Si para gobernar se necesitan sujetos a quienes someter y poner al servicio de los intereses dominantes de una sociedad, el territorio es ese factor con el cual el acto de gobierno estabiliza su acción, no solo porque mantiene control físico de la gente, sino porque permite desarrollar toda la liturgia desde la cual el poder legitima su orden. Como los templos para las iglesias y sus feligresías, los territorios son los espacios donde la violencia del Estado se hace realismo, que no es otra cosa que la visión dominante de lo real, la que les interesa promover a los de arriba.
Como sus pares de otras latitudes, las clases dominantes dominicanas viven en obsesión permanente con las fronteras, como punto de referencia que tienen del ejercicio de sus dominios. Pero también los dominantes gustan de formar safaris como patrullas de reconocimiento -y para poner en conocimiento- de esas fronteras.
1/Las fronteras y el poder.
El poder es jurisdiccional y necesita para su ejercicio de un campo territorial específico donde tengan efectividad sus símbolos de dominación. Así, por ejemplo, las categorías profesionales tienen sus reglas. Un científico no tendrá necesariamente el mismo desempeño en un cuartel militar como lo tendría un militar de carrera o un experimentado sargento, y viceversa. Para esos espacios de acción, existen símbolos y códigos específicos que estructuran jerarquía y dinámicas diferenciadas, las cuales a su vez son las que deciden la suerte de los agentes implicados en ese campo, de acuerdo a qué tanto tengan esos agentes de lo que requiera el campo como virtud o como vicio, para decir algo. Pero en el campo social abierto, eso que llamamos sociedad, los de arriba estructuran fronteras sociales para diferenciarse de los de abajo. Es ahí donde el poder de las fronteras encuentra su mayor significación. La sección de primera clase en los aviones o el sector “VIP” de una sala de conciertos, juegan un rol eminente en la construcción social de las riquezas. Sin la posibilidad de ostentar la opulencia ante el otro que no la tiene, la riqueza se vería limitada a un criterio exclusivo de uso, desprendiéndola de su capacidad más eficaz: la serena dominación que engendra la interacción de las desigualdades a través del encuentro de los impares.
2/Los safaris oligarcas en las fronteras
Recientemente, un periódico de circulación nacional, publicaba una foto en la que miembros de la cúpula empresarial más conservadora del país, se mostraban junto a jerarcas de alta graduación de las Fuerzas Armadas dominicanas, incluyendo al ministro de defensa(*).
La imagen sintetiza varios componentes de ese amor oligarca por las fronteras, un amor como el que tienen los cazadores a los safaris. Punto para la caza de la especie considerada inferior, pocas prácticas resumen con tantas evidencias la caracterización de subordinación de una especie por parte de otra como lo hace el safari. En el mundo social entre humanos, las clases sociales son el equivalente de esa jerarquía entre hombres (en masculino macho man) y animales, tal como lo concibe el antropocentrismo tradicional en Occidente. Como práctica recreativa de las clases ociosas, la foto presenta hombres y mujeres de gran poder, empapados de lodo, en una puesta en escena del exotismo que vincula símbolos de la extrema riqueza con símbolos de la extrema pobreza. Al conservadurismo le encantan las paradojas de concesión caritativa, esas en la que suele presentarse el lado dominante haciendo un guiño de ojo a la sensibilidad dominada, cuando de esa mezcla el conservador sabe que puede extraer retornos simbólicos seguros. Pero más allá de lo estético, el safari oligarca de la foto nos introduce en la significación política de las fronteras para las clases dirigentes. Cuidar celosamente la frontera dominico haitiana es cuidar el territorio oligarca de intrusiones ajenas a sus canones, sobretodo las que tienen que ver con inmigrantes humildes, mientras la frontera de blancos es abierta por conveniencia como inversión extranjera y facilidades (como si la mano de obra no es un factor de producción), según los mercados de los directivos del CONEP. Así, se cuidan las puertas de Agora o de Blue Mall, o se censuran en las entradas de los ministerios los vestuarios de los humildes, o a través de los puestos de retenes que arma la fuerza pública para que en la zona de convivencia de las clases ociosas no entre ningún radical desobediente salido de las clases trabajadoras a romperle el monopolio estético y ético que buscan conservar las clases dominantes en los territorios considerados suyos.
En un mercado de privilegios de Estado, como RD, para los oligarcas y los guardianes de sus templos es vital la fabricación de fronteras sociales, cuyo rol es la definición de qué es un privilegio y qué no lo es, con la correspondiente mensura social de quién está dentro y quién está fuera de esas prácticas demarcadas. Sin embargo, el sistema requiere siempre de paseos expedicionarios de los de arriba sobre las instituciones de los comunes, no solo para marcar jefaturas de comarcas, como los el saco y la corbata como obligación de vestimenta en el Congreso de la República, sino también para supervisar bien que las fronteras siempre anden activas en defensa y como defensa de sus intereses, con sus centinelas prestos a sus designios, no vaya a ser cosa que despierte el dormido fantasma más diseminado como reprimido y temido de las clases gobernantes: cuando miran a las clases trabajadoras e indigentes como clases peligrosas.