, para pautar la agenda de una buena conversación. Los buenos contenidos de la renacida  oferta de las plataformas, y no el medio en sí, multiplican las felices coincidencias.

Como buenos migrantes dominicanos, en casa volvemos a la noticia local cada noche. En ese orden, YouTube se anticipa a nuestra demanda. Al encenderla, antes de pasar a Netflix para el postre de la teleserie de la noche, cruzamos por ahí para ver qué pasa en la isla. Gracias al atento algoritmo, los últimos programas noticiosos de nuestros periodistas favoritos, ya están colgados. Días atrás, mientras Edith Febles anunciaba la Marcha de las Mariposas y Alicia Ortega revelaba datos sobre compras gubernamentales, una imagen apareció en medio de ellas, en nuestro YouTube. Quizás el algoritmo a nuestra disposición, en un gesto de inteligencia artificial casi emocional, nos estaba tratando de decir algo. La imagen presentaba La Citadelle o la Ciudadela Laferrière vista desde aire, bajo el título Andariego, turismo en la otra parte de la Hispaniola. Desconocía la producción de Andariego, conducida por el empático Gary de Arriba.

Andariego nos paseó por las calles de Cabo Haitiano, ciudad al Norte de Haití, que tanto he visitado, más no físicamente. He caminado por sus calles, campos y espacios culturales en las páginas del Epistolario de la familia Henríquez Ureña. Francisco Henríquez y Carvajal, siendo médico y huyendo de Ulises Heureaux, vivió en la entonces sofisticada urbe haitiana, primero solo y luego de enviudar, con sus hijos. Al paso de Gary el Andariego, Cabo Haitiano muestra la exquisitez francesa de la que disfrutó, en los años en que siendo adolescentes, Max Henríquez Ureña aprendió a tocar el piano; y tanto él, como su hermano Pedro, la lengua francesa a inicios del siglo XX.

El programa televisivo se interna luego en las playas del Atlántico haitiano. Buen momento para elogiar la cinematografía, banda sonora, captura del sonido en la locación y edición de Mango Verde producciones. La costa norte de Haití la conocí hace unos años; pero el paseo de Andariego con su lente dron, fue mucho más atractivo que la travesía de Royal Caribbean Cruises. La empatía de Gary con los lugareños, su natural entusiasmo y sensibilidad por la escena antropológica visitada, desmitifica al hombre y la mujer haitiana, merece un caluroso aplauso que mando, con envidia de la buena, desde el invierno mexicano.

Gary es un entrevistador que satisface las curiosidades del espectador, y en ese capítulo, recibe las respuestas de un joven guía haitiano, Iramson Lubin. El dominicano y el haitiano, comparten ideas sobre preservación de la isla que nos une, muestran la cordillera que nos atraviesa, las especies del mar que nos baña por igual y que debemos proteger; y no menos importante, la dinámica socio-económica de los habitantes de la zona, de cara al turismo y la preservación medioambiental, y que, de contar con la inversión extranjera directa dominicana, quizás no tendrían la migración como única opción.

Andariego me conmovió con la visita guiada que Iramson le ofreció hasta la Citadelle. Hace poco leí en una promoción turística mexicana que el palacio de Chapultepec es el único castillo de América. El dato es errado, pero la culpa es nuestra. La Citadelle es propiedad de Haití, pero patrimonio universal de la humanidad. Los caribeños la hemos olvidado un poco, a pesar de estar unidos por la historia y la literatura a este extraordinario monumento arquitectónico. Un destino de atracción hacia nuestra región, de oportunidad de inversión conjunta, de desarrollo sustentable del lado haitiano, donde tanta falta hace.

Al igual que yo, Gary estaba absorto con la explicación de Iramson. A través de su orientación, volví sobre las páginas de El reino de este mundo del cubano Alejo Carpentier. Leí esa novela en mis días de colegio y fui recordándola poco a poco mientras me paseaba con el lente de Andariego y la magnífica conversación de los muchachos. Mi papá me encontró leyendo ese libro, me preguntó de qué trataba. Le conté de la saga de Ti Noel, Paulina Bonaparte y Mackandal. Mi papá fue un chico nacido en Neyba, provincia de Bahoruco, cercana a la frontera con Haití. Atestiguó la matanza de los haitianos cometida por el tirano Rafael L. Trujillo en 1937. Muchas veces, como ese día, nos la contó su terrible crueldad, para que nunca olvidáramos que sucedió y lo que vio con sus ojos de niño.

Ese día habló de Henri Christophe, rey de La Citadelle, en otros personajes de la historia haitiana, sin mitos ni prejuicios, como se debe entender toda historia. En esos días, él también leía un libro publicado por la Sociedad de Bibliófilos sobre Alexandre Pétion y me explicó cómo fue instrumental para la liberación de Suramérica y su apoyo a Simón Bolívar. Pero más que libros, Andariego me hizo recordar a un papá a quien nunca oí estereotipar al ciudadano haitiano. Creció y vivió cerca de muchos en Neyba. Los vio morir impotentes en esta tragedia.  De repente, me di cuenta que nunca he conversado más de lo esencial con un haitiano; ni siquiera puedo decir que tengo un conocido de mi país vecino. La conversación y camaradería entre Gary e Iramson, me dejaron profundas reflexiones.

Hay una felicidad contagiosa en Andariego. Mango Verde producciones enseña  con buen gusto rincones del país como Neyba, Las Galeras, Sabana Grande y también de Cabo Haitiano, donde mujeres y hombres jóvenes y adultos mayores, a pesar de su notoria realidad humilde, laboran con deseos de servir desde paseos hasta tradiciones culinarias. Ellos son base de nuestra economía y el reflejo de dos naciones que deben profundizar nexos de cooperación. Al otro lado de la pantalla estamos los espectadores, dándonos el permiso de ser felices con el simple reconocimiento de esa realidad revelada por Andariego, descansando por un rato de las malas noticias y descubriendo las buenas.

Gary, como dicen en la isla, y según explica el maestro Ben-Shahar, estás "bien de felicidad".