“Si tenemos un problema
o una gran dificultad
lo que hay que hacer primero
es pensar, es pensar, ¡es pensar!
Pero… ¿cómo pensar?
Pensar con…
Método, método”
Pin Pon
La política como tema recurrente en la preocupación de todos y todas suele ser consecuencia irrefutable de que las cosas no van bien. Se puede observar que en los países en los que hay una mayor cantidad de problemas “resueltos”, la preocupación por la política es menor. El destape de opinólogos y opinólogas coincide, entonces, con sociedades que viven altos niveles de incertidumbre, con un buen número de necesidades insatisfechas, con derechos no reconocidos ni protegidos, con altos niveles de incumplimiento de la ley y con alto grado de impunidad. O sea, con el reinado casi sin contrapeso del “tigueraje”. A mayor presencia de estos síntomas, mayor es la posibilidad de que al encender la tele o la radio o de abrir el periódico se encuentre ante alguien que le traiga la realidad descrita y digerida especialmente para usted. A veces, hay que decirlo, con unos niveles de irresponsabilidad que resultan difíciles de justificar.
Conste que no se cuestiona el derecho que tienen todos y todas a opinar sobre el acontecer político. Lo que preocupa es la frecuencia con que se olvida que la utilización de medios masivos obliga a un mayor cuidado de las normas deontológicas de las comunicaciones. En primer lugar hay que asegurar mínimamente que la información que se hace pública sea verificada con más de una fuente para ver si se cumple el sueño democrático de los medios independientes. El segundo de los asuntos es de carácter epistemológico puesto que la información que se entrega – aún la de mayor calidad- no es “análisis político”, es información. El hecho de que la información sea verdadera no la transforma en análisis político. Y eso es válido incluso para cuando el “chisme” sea comprobado con declaraciones de testigos, con documentos ‘irrefutables’ y cuando las fuentes y/o las víctimas sean medios cloacales o convite de rufianes, ahora de propiedad colombiana.
Pero lo nuestro es conversar sobre el “análisis político”, esa subdisciplina de la Ciencia Política que trata con hechos, al igual que el periodismo, pero, a diferencia de este último, los relaciona en tanto son partes del fenómeno político identificando y relacionando actores, intereses, conflictos, etc.
Los “análisis políticos” son influyentes sobre todo por la calidad de su contenido: la realidad está aquí, los analistas también y cuesta encontrar en ambos, por ejemplo, el componente ideológico (a estas alturas no creo que alguien dude que la más ideológica de las acciones es la que da por muertas a las ideologías). Sin ese contenido, si el discurso no contiene una idea, una convicción sobre el mundo, sobre la vida, sobre la sociedad, seguiremos encontrando sólo referencias al tipo de corbata de los dirigentes, al uso del tiempo del fin de semana y otras banalidades. Esos definitivamente no son temas de un “análisis político”.
Aquí se me ocurre que se hace evidente una carencia, la académica. Es sencillamente peligroso que no existan académicos en el ámbito de la ciencia política capaces de proponer análisis que no tengan la intención de anotarse puntos para conseguir poder político. Faltan intelectuales que no tengan vocación de funcionarios o de embajadores. Tampoco hace falta mayor examen para determinar que para el futuro es un verdadero riesgo la capacidad de cooptación del Estado y el placer no culpable de dejarse cooptar. Este es el paraíso del partido “cartel”.
Otro elemento que me atrevo a proponer en la línea de defender la importancia del análisis político es la ausencia de “paradigma”. Los análisis por lo general llegan a la plenitud del argumento cuando contienen frases como: “En mil novecientos ochenta y…. ocurrió tal y tal cosa”. Entonces la conclusión obligada del análisis no puede ser otra que “este es mejor que el anterior” pues así el ‘este’ la saca de gratis, sin tener que hacer nada. Un gobernante es bueno en la medida que asume opciones, que impulsa acciones que nos acercan a lo que esperamos, a lo que queremos, a lo que deseamos. Es absolutamente insuficiente para una sociedad sana no aspirar a nada.
La falta de ideología y la falta de paradigma, hacen imposible que el análisis ayude a una mejor comprensión de la realidad política, más bien la oculta. Es parte de la vida democrática, por ejemplo, la existencia de dirigentes con distintas visiones, y sería extraordinario que frente a temas relevantes esos dirigentes expusieran sus ideas en forma pública. Así todos podrían saber qué quieren, qué intereses representan, y a quiénes representan. No menos importante sería poder saber de sus opiniones respecto de la democracia. La falta de conceptualización hizo que el “cambio de modelo” (¿se acuerdan?) quedara como un recuerdo para quienes revisan ediciones anteriores o coleccionan demagogia.
Sin duda que ante un análisis político siempre su autor o autora se ve enfrentado a una situación compleja. La tensión se manifiesta cuando tiene que decidir si escribe acerca de lo que quiere que ocurra o se basa en los hechos para intentar asumir el carácter predictivo de la ciencia. Son retos propios del oficio.
No es aventurado decir que puede identificarse como síntoma de la degradación del sistema el reino de los que escriben o dicen solo lo que les conviene.