"Donde hay muchas palabras, nunca falta el pecado; pero, el que refrena sus labios, es prudente", dijo el sabio Salomón en uno de sus proverbios.

La sabiduría popular también ha generalizado enseñanzas de vida como la que dice "en boca cerrada no entran moscas".  Refrán objetivo, porque en alguna circunstancia dijo el Quijote que "no hay refrán que no sea verdadero".

Ambas expresiones sintetizan experiencias,  y cualquiera que sea el signo ideológico con el que se lleve la vida, es importante que tengamos siempre presente esas enseñanzas.

Poner un filtro entre la boca y el área del cerebro en que se genera el pensamiento puede ser de mucha importancia para todos los que difundimos ideas y hacemos opinión pública.

La libertad de expresión es una conquista política por la que se perdieron  vidas, y se esfumaron  días de libertad de muchos hombres y mujeres, aquí en  nuestro país y en todo el planeta.  Es una conquista que hay que preservar luchando cada día contra cualquier atisbo de intolerancia.  Pero se la protege también evitando vulgarizarla, degenerándola a tal nivel, que se confunda con el irrespeto y este se convierta en un lugar común.

Yo, que desde los 13 años de edad,  soy un militante comprometido con la lucha por los derechos democráticos y las libertades públicas,  me he propuesto a conciencia,  jamás enfrentar de manera punitiva ninguna agresión calumniosa contra mi persona,  tan solo por no rozar la libertad a la libre opinión ni con el pétalo de una rosa.

Pero esa actitud muy personal,  no me impide observar con preocupación la alegría con la que, amparados en esa libertad,   en nuestro país muchos dañan honras ajenas a personas y familias de manera irreparable.

El profesor Juan Bosch nos advirtió hace más de 30 años a la compañera Virtudes Álvarez y a mí, que la práctica de ensuciar trayectorias políticas, artísticas, empresariales y profesionales en general, se había convertido en empresa en el país; y que había personas en nóminas salariales, así en el sector público como el privado, cuya labor era (¿todavía es?), afectar las honras de competidores.

Por desgracia, esta práctica sicaria, involucra a gente de derecha, de izquierda, y a los que como Cachafú, "ni izquierda ni derecha manca".

Por estos días ha sido condenado en un tribunal por afectar honras ajenas uno de los comunicadores que, por su amplia formación intelectual e información universal, no tiene ninguna necesidad de deslizarse a esa práctica para llenar de opiniones el espacio que le corresponde en el medio en el que es figura emblemática.

Esta condena, así sea en primera instancia,  debe motivar a una reflexión que contribuya a quitarle espacio a esa mala práctica de decir cosas sobre las personas, físicas o morales,  a veces en forma inapropiada  y  sin que correspondan a la verdad.

Se impone, por amor y justicia, y hasta por urbanidad.