Nos manipulan de mega-noticia a mega-noticia, como si fuera la cosa más natural del mundo. Tanto y tantas veces que, como ratones de laboratorio, ya hemos perdido la capacidad de sorprendernos, tal como dice Pablo Neruda en uno de sus poemas, Somos inmunes a la realidad y aceptamos cualquier cosa como si fuera la única verdad. Si no sale por la televisión no es real.

Chris Hedges en su libro, “El Imperio de la Ilusión”, afirma que nuestras nuevas generaciones están siendo programadas a prescindir de la realidad objetiva y a responder a sucesos traumáticos de sobresaltos intermitentes y constantes.¿Nos hemos dado cuenta de la forma en que muchas cadenas noticiosas nos bombardean las noticias? En dos minutos, como una ametralladora programada, nos disparan siete noticias diferentes con imágenes que corresponden a situaciones totalmente desconectadas una de la otra, mientras que por debajo de la pantalla nos disparan un cintillo con docenas de noticias totalmente desconectadas de las imágenes que nos están bombardeando más arriba. ¿Crees que este doble bombardeo es pura coincidencia? Después nos quejamos del déficit de atención de nuestros hijos. ¿Y el de nosotros cómo anda?

Retilín, el fármaco de preferencia para el trastorno conocido como ADD (Desorden del Déficit de la Atención, por sus siglas en inglés), el Diazepán y el Prozac, están a la órden del día. Sobre todo a partir del 11 de septiembre del 2001, con la implosión de las Torres Gemelas de Nueva York. Otra tragedia colectiva provocada que traumatizó a todo el mundo, creando un nuevo paradigma de “irrealidad”.

Noam Chomsky en su libro sobre las 10 técnicas de la manipulación mediática lo identifica como la “estrategia de la distracción constante”, como la que prevalece entre los animales de granja. No hay tiempo para pensar y en estos días de futbol indiscriminado, con hordas de fanáticos mesmerizados por los goles de sus respectivos equipos, damos la impresión de que hemos perdido la razón. Tal desperdicio de recursos y de energía emocional, que bien nos pudiera servir para transformar al mundo, lo tiramos por la borda como si el planeta fuera una nave espacial a la deriva.

Virginia Tech, Columbine en Colorado, Fort Wood, en Texas (¿o es que ya hemos perdido también  la capacidad de recordar?) están aún reverberándonos en nuestro subconsciente colectivo. Cada nueva conmoción ahonda más el trauma primigenio. Somos orates en recuperación del PTSD (Enfermedad Post Traumática del Estrés, por sus siglas en inglés), enfermedad que se ha convertido en una verdadera epidemia entre los soldados que han estado en Irak y en Afganistán y cuyo índice de suicidio es alarmante.

Crimea, Ucrania, Siria, Libia, Tunisia, el maratón de Boston, el vuelo 730 de Malasia Airlines, etc. nos han craqueado el área cerebral conocida como el Hipocampo. Nos están convirtiendo en zombis ambulantes y las masas están en un estado de sonambulismo masivo sin precedentes. Solamente reaccionan ante las grandes emociones desproporcionadas, perdiendo la capacidad de la memoria inmediata, como si todos estuviéramos en la etapa preliminar al Alzheimer o sumidos en una psicosis de Korsakoff masiva e irremediable.

El sólo “pensar” nos produce un dolor de cabeza.

Somos una especie de analfabetos virtuales que saben leer y escribir pero que se han olvidado de la realidad objetiva inmediata. Nos manipulan de crisis en crisis, como si los que habitamos este planeta fuéramos marionetas cósmicas manejadas conductualmente por seres invisibles. Hemos perdido la capacidad de auto-criticarnos, llegando al colmo de aceptar sucesos improbables como parte de nuestro entorno vivencial. Nos meten gato por liebre y ni siquiera caemos en la cuenta, pues estamos sumidos en una profunda depresión patológica en necesidad de terapias electro-anticonvulsivas que nos hagan regresar a la realidad. Cada una de estas megas noticias traumatizantes equivale a un electro-shock colectivo.

Como los perros de Iván Pavlov, que salivaban respondiendo al estímulo condicionado y reforzado del sonido de la campana, somos víctimas conductuales que no pueden distinguir la foresta de los árboles. Y No importa el país. Somos unos analfabetos virtuales disfuncionales. Las campañas políticas se han convertido en hipnotismos masivos, en carnavales de mercadeo fraudulento e indiscriminado. El partido que vende con más fanfarria a su candidato es siempre el que gana. Una especie de engaño entronizado cada cuatro años para distraer a las masas.

¿Habrá luz al final del túnel?

Nos han dejado sin luz. Aunque en nuestro país, como ratoncillos atolondrados, ya hemos sido  amaestrados a vivir sin ella desde hace tiempo.

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